Qué le pasa a Gallardón que no parece él últimamente.
Sojuzgado por miembros de su propio partido, que le tachan de “progresista”, y criticado desde todos los ámbitos del panorama nacional a raíz de las polémicas obras de soterramiento de la M-30 y la instalación de parquímetros, no dudó en apoyar el matrimonio homosexual oficiando él mismo uno. Curiosamente, Manuel Fraga, conservador donde los haya, salió en su defensa.
Parecía lógico que, tras una brillante carrera profesional como la que ha tenido hasta el momento, el broche de oro lo pusieran las últimas elecciones generales en las que iba a presentarse como número dos del partido, pero Rajoy no quiso.
La reacción tan mala que ha tenido Gallardón está disculpada a la vista de todos sus logros anteriores. Las tensiones tan grandes que tienen que soportar los cargos públicos acaban con los nervios de cualquiera, y cuando el esfuerzo no se ve recompensado como uno quisiera, llegan la ira, la frustración y el desencanto.
Alberto Ruiz Gallardón ha demostrado ser una persona de mente muy abierta, y transparente, algo inusitado en un político. Todos sus estados de ánimo, sus intenciones, todo absolutamente se deja traslucir en su rostro, no es hombre dado al disimulo ni el engaño. Con los años se ha vuelto más niño todavía en sus actitudes, pues todo parece afectarle sobremanera, es como si no hubiera sabido fabricarse corazas para el alma como las que el resto de los mortales solemos defendernos de las agresiones externas.
Se le ve eufórico cuando recibe el cariño y el apoyo del ciudadano de a pie que quiere estrecharle la mano, abrazarle o hacerse una foto con él, no parece molestarle que cualquier desconocido se le pueda acercar y se tome tantas confianzas. Agradece mucho las palabras de aliento y apoyo de la gente.
Cuando recibió tantas críticas por lo del soterramiento de la M-30, se le veía al borde de la depresión. Yo pensé que como aquello durara mucho más iba a perder la cordura. Las situaciones le sobrepasan. Me recordó a Clinton, cuando fue elegido presidente, y se enfadaba con los periodistas y con la gente porque se le echaban encima, a duras penas contenidos por sus guardaespaldas. Se ponía rojo como la grana e increpaba y empujaba a todo el mundo. La viva imagen del agobio, pero no era para menos, en ese momento representaba la cabeza visible de una nación que se supone son los dueños del planeta. Quizá el cargo le venía grande.
La compostura no se debe perder nunca, y menos si se es un político. Hay que mantener la imagen pública y dar la impresión de ser una suerte de Superman capaz de aguantar el tipo hasta en los peores momentos, y parecer siempre dueño de la situación y de tu persona. El lamentable caso de Sarkozy es ejemplo de todo lo contrario, ya que insulta a la gente que le increpa por la calle. Eso es inadmisible.
A nuestro alcalde le pierden su falta de madurez y su poquito de ambición. Con la trayectoria que ha tenido hasta ahora le tenía yo por hombre más sentado. Demasiado trabajo, necesita unas largas vacaciones, dedicarse a otras cosas, cambiar los horizontes personales, si no corre el riesgo de perder el norte. Aunque luego regrese, porque el gusanillo de la política lo lleva metido en la sangre, le viene de familia. Me hizo gracia cuando amenazó con retirarse, no puede, no está escrito en su código de barras genético.
Cualquier persona que se dedique a servir a los demás, da igual en qué trabajo sea, no puede esperar nada a cambio más allá de su sueldo, si realmente el fin que persigue es el bienestar público. Los intereses personales quedan para los que trabajan en su propio beneficio.
La recompensa más gratificante debería ser el reconocimiento público, y si éste no llega porque incomprendidos somos legión, por lo menos la satisfacción de haber puesto lo mejor de nosotros mismos en el empeño.
Nada hay que dar por sentado de antemano, y cuando se monta en un caballo tan imprevisible y salvaje como el de la política, más aún. Ya es bastante con intentar permanecer sobre la montura el mayor tiempo posible sin caer al suelo estrepitosamente.
A veces nos vemos sobrepasados por las circunstancias, por el devenir de la vida, por la fuerza del sino, pero todos estamos embarcados en la misma nave, y esperamos llegar a buen puerto. Lo que no cabe duda es que Gallardón es un hombre valiente, con ideas propias, que se atreve con cosas que otros nunca emprenderían.
Gallardón, sabes que ésto de la política, y más si es en Madrid, es como una verbena, y no precisamente la de San Isidro. Tú mismo.
