Si hay un personaje que ha merecido pasar a los anales de nuestra Historia más reciente por su trayectoria es Marlon Brando. Camaleónico hasta su máxima expresión, conozco a pocas personas que hayan sufrido tantas transformaciones a lo largo de su vida, desde que comenzó a ser conocido, hasta el final de sus días, ya en la vejez.
Con su controvertida personalidad, es un ser humano que no dejó de sorprender a todo el mundo a lo largo de su vida, siempre imprevisible, muchas veces polémico y escandaloso.
Desde que hizo su primera película llamó poderosamente la atención. Con un físico atlético y un rostro bello que parecía esculpido en piedra, dio muestras de un talento para la interpