Acabo de terminar de leer El vals lento
de las tortugas, el 2º libro de la trilogía de Katherine Pancol, y sigo sin
salir de mi asombro. Cómo es posible que mi persona y muchos aspectos de mi
vida puedan verse retratados en un libro, escrito por una desconocida y con
tantas coincidencias. Es muy sorprendente.
Me animé a leerlo después de ver
la película que habían hecho con la 1ª novela, Los ojos amarillos de los
cocodrilos. Gracias a ella me formé una idea clara de los personajes, los mismos en el resto de la obra, no tuve necesidad de recrearlos en mi cabeza a mi manera, y así pude darme cuenta de lo bien hecha que estaba
la selección de actores, pues cuesta ahora imaginarlos encarnados por
intérpretes diferentes. El director y el guionista habían sabido captar a
la perfección la esencia de una historia y unos protagonistas que parecen
cotidianos pero que en realidad no lo
son tanto.
Pero no es lo mismo el cine que
las páginas de un libro. Aquí tienes la oportunidad de penetrar
psicológicamente en los seres que lo pululan, en sus pensamientos y emociones
más íntimas, algo que en un film es prácticamente imposible. Katherine Pancol
tiene la rara habilidad de mostrarnos muchas vidas con un realismo que nunca he
visto antes, por lo auténtico, lo directo y lo espontáneo. Serán las suyas ideas
calculadas, pues no creo que nadie escriba un libro al libre albur, pero dan la
impresión de ser completamente espontáneas.
Cada personaje va siendo
introducido a lo largo de la trama sin solución de continuidad y sin que se
noten lapsus entre unos y otros. Pancol crea un universo particular,
una jaula de grillos en el que cada uno tiene su papel perfectamente
delimitado, desarrollado de forma muy inteligente, como gran observadora que
debe ser del comportamiento humano, con una penetración psicológica fuera de lo común. Por eso crea seres que
parecen reales, porque están basados en la pura realidad. Sólo cuando recurre a
algún alarde fantástico, con soluciones imprevistas y un tanto descabellas a
ciertas tramas, te saca de repente de ese mundo inventado por ella para que te
des cuenta de que estás flotando en una ficción, aunque su maestría te hace
creer lo imposible.
Josephine, la protagonista
principal, conmovedoramente encarnada por Julie Depardieu, la hija del conocido
intérprete francés, a la que no había tenido el gusto de ver trabajando, es un
trasunto mío. Cuando vi la película que hicieron con el primer libro no me lo
pareció. Me faltaba el hilo de sus pensamientos y sentimientos, la exposición sin
tapujos de sus procesos mentales, cosas que sólo con la lectura no te puedes
perder. Fue como descubrirme a mí misma pero desde otra perspectiva pues, como
bien es sabido, la visión que de nosotros mismos tenemos a veces no coincide
con la realidad, y ni mucho menos con la que tienen los demás. Aunque todo es
reinterpretable, claro. Qué es la realidad al fin y al cabo, no una rígida fórmula
matemática.
Y fue un descubrimiento agridulce
para mí. Si en la película Jo, como la llaman todos los que la quieren, me
pareció un ser pusilánime y un tanto patético, al leer su reflejo en el libro
no me lo pareció tanto, aunque sí un poco. Si juzgamos con dureza lo que somos
aunque no queramos serlo, aunque no lo reconozcamos, nunca podríamos querernos.
Veo mis tribulaciones, mi torpeza a veces infantil, mis inseguridades, la forma
tan particular como trata a sus hijas, tan parecida a como trato yo a mis hijos
(¡sorprendente!), su bondad (por qué no), su ternura, una amalgama de defectos
y virtudes que se asemejan tanto a lo que me pasa por dentro que no salgo de mi
estupor. Al conocer a Josephine me he conocido un poco mejor a mí misma.
Aspectos de mi personalidad en los que no había pensado nunca mucho me son
expuestos ahora con total naturalidad para mi regocijo. Quizá yo no sea tan
asustadiza, o puede que sí con el paso de los años. Es algo que siempre he
detestado, la pusilanimidad, la inmadurez cuando ya se tienen una edad. Pero
por qué ser intransigente con uno mismo. Tampoco son cosas
tan malas.
Más asombroso aún es la similitud
de los miembros de su familia con los míos. Y lo más estupendo es el éxito inesperado
que irrumpe en su vida y la hace cambiar de status, pues al serle reconocido
su talento como escritora consigue fama y fortuna de golpe, incluso
pese a ella misma debido a su modestia. De este modo puede salir de una
situación económica precaria y darse algunos caprichos, bien merecidos por otra
parte. Eso no me importaría que también me pasara a mí, pero ya serían
demasiadas coincidencias, sería pedir demasiado.
Katherine Pancol no escribe de
manera culta, como tradicionalmente se entiende este término. No utiliza
palabras poco corrientes ni un estilo complejo, pero tiene una forma de
llevarnos hacia donde se propone como no he visto nunca. Cuando crees que ya lo
has conocido casi todo en cuanto a escritores y literatura, viene alguien
aparentemente no muy encumbrado a sacarte de tu error. Sus libros no se cotizan
tanto como otros, ni por intelectuales ni por bestsellers, pero cautivan,
enganchan, poseen un magnetismo distinto al que he sentido por otros autores
cuyas obras me han cautivado. Y escribe bien, desarrolla sus ideas sin cansar nunca, algo poco frecuente.
Y la juzgué mal en un principio,
cuando veía sus libros en las tiendas y me parecía que debían ser una chorrada, a juzgar por sus títulos, que hacen
alusiones extrañas y un tanto cómicas a ciertos animales. Me pareció poco serio. Es lo que pasa cuando se
ignora aquello sobre lo que se pretende opinar. Títulos que, por cierto, de cómicos no tienen nada,
porque hacen alusión a sucesos trágicos que, aunque no son el eje de las
respectivas historias, forman parte de su contenido, y de manera inquietante.
Porque de todo hay en la trilogía
de Pancol, ella provoca emociones profundas y de todos los colores, no creo que
a nadie deje indiferente. No sé si con los otros dos libros se harán películas,
quizá no porque en este que acabo de leer hay escenas que se tendrían que
maquillar un poco para hacerlas aptas para todos los públicos, por su crudeza.
Pero bueno, estoy deseando empezar con el último, cuando termine el que ahora tengo entre manos, y así completar el círculo
vital de una mujer, la protagonista, que ya forma parte de mí como yo formo parte de ella.
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