Sojuzgado por miembros de su propio partido, que le tachan de “progresista”, y criticado desde todos los ámbitos del panorama nacional a raíz de las polémicas obras de soterramiento de la M-30 y la instalación de parquímetros, no dudó en apoyar el matrimonio homosexual oficiando él mismo uno. Curiosamente, Manuel Fraga, conservador donde los haya, salió en su defensa.
Parecía lógico que, tras una brillante carrera profesional como la que ha tenido hasta el momento, el broche de oro lo pusieran las últimas elecciones generales en las que iba a presentarse como número dos del partido, pero Rajoy no quiso.
La reacción tan mala que ha tenido Gallardón está disculpada a la vista de todos sus logros anteriores. Las tensiones tan grandes que tienen que soportar los cargos públicos acaban con los nervios de cualquiera, y cuando el esfuerzo no se ve recompensado como uno quisiera, llegan la ira, la frustración y el desencanto.
Alberto Ruiz Gallardón ha demostrado ser una persona de mente muy abierta, y transparente, algo inusitado en un político. Todos sus estados de ánimo, sus intenciones, todo absolutamente se deja traslucir en su rostro, no es hombre dado al disimulo ni el engaño. Con los años se ha vuelto más niño todavía en sus actitudes, pues todo parece afectarle sobremanera, es como si no hubiera sabido fabricarse corazas para el alma como las que el resto de los mortales solemos defendernos de las agresiones externas.
Se le ve eufórico cuando recibe el cariño y el apoyo del ciudadano de a pie que quiere estrecharle la mano, abrazarle o hacerse una foto con él, no parece molestarle que cualquier desconocido se le pueda acercar y se tome tantas confianzas. Agradece mucho las palabras de aliento y apoyo de la gente.
Cuando recibió tantas críticas por lo del soterramiento de la M-30, se le veía al borde de la depresión. Yo pensé que como aquello durara mucho más iba a perder la cordura. Las situaciones le sobrepasan. Me recordó a Clinton, cuando fue elegido presidente, y se enfadaba con los periodistas y con la gente porque se le echaban encima, a duras penas contenidos por sus guardaespaldas. Se ponía rojo como la grana e increpaba y empujaba a todo el mundo. La viva imagen del agobio, pero no era para menos, en ese momento representaba la cabeza visible de una nación que se supone son los dueños del planeta. Quizá el cargo le venía grande.
La compostura no se debe perder nunca, y menos si se es un político. Hay que mantener la imagen pública y dar la impresión de ser una suerte de Superman capaz de aguantar el tipo hasta en los peores momentos, y parecer siempre dueño de la situación y de tu persona. El lamentable caso de Sarkozy es ejemplo de todo lo contrario, ya que insulta a la gente que le increpa por la calle. Eso es inadmisible.
A nuestro alcalde le pierden su falta de madurez y su poquito de ambición. Con la trayectoria que ha tenido hasta ahora le tenía yo por hombre más sentado. Demasiado trabajo, necesita unas largas vacaciones, dedicarse a otras cosas, cambiar los horizontes personales, si no corre el riesgo de perder el norte. Aunque luego regrese, porque el gusanillo de la política lo lleva metido en la sangre, le viene de familia. Me hizo gracia cuando amenazó con retirarse, no puede, no está escrito en su código de barras genético.
Cualquier persona que se dedique a servir a los demás, da igual en qué trabajo sea, no puede esperar nada a cambio más allá de su sueldo, si realmente el fin que persigue es el bienestar público. Los intereses personales quedan para los que trabajan en su propio beneficio.
La recompensa más gratificante debería ser el reconocimiento público, y si éste no llega porque incomprendidos somos legión, por lo menos la satisfacción de haber puesto lo mejor de nosotros mismos en el empeño.
Nada hay que dar por sentado de antemano, y cuando se monta en un caballo tan imprevisible y salvaje como el de la política, más aún. Ya es bastante con intentar permanecer sobre la montura el mayor tiempo posible sin caer al suelo estrepitosamente.
A veces nos vemos sobrepasados por las circunstancias, por el devenir de la vida, por la fuerza del sino, pero todos estamos embarcados en la misma nave, y esperamos llegar a buen puerto. Lo que no cabe duda es que Gallardón es un hombre valiente, con ideas propias, que se atreve con cosas que otros nunca emprenderían.
Gallardón, sabes que ésto de la política, y más si es en Madrid, es como una verbena, y no precisamente la de San Isidro. Tú mismo.
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