martes, 15 de abril de 2008

Mi habitación

Siempre hay un lugar al que echamos de menos porque en él pasamos muchos momentos de nuestra vida, y al que ya nunca volvemos o si lo hacemos no lo encontramos igual. En mi caso es la habitación que compartía con mi hermana cuando aún vivía en casa de mis padres.
La primera vez que dormí en ella tenía yo año y medio y me pusieron en una cama enorme en la que casi me perdía para dejar el que era mi sitio en la cuna en la habitación de mis padres, cuando nació mi hermana. Me cuentan que sufrí celos tristones porque, aún siendo tan pequeña, me debí sentir desplazada, y se me quitaron las ganas de comer y dormir.
Recuerdo cuando más tarde pusieron la cuna de mi hermana junto a mi cama, y que le tuvieron que colocar una malla por encima para que no se escapara. Yo la veía escurrirse, no sé cómo, y bajar al suelo deslizándose por los barrotes. “¿Pero tú no has visto nada?”, me decía mi madre un poco enfadada, y yo ponía cara de inocente.
Luego a ella le pusieron otra cama como la mía, con una mesilla en medio de las dos. Yo le hacía perrerías: alguna vez que se sintió mal, si estaba en la cama medio incorporada vomitando en un recipiente puesto en el suelo, yo le decía cosas repugnantes para que vomitara más.
El día que hacíamos la Comunión, mi hermana se despertó pronto porque debía estar nerviosa, y no se le ocurrió otra cosa que intentar despertarme a mí. “¡Pilar, Pilar, que ya es de día, que hoy hacemos la 1ª Comunión!”, recuerdo que me dijo. Aunque no suelo tener mal despertar, aquel día, con mis incipientes ocho años, la mandé a la mierda. “Ya no puedes comulgar, has dicho una palabrota y eso es pecado”, me dijo compungida.
Tiempo después nos pusieron camas abatibles para que hubiera más espacio, y un secreter en el que pasé años y años estudiando. En las paredes teníamos puesto de todo: un gran póster de la película “La familia”, una tarjeta en la que se veía a un elefante y un ratón viajando juntos en globo y en la que se podía leer: “La amistad no depende de cosas como el espacio y el tiempo”. También teníamos fotos de actores americanos: James Dean, Marlon Brando, Warren Beaty cuando hizo “Reds”...
En la cabecera de la cama, mi hermana tenía fotos de chicos guapos, algunos haciendo windsurf. Yo tenía fotos de series de televisión que seguía por entonces y que me encantaban: “Kunta Kinte”, “Los Roper”, “Starsky y Hutch”.... También imágenes de nebulosas de colores que recorté de un reportaje precioso del “Hola”, y el perfil del dibujo de un hombre vuelto de espaldas, atlético, con una cazadora negra y el pelo azabache muy bien peinado. Anunciaba una colonia de hombre, “Jules”, y me parecía que tenía un estilazo impresionante. Para rematar hice una estrella de David en dos tonos de azul en cuanto ví la serie “Holocausto” y me hice consciente por primera vez del problema judío. Todas las causas perdidas han sido siempre mías.
Yo seguía haciéndole trastadas a mi hermana. En una ocasión en que nos marchábamos de vacaciones a la playa, la desperté de madrugada haciéndole creer que ya era hora de levantarse para irnos. La pobre se lo creyó y se puso tan contenta, y qué desilusión cuando le dije la verdad.
En otras ocasiones le metía los dedos en la nariz. Tardaba bastante en abrir la boca. O se ponía a hablar en sueños y yo le preguntaba cosas, que ella me respondía. Luego no se acordaba de nada.
Cada vez que me ponía mala, pues pasé todas la enfermedades infantiles posibles, ella se acercaba a mi cama para que la contagiara y así no tener que ir al colegio, pero fue en vano porque siempre tuvo una salud de hierro.
A veces, si nos costaba dormirnos, nos poníamos a decir palabras malsonantes, la mayoría un poco marrones, y nos reíamos hasta que se nos saltaban las lágrimas. Mis padres nos mandaban callar desde la habitación de al lado.
Las dos éramos muy distintas. Yo siempre fui muy ordenada y ella todo lo contrario. Había dos zonas en la habitación separadas por una línea imaginaria, y se veía claramente a cuál pertenecía cada una de ellas.
Cuando mi hermana empezó a fumar, sólo una vez lo hizo en la habitación. Yo no dije nada, pero por la cara que puse supo que no estaba bien y no volvió a repetirlo jamás.
Me gustaba tumbarme en mi cama, que estaba junto a la ventana, cuando entraba el sol a raudales, y sólo aquello bastaba para que me quedara dormida, sentía una tranquilidad interior muy grande.
Echo en falta también cuando nos cogíamos de la mano mi hermana y yo en la oscuridad de la habitación, poco antes de dormirnos.
Qué a gusto dormía en mi cama. Ya no he vuelto a dormir así. El día que me casaba, recuerdo que me senté nada más incorporarme y ví mi vestido de novia por la puerta entreabierta, colgando de lo más alto de la librería del salón. Pensé que era mi último día en mi habitación, y no fue así porque cuando llevaba tres meses casada volví en una ocasión para dormir allí y no quedarme sola en mi casa, pues mi suegra se había puesto mala y mi entonces marido pasaba la noche en el hospital. Yo estaba embarazada de no más de dos ó tres semanas, pero aún no lo sabía.
Aquella fue la última vez que descansé a gusto. Luego mi hermana cambió la habitación y la adaptó para ella sola. No volvió a ser la misma.
Aún me gusta estar allí alguna vez, cuando entra el sol por la ventana, y sigo sintiendo una sensación de paz.
Allí pasé años jugando, estudiando, leyendo, escribiendo, escuchando música..... y soñando.

No hay comentarios:

 
MusicaServicios LocalesContadorsAnuncios ClasificadosViajes