lunes, 5 de mayo de 2008

Fragilidad


Reivindico la fragilidad para el sexo femenino. Parece que desde hace tiempo las mujeres renegamos del calificativo que se supone nos han puesto los hombres cuando nos empezaron a llamar el “sexo débil”.
Fragilidad, no como algo quebradizo que termina rompiéndose, sino como algo delicado, sensible, aunque la delicadeza y la sensibilidad no sean monopolio exclusivo de la mujer.
Todas tenemos una cierta fragilidad, en mayor o menor grado, incluso las mujeres que parecen más fuertes albergan dentro de sí un pequeño reducto frágil al que nadie más que ellas, y quienes ellas quieran, tiene acceso.
Siempre me viene a la memoria cuando pienso en todas estas cosas la imagen de Marilyn. Ella representa el topicazo de la rubia tonta y explosiva cuya única y principal finalidad en la vida es conquistar hombres. Hay veces que el físico de una persona la condiciona para el resto de su vida, y más si piensa que le puede sacar partido. Marilyn, que era pura fragilidad, fue beneficiaria y al mismo tiempo víctima de su imagen, tan artificial y tan alejada de su realidad. Muchas mujeres ha habido con un físico tan impresionante o más que el de ella, y rubias de bote explosivas y tontas ni se sabe. Pero ella destacó por encima de todas por algo especial que transmitía, distinta del resto, una exuberancia coquetona, provocativa e ingenua que se mezclaba con una gran vulnerabilidad, una especie de temor que asomaba a veces a sus ojos y que hacía que pareciera como un animalillo asustado al que había que proteger y cuidar.
De ser una niña criada entre orfanatos y hogares adoptivos en los que nunca la trataron bien, pasó a ser en poco tiempo una sex-symbol mundial cuya imagen permanece en el ideario masculino muchos años después de que nos dejara tan trágicamente. En su caso la fragilidad pudo más que cualquier otra cosa.
Pero el caso de fragilidad femenina que más me ha dado que pensar siempre es el de las lolitas. Recuerdo cuando ví la película, la versión primigenia que protagonizó James Mason, y mucho después cuando me leí el estupendo libro de Vladimir Nabokov en el que se basaba. En él las llamaba “nínfulas”, adolescentes muy atractivas que vuelven locos a los cincuentones. Sorprende que la versión cinematográfica no escandalizara más en su momento por tratar un tema tan escabroso. En el film se ve a Lolita, con sus quince ó dieciséis años, comiendo palomitas o chupando una piruleta, junto a un hombre maduro que la acapara con la única finalidad de obtener de ella lo que la mayoría quieren de las mujeres, pero cuando son un poco más mayores. Lolita, aunque también tiene su malicia y sabe utilizar sus encantos para manejar a los hombres, conmueve comprobar cómo aún es una niña en la mayoría de las cosas, y que sólo quiere hacer cosas propias de la gente de su edad. Se ve la crueldad del hecho de aprovechar su ingenuidad, su falta de experiencia y el que su personalidad aún no está formada, para conseguir lo que de forma natural tendría que venir más adelante.
La fragilidad de Lolita, de todas las lolitas que en el mundo han sido y son. Al señor que la sedujo supongo que hoy en día lo llamarían pedófilo.
Aunque parece que hoy en día se han cambiado las tornas y es la mujer la que toma la iniciativa en su relación con los hombres, a veces avasalladoramente la verdad, creo que perdura la fragilidad femenina por encima de modas y costumbres.
Que nuestra fragilidad no sea nunca algo que el hombre quiera destruir, si no respetar y cuidar. Ellos también la tienen, aunque a veces no lo parezca, y nosotras no querríamos nunca violentarla.

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