martes, 29 de abril de 2008

Maniática de la última palabra (XII)

- Hace poco, durante una de las clases de baile del programa “Fama”, una profesora le dijo a una de las alumnas a la que no terminaba de salir bien un movimiento, que primero tenía que sentirlo (interiorizar la música) y luego tenía que bailarlo. No se puede hacer bien una cosa sin haber antes pasado por la otra. Me gustó la forma como lo explicaba, y creo que ocurre lo mismo con el resto de las Artes: primero hay que sentir una cosa y después ya se puede escribir sobre ella, pintarla, esculpirla, tocarla con un instrumento musical o, como en este caso, interpretarla con el cuerpo. Si no hay sentimiento, se convertiría en un acto mecánico, vacío.

- Ya están mis hijos otra vez con sus juegos. Ahora les ha dado por jugar a la guerra, aunque ojalá las guerras funcionaran así. Mi hijo ha hecho una trinchera apilando todas las cintas de video de dibujos animados que tenemos en casa. Ha dejado un pequeño hueco para meter un cilindro de papel que dice que es como un catalejo, y se ha armado con un montón de conos que ha hecho también con papel a los que llama dardos, que lanza al enemigo metiéndolos en un tubo y soplando.
Su hermana ha construido su trinchera con cajas grandes de juegos que nunca utiliza y también ha puesto un catalejo, pero lo ha sofisticado todo mucho más, porque ella no va a la guerra de cualquier manera: se ha colocado una alfombra, unos cojines, una manta, un ordenador portátil de juguete y un teléfono con forma de labios rosas. Se puso unas gafas de sol para protegerse los ojos de los ataques. Ella es muy “chic”.

- Me quedé gratamente sorprendida hace poco con la película de la hija de Coppola, “Mª Antonieta”. Cómo se puede reflejar así el color, es un impacto para los sentidos, no parece real, tanta nitidez. La mirada se relaja y disfruta con los decorados, el vestuario y los paisajes. La cámara se interna en todos los rincones, entre las telas de los ropajes, se mete encima de las tartas, los merengues, las frutas, las copas de champán, parece que se va a dar un festín. Sigue a la protagonista cuando pasea por el campo, y casi se puede oir el “frufrú” suave de su vestido al deslizarse sobre la hierba, se detiene en la mano de ella cuando roza con los dedos las flores al pasar, o en su brazo de piel tan blanca cuando lo saca por la ventanilla del carruaje para sentir la brisa. Se recrea en un amanecer dorado sobre un estanque, en las praderas de un verde casi irreal y salpicadas de margaritas, en la leche vertida en un maravilloso juego de tazas de porcelana cuando Mª Antonieta y sus amigas disfrutan de una merienda en el porche de su casa de campo.
“Estallido de color”, “femenina y placentera”, son algunos de los calificativos que he visto en Internet sobre la película.
El placer de la recreación visual.

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