viernes, 11 de diciembre de 2015

Ni una menos


Una noche cambié la foto de mi perfil de whatsapp, en la que siempre tengo a mis hijos, por una muñeca rosa junto a la que había escrito “Ni una menos”, mensaje compartido masivamente en las redes sociales en ese momento y que algunas de mis amigas secundaron cambiando su foto también. Son tantas las causas justas que quisiéramos abrazar que no habría días suficientes en el año para dedicar cada uno de ellos a una diferente. Pero el caso es que últimamente está tocando el femicidio, en una sociedad supuestamente civilizada del siglo XXI.

Había una cruz, una gran cruz sobre el suelo de la Puerta del Sol, que vi desde el autobús cuando llegaba para ir al trabajo por la mañana temprano. Luego a la hora de desayunar pude acercarme y me sobrecogió la perfomance que se había montado en torno a esta idea: un montón de zapatos, con tacón, sin él, sandalias, calzado cerrado, rojos o teñidos de tal, formaban una cruz de un tamaño considerable y junto a sus 4 puntas había un papel con el nombre de una mujer y la fecha en que había sido asesinada. Sólo unas pocas de entre los cientos de víctimas que la brutalidad masculina se ha cobrado.

Representarlo de aquella manera me impresionó profundamente, porque quizá hería la sensibilidad y la conciencia del más pintado ante la representación brutal de una realidad que hiende su cuchillo en lo más frágil, puro y delicado de cuanto existe en la Creación: la feminidad. Cada causa tiene su propia iconografía, pero la del femicidio abarca una amplia galería de símbolos que no producen sino horror por lo que representan.

Los hombres pensarán que es un acto feminista, una forma de llamar la atención para tener amplio eco en las redes sociales, como así ocurrió. Incluso muchas mujeres creerán que es una exageración: no hay peor machista que la mujer que tira piedras a su propio tejado.

No es que todo el género masculino sea misógino, machista o un asesino en potencia, pero cada vez hay más, proliferan como los hongos. Y desde luego todas las que apoyamos estas causas no somos feministas. Incluso hay muchos hombres que también nos apoyan. Hay mucha costumbre de tener una visión reduccionista de todo, las cosas sólo pueden ser de dos o tres maneras y ya está, y el que respalda tal o cual idea sólo se puede clasificar de determinada forma, pero no es tan sencillo. Lo que no se puede hacer es mirar a otro lado, ser indiferente, pensando que ninguna preocupación que consideramos ajena es lo bastante importante como para que perturbe nuestro espíritu o nos quite el sueño. Sin embargo, creo que nadie puede dormir tranquilo dándole la espalda a una realidad que nos puede afectar a todos en un momento dado o a alguien de nuestro entorno.

No es agradable ver cómo mueren de inanición los niños víctimas de la guerra que aparecen en televisión a diario, ni contemplar en los telediarios cómo sufre la gente con las enfermedades epidémicas, y tantas otras cosas que nos resultan desagradables pero que forman parte del mundo y la época que nos ha tocado vivir. Pero eso no quiere decir que podamos dormir tranquilos sin hacer nada al respecto, con el estómago lleno, un techo bajo el que vivir y el médico a mano cuando estamos enfermos. Es una ficticia sociedad del bienestar en la que nos regodeamos en nuestra autocomplacencia, egoísta y deshumanizada. No se trata de apuntarse a una ONG, ni de ser generoso en el cepillo de la Iglesia, ni de dar de vez en cuando limosna a algún pobre de la calle que seguramente está siendo explotado por alguna mafia. Basta un poco de generosidad con cada causa que se presenta, unir todos nuestras voces de denuncia y protesta. Nos pasaremos la vida protestando, pero qué menos en un mudo como el nuestro tan lleno de lacras y tan necesitado de rasgos humanidad, y de caridad. 

No hay comentarios:

 
MusicaServicios LocalesContadorsAnuncios ClasificadosViajes