martes, 8 de abril de 2008

De amor y de sombra

La verdad es que no me suelo parar a pensar mucho en la relación que tienen mis padres como pareja, supongo que porque ya tengo bastante con mis propios abatares sentimentales, pero no deja de ser una cosa más de mi vida que me gustaría poder cambiar para que fuera de otra manera.
Los recuerdo de niña siempre tiernos el uno con el otro. Se llamaban por apelativos cariñosos que sólo ellos conocían, y se prodigaban abrazos aquí y allá cuando estaban en casa. Mi padre solía poner su cabeza sobre el pecho de mi madre, y ella le acariciaba el pelo con una mano mientras la otra la depositaba sobre su cara. Reían juntos con frecuencia, y si alguna diferencia hubo entre ellos, la solventaron cuando no estábamos mi hermana y yo delante.
Aunque sus formas de ser siempre han sido muy distintas, tenían la misma educación y la misma forma de educarnos a nosotras. No solía haber desacuerdos entre ellos en casi ningún tema.
Si bien mi madre siempre se quejaba de soledad, porque mi padre estuvo muchos años pluriempleado. Cuando él dejó su trabajo de la tarde, el que más le gustaba, donde la verdad es que le pagaban nunca, mal y tarde, fue como si una sombra planeara sobre ellos.
Con dos empleos o sólo con uno, nunca tuvimos en casa una economía muy boyante, cosa que no nos impidió ser felices, ni tampoco nos creó ningún complejo. Pero mi padre, desocupado por las tardes, comenzó a aburrirse. Vagaba por la casa sin encontrar nada que hacer que le gustase. Sólo escuchar música clásica ha sido su principal hobby, además de dar largos paseos. Mi madre tampoco pareció mucho más contenta por el hecho de tenerlo al lado más tiempo.
Un desacuerdo entre mi abuela paterna y mi madre durante unas vacaciones, que terminó con malas palabras de ésta hacia aquella (el eterno dilema de las suegras), fue el comienzo del deterioro en la relación de mis padres, que tampoco pasaba por su mejor momento. Como además mi abuela enfermó al poco tiempo, posiblemente por el disgusto que tuvo, mi padre guardó este hecho en su corazón como una herida abierta que nunca dejó de sangrar.
Su relación con nosotras, sus hijas, también fue a peor. Ya éramos mayores y reclamábamos una lógica libertad que nunca terminaba de llegar. Pienso a veces que perdieron los papeles tanto en lo relativo a ellos como pareja como en lo concerniente a nuestra educación.
Mi madre comenzó a llorar por cualquier cosa. Algunas veces lo hacía cuando estábamos sentados todos a la mesa a la hora de comer. A ella se le mezclaban las lágrimas con la comida, mientras mi padre ponía cara de pócker , como si no pudiera hacer nada para evitarlo o se sintiera impotente.
Lo peor era ver que casi nunca reían ya juntos, ni se abrazaban, y dejaron de llamarse por los apelativos cariñosos que había inventado el uno para el otro.
Un día, haciendo limpieza, descubrimos un vestido de mamá de cuando era joven, que estaba escondido debajo de uno de los asientos de los sillones del salón. Cuando le preguntamos a mi padre puso cara de apuro pero no dijo nada. Posiblemente quiso retener un retazo del pasado de ellos cuando aún eran felices, enfermo de nostalgia por una época de su vida que él añora y que ya no volvería a repetirse jamás.
Desde que se casó mi hermana y se quedaron solos en casa, discuten por cualquier cosa. Cuando hablan conmigo, el uno le quita la razón al otro, y si es un tema relacionado con mi divorcio, mi padre le manda callar a mi madre si insiste mucho, lo que a ella le saca de quicio.
Por las noches ven la televisión en habitaciones separadas, porque a cada uno les gustan programas distintos.
Tan sólo alguna vez, cuando nos reunimos todos para celebrar algún cumpleaños o santo, parecen contentos de nuevo y hasta mi madre se permite el lujo de acariciar la cara de mi padre o de cogerle del brazo, y él se deja hacer un poco a regañadientes. Hasta se me hace raro cuando los veo cariñosos entre ellos otra vez.
Mi madre me solía contar que cuando yo era niña (muy pequeña debía ser porque no lo recuerdo), si les veía un poco serios y distantes les cogía de las manos, se las juntaba y les decía “amoraros”, término de mi cosecha que supongo que significa que se tuvieran amor, y que aún empleo alguna vez cuando los veo enfadados para que se rían un poco.
Si bien es cierto que la convivencia y el paso del tiempo minan mucho la relación de pareja, a lo que nunca se tendría que llegar es a la animadversación mutua y la falta de respeto. La ausencia de comunicación es la clave de todo, porque aunque cada uno piense de forma diferente sobre una determinada cosa, siempre hay un punto de convergencia, como en un tira y afloja o una transacción comercial, en el que se puede llegar a un acuerdo aunque sea mínimo. De otra manera vienen los malos entendidos, el pensar mal del otro antes que bien y a veces injustificadamente, y todo ello se va acumulando y es como una pirámide cuyo vértice nunca llegas a ver, porque el desamor lo mismo que el amor no tiene límites.
Creo que mis padres se han envejecido antes de tiempo, y no sólo físicamente si no también psíquicamente, por esa falta de amor, algo que día a día produce un desgaste enorme.
Por propia experiencia sé que a veces se llega a un punto de absoluta oscuridad en la pareja, cuando lloras más veces que ríes, cuando empiezas a perder tu dignidad como persona y tu autoestima, cuando te horrorizas ante la idea de tener que envejecer al lado de una persona así. Entonces es como una enfermedad, un cáncer que te va destruyendo poco a poco, todo lo contrario del amor que es algo que te reconstruye por dentro y te da vida.
En el caso de mis padres, como en el de tantas parejas que llegan a mayores juntos, lo suyo sería que cuidaran el uno del otro más que nunca, porque la salud es más precaria y porque parece que el final está más cerca. Pero como los humores se agrían y el desgaste es muy grande, suele pasar justo lo contrario.
Para mí es como una pesadilla, cuando al principio hay amor, y luego sólo hay sombra.

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