jueves, 4 de diciembre de 2014

El vals lento de las tortugas

 
Acabo de terminar de leer El vals lento de las tortugas, el 2º libro de la trilogía de Katherine Pancol, y sigo sin salir de mi asombro. Cómo es posible que mi persona y muchos aspectos de mi vida puedan verse retratados en un libro, escrito por una desconocida y con tantas coincidencias. Es muy sorprendente.
Me animé a leerlo después de ver la película que habían hecho con la 1ª novela, Los ojos amarillos de los cocodrilos. Gracias a ella me formé una idea clara de los personajes, los mismos en el resto de la obra, no tuve necesidad de recrearlos en mi cabeza a mi manera, y así pude darme cuenta de lo bien hecha que estaba la selección de actores, pues cuesta ahora imaginarlos encarnados por intérpretes diferentes. El director y el guionista habían sabido captar a la perfección la esencia de una historia y unos protagonistas que parecen cotidianos pero que en realidad no  lo son tanto.
Pero no es lo mismo el cine que las páginas de un libro. Aquí tienes la oportunidad de penetrar psicológicamente en los seres que lo pululan, en sus pensamientos y emociones más íntimas, algo que en un film es prácticamente imposible. Katherine Pancol tiene la rara habilidad de mostrarnos muchas vidas con un realismo que nunca he visto antes, por lo auténtico, lo directo y lo espontáneo. Serán las suyas ideas calculadas, pues no creo que nadie escriba un libro al libre albur, pero dan la impresión de ser completamente espontáneas.
Cada personaje va siendo introducido a lo largo de la trama sin solución de continuidad y sin que se noten lapsus entre unos y otros. Pancol crea un universo particular, una jaula de grillos en el que cada uno tiene su papel perfectamente delimitado, desarrollado de forma muy inteligente, como gran observadora que debe ser del comportamiento humano, con una penetración psicológica fuera de lo común. Por eso crea seres que parecen reales, porque están basados en la pura realidad. Sólo cuando recurre a algún alarde fantástico, con soluciones imprevistas y un tanto descabellas a ciertas tramas, te saca de repente de ese mundo inventado por ella para que te des cuenta de que estás flotando en una ficción, aunque su maestría te hace creer lo imposible.
Josephine, la protagonista principal, conmovedoramente encarnada por Julie Depardieu, la hija del conocido intérprete francés, a la que no había tenido el gusto de ver trabajando, es un trasunto mío. Cuando vi la película que hicieron con el primer libro no me lo pareció. Me faltaba el hilo de sus pensamientos y sentimientos, la exposición sin tapujos de sus procesos mentales, cosas que sólo con la lectura no te puedes perder. Fue como descubrirme a mí misma pero desde otra perspectiva pues, como bien es sabido, la visión que de nosotros mismos tenemos a veces no coincide con la realidad, y ni mucho menos con la que tienen los demás. Aunque todo es reinterpretable, claro. Qué es la realidad al fin y al cabo, no una rígida fórmula matemática.
Y fue un descubrimiento agridulce para mí. Si en la película Jo, como la llaman todos los que la quieren, me pareció un ser pusilánime y un tanto patético, al leer su reflejo en el libro no me lo pareció tanto, aunque sí un poco. Si juzgamos con dureza lo que somos aunque no queramos serlo, aunque no lo reconozcamos, nunca podríamos querernos. Veo mis tribulaciones, mi torpeza a veces infantil, mis inseguridades, la forma tan particular como trata a sus hijas, tan parecida a como trato yo a mis hijos (¡sorprendente!), su bondad (por qué no), su ternura, una amalgama de defectos y virtudes que se asemejan tanto a lo que me pasa por dentro que no salgo de mi estupor. Al conocer a Josephine me he conocido un poco mejor a mí misma. Aspectos de mi personalidad en los que no había pensado nunca mucho me son expuestos ahora con total naturalidad para mi regocijo. Quizá yo no sea tan asustadiza, o puede que sí con el paso de los años. Es algo que siempre he detestado, la pusilanimidad, la inmadurez cuando ya se tienen una edad. Pero por qué ser intransigente con uno mismo. Tampoco son cosas tan malas.
Más asombroso aún es la similitud de los miembros de su familia con los míos. Y lo más estupendo es el éxito inesperado que irrumpe en su vida y la hace cambiar de status, pues al serle reconocido su talento como escritora consigue fama y fortuna de golpe, incluso pese a ella misma debido a su modestia. De este modo puede salir de una situación económica precaria y darse algunos caprichos, bien merecidos por otra parte. Eso no me importaría que también me pasara a mí, pero ya serían demasiadas coincidencias, sería pedir demasiado.
Katherine Pancol no escribe de manera culta, como tradicionalmente se entiende este término. No utiliza palabras poco corrientes ni un estilo complejo, pero tiene una forma de llevarnos hacia donde se propone como no he visto nunca. Cuando crees que ya lo has conocido casi todo en cuanto a escritores y literatura, viene alguien aparentemente no muy encumbrado a sacarte de tu error. Sus libros no se cotizan tanto como otros, ni por intelectuales ni por bestsellers, pero cautivan, enganchan, poseen un magnetismo distinto al que he sentido por otros autores cuyas obras me han cautivado. Y escribe bien, desarrolla sus ideas sin cansar nunca, algo poco frecuente.
Y la juzgué mal en un principio, cuando veía sus libros en las tiendas y me parecía que debían ser una chorrada, a juzgar por sus títulos, que hacen alusiones extrañas y un tanto cómicas a ciertos animales. Me pareció  poco serio. Es lo que pasa cuando se ignora aquello sobre lo que se pretende opinar. Títulos que, por cierto, de cómicos no tienen nada, porque hacen alusión a sucesos trágicos que, aunque no son el eje de las respectivas historias, forman parte de su contenido, y de manera inquietante.
Porque de todo hay en la trilogía de Pancol, ella provoca emociones profundas y de todos los colores, no creo que a nadie deje indiferente. No sé si con los otros dos libros se harán películas, quizá no porque en este que acabo de leer hay escenas que se tendrían que maquillar un poco para hacerlas aptas para todos los públicos, por su crudeza. Pero bueno, estoy deseando empezar con el último, cuando termine el que ahora tengo entre manos, y así completar el círculo vital de una mujer, la protagonista, que ya forma parte de mí como yo formo parte de ella. 
 


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