Fue una gozada ver el otro día a
David Guetta en El hormiguero. El año pasado, cuando también fue invitado, me pareció distinto. Estaba muy contento, llevaba el pelo en
una media melena y nos hizo una demostración de sus cualidades como DJ con una
mezcladora de sonidos, lo último en el mercado en ese momento, que al
final le regalaron y con la que disfrutó y alucinó, él y
nosotros.
En esta ocasión lucía su
sempiterna sonrisa de chico bueno, aunque su melena rubia había crecido
considerablemente y a su habitual simpatía se había añadido ahora una cierta
zozobra, pues perdí la cuenta de las veces que repitió que se había divorciado
recientemente. Yo le comprendí, porque cuando pasas por ese trance transcurre
mucho tiempo hasta que consigues tener una conversación normal, y no una en la
que aparezca el hecho constantemente, como si fueras un náufrago y buscaras
desesperadamente una tabla de salvación que alguno de los que te escuchan pueda
ofrecerte, algún tipo de paliativo para esa clase de dolor. Me temo que la decisión que ha cambiado su vida no la tomó él.
Como siempre David Guetta se
divirtió a pesar de todo, y mencionó lo bien que se lo había pasado la anterior
ocasión en la que visitó el programa, el grato recuerdo que le había dejado, lo
que justificaba el esfuerzo que estaba haciendo para hablar todo el rato en
español, aunque en realidad lleva décadas viviendo en Ibiza la mitad del año y no
debería suponerle tanto trabajo.
Le hicieron montar en una especie
de car para niños, porque para el presentador, que es diminuto, era el tamaño
adecuado, pero para él que tiene las piernas tan largas era casi cómico. Sin
embargo apretó el acelerador, chocó en ocasiones con algunos neumáticos que amortiguaban
los derrapes, y tomó las curvas a velocidad de vértigo como si hubiera estado
toda la vida pilotando semejantes artilugios. Le gusta correr.
Todo lo que dice este hombre es
agradable y transmite bondad y buen humor. Vive para su música, y cuando el presentador le
preguntó si tenía alguna otra vocación, si le hubiera gustado ejercer alguna
otra profesión, él dijo que no sabía hacer otra cosa, porque ya en la
adolescencia, con 13 años, montó la 1ª fiesta en el garaje de su casa y le
pagaron una minucia que a él se le antojó una fortuna. Quién le iba a decir las
millonadas que se llegarían a pagar por una entrada en uno de sus
espectáculos. Desde aquella 1ª experiencia ya no paró. Cogiendo su último CD y
enseñándoselo al público dijo que si nadie lo compraba ya no sabría qué hacer,
se quedaría en la calle.
También le preguntó el presentador, con su habitual
curiosidad morbosa, cómo se ligaba, ahora que él estaba libre. Se lo
imaginan probablemente en las discotecas, ese lugar de contubernio, como el rey
de la Creación, pinchando música y con todas las mujeres locas por él. Y seguramente será así, pero es un hombre tan sencillo y se le ve tan
aturdido con lo que le ha pasado que aún no le veo con fuerzas para complicarse la vida otra vez. Afirmó no saber cómo se liga en realidad, porque él inició su relación
con la que hasta hace poco era su esposa en la adolescencia, y ya no estuvo
nunca con ninguna otra mujer. En ese sentido me pareció como un muchacho, inexperto, repentinamente abandonado y solo a pesar de las
multitudes que suelen rodearlo.
Su ahora ex es una mulata exuberante que ha sido la responsable del éxito de su marido, al que
promocionaba y para el que ideaba proyectos. Por eso se va a llevar la mitad de
su fortuna, o puede que más. A lo mejor David Guetta está consternado no sólo
por el cambio de situación sentimental sino también porque le van a dejar sin
blanca, o casi.
Lo que no se puede obviar es su
innegable talento para los sonidos, esa forma de combinar ritmos, voces, y en
este último trabajo hasta una orquesta sinfónica, en su afán de crear, de
experimentar. Se atreve con todo y tiene un sentido de la musicalidad como he
visto en pocos. David Guetta me ha parecido siempre un hombre especial, una
rareza, tanto por sus cualidades profesionales como por las personales, su
modestia, su bondad, su educación, su naturalidad, en un mundo como este propenso al
artificio, al fingimiento y a la vanidad. Para mí es como un dios del Olimpo,
rubio, sin mácula, en medio de la vorágine festiva y bacanal de las noches de Ibiza,
de cualquier noche de discoteca en el lugar que le toque estar. Me fascina su
capacidad de disfrute y de hacer disfrutar a los demás.
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