viernes, 20 de abril de 2007

Domingo, maldito domingo

Los que vivan cerca de un estadio de fútbol saben de lo que voy a hablar: ruido, suciedad, caos.
Cuando el partido que se juega es entre equipos que no son muy encontrados, el mal es menor, pero si se trata de un partido de alto riesgo, la cosa cambia mucho.
Horas antes los seguidores de uno u otro equipo merodean por las inmediaciones en grupos, disfrazados y con las caras pintadas, bebiendo, gritando y cantando a pleno pulmón. Las calles se van llenando de basura, mientras los puestos ambulantes, que sí tienen permiso del Ayuntamiento para plantarse donde les venga en gana, hacen su agosto vendiendo comida, bebida, ropa (bufandas hasta en verano) y banderas con los colores de los equipos, toro de Osborne incluido.
De los accesorios que en estas ocasiones suelen circular el que más desagrado me produce es esa especie de trompeta de aire comprimido que hace un ruido exagerado, y cuya finalidad aún desconozco.
Cuando queda poco para que empiece el partido, la masa de ultras son conducidos por la policía como si de un rebaño guardado por su pastor se tratara, entre fuertes medidas de seguridad, mientras corean consignas escarnecedoras para el equipo rival (me niego a reproducir los insultos), levantando el puño sobre sus peladas cabezas descerebradas.
Si ésto ocurre de noche, se puede ver un helicóptero sobrevolando la zona e iluminando con un foco a los cabezas rapadas, de forma que parece casi que están rodando una película de acción. Por lo visto los meten en el estadio y los dejan en una zona aparte. No todos lo individuos calificados como peligrosos están encerrados en los sitios adecuados para que no puedan hacer daño a los demás.
El mejor rato es cuando está todo el mundo metido en el estadio, lo peor es el antes y el después, cuando la policía no te deja salir casi ni de casa, y si lo haces te obliga a ir pegado contra la fachada. O cuando no te deja, no ya salir de la zona con el coche, si no por supuesto ni entrar de nuevo: no somos residentes, no vivimos allí, el barrio es para los aficionados al fútbol ese día, todo para el espectáculo.
Y lo de hacerse sus necesidades contra la fachada del edificio donde vivo, aparcar las motos en las aceras, tirar contenedores de basura en medio de la carretera para luego incendiarlos.....
Pequeñas intifadas surgen aquí y allá en forma de grupos más o menos numerosos de seres antisociales que se dedican a tirar litronas, piedras y todo tipo de objetos contra la policía antidisturbios, siempre escasa y amedrentada, que a duras penas se protege tras sus escudos transparentes. Algunas veces cargan contra ellos con pelotas de goma, y ahí sí que es mejor no estar en medio.
Otros grupos tiran petardos que suenan como obuses. Yo tuve la desgracia de pasar una vez al lado de uno de ellos y pude percibir cómo por un momento temblaba el suelo y los árboles, y hacía saltar las alarmas antirobo de los coches.
Los hay que se dedican a encender bengalas, que en la noche desprenden un fulgor rojo que se puede ver desde mucha distancia, como si fueran antorchas. Parece que hubiera una guerra y un ejército hubiera tomado la ciudad o la quisiera prender fuego.
Los que dejan aparcados los coches cerca del estadio (hasta hace poco no dejaban, pero las protestas de los vecinos levantó la prohibición), tienen que ver cómo estos individuos se pasean por encima de los techos y los capós.
Qué contraste con lo que sucedía hace años, cuando la gente entraba y salía del estadio con orden y educación, sin disfrazarse ni pintarse la cara, sin ensuciar la calle. Siempre me llamaba la atención los típicos hinchas que no se conformaban sólo con el partido de ese momento sino que llevaban el transistor pegado a la oreja para seguir el desarrollo de todos los demás partidos que se estuvieran disputando en ese momento. Ahí sí se mascaba la afición futbolera, la auténtica pasión por un deporte que no tiene nada que ver con lo que se ve ahora. Mientras, las pocas mujeres que acudían, se conformaban con quedarse metidas en el coche haciendo punto.
Y ahora, querido lector, que estoy a solas contigo, quisiera que me explicaras qué es lo que ha cambiado en los últimos años como para que este espectáculo que de niña recordaba multitudinario y poco más, se haya convertido en una sucesión lamentable de altercados, gamberrismo e incivilización. Será que es la válvula de escape de un descontento social creciente, pero por favor, no al lado de mi casa.
Domingo de fútbol, maldito domingo.

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