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| Gran Boulevard París 1930 |
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Dicen que el Efecto Coriolis no es una fuerza real, en el sentido de que no hay nada que la produzca. Es una fuerza inercial o ficticia. Estamos sometidos a un contínuo movimiento que no tiene un origen concreto y que sin embargo es responsable desde la forma como se va el agua por un desagüe hasta la manera de comportarse un huracán. Incluso la Historia se repite a sí misma. Pero en ocasiones surgen fuerzas distintas que sí tienen una causa concreta, real. Este blog pretende ser una de ellas.
Y sin embargo ni siquiera bajo el agua hay ausencia absoluta de sonidos. Esta mañana, mientras hacía el muerto allá en alta mar, me preguntaba a qué profundidad habría que descender para que no hubiera sonido alguno. Mientras flotaba escuchaba mi propia respiración, la efervescencia de las burbujas que estallaban en mis oídos intentando penetrar en ellos, el eco lejano de las voces de los bañistas en la orilla de la playa. Y si pasa alguna embarcación lejana o algún otro nadador solitario chapoteando, el sonido se transmite igualmente a través del agua.
Y luego hay cosas como la declaración de la renta, que tampoco entenderé nunca cómo funcionan. Yo, cada vez que me cambio de Ministerio, figura como si tuviera dos pagadores, y por este motivo este año he cobrado mil euros menos en la devolución, siendo mis ingresos los mismos de siempre. Es algo que no tiene sentido alguno.
Hoy por ejemplo, cuando quiero darme cuenta, me veo sin verme mirando una de las entradas, la más grande, que daba al patio, del salón de actos del primer colegio en el que estuve. Los asientos están delante de mí, de medio lado orientados hacia el escenario, oscurecidos por la luz cegadora que sale de las puertas abiertas de par en par. Es un día luminoso. Siempre fue aquel salón un lugar especial para mí, aunque en el tiempo que estuve por allí (sólo tenía 5 años) aún no lo sabía. Ahora pienso que era porque venía la familia a vernos en Navidad cuando cantábamos en coros por cursos. Para mí era muy especial que estuvieran allí mi abuela Pilar y mis tíos, los hermanos de mi madre. Eso hacía que el colegio, un lugar incierto que me alejaba de mis seres queridos y me obligaba a enfrentarme al mundo y a mi timidez por vez 1ª, pareciera un sitio más humano. Hoy en día, y tras mucho tiempo cerrado, el colegio cambió de nombre y de propietarios, y el salón de actos se convirtió en un gimnasio, con lo que perdió todo su encanto.
No sé por qué razón las noticias que se escuchan en televisión estando de vacaciones parece que causan más impacto que las oídas el resto del año. A lo mejor es que se les presta mayor atención porque se está más ocioso, o quizá el estar fuera de tu ambiente habitual nos hace más vulnerables, como si estuviéramos más desprotegidos y todo cobrara mayor importancia. Aquí no abunda el sensacionalismo en los medios de comunicación, como ocurre en otros países: cuando una noticia cobra especial trascendencia es porque algo realmente importante ha sucedido.
Lubomir ha sido mi más grato descubrimiento en Facebook, como dije en mi post anterior. En varias ocasiones había puesto un "Me gusta" en alguna de las imágenes que pongo en el Muro de Julia, la amiga rusa que conocí a través de una prima y de mi padre, al que ponía bellas imágenes en su Muro. Un día decidí echar un vistazo en el mundo de Lubomir, y me cautivaron enseguida sus fotos, tan bonitas, algunas muy originales, y las que se hacía en su trabajo, un centro para disminuídos psíquicos en el que es monitor.
Me cuesta dejarme subyugar por el ambiente de las vacaciones en la playa este año, por un lado porque los dolores de la artrosis no me dejaban vivir hasta que se me han ido quitando poco a poco con la natación, y quizá también porque me falta mi tío Fonchi, al que solía ver en estas fechas. Y sin embargo contemplo el horizonte en la lejanía, la delgada línea que separa el azul del cielo del azul del mar, y siento que todo es posible, pero que soy yo la que no es capaz de llegar volando hasta allí, como hacen esas gaviotas que pasan siempre tan cerca. Hay muchos lastres de los que querría desprenderme. La vida es, como se suele decir, según del color del cristal con que la mires, y para mí siempre es azul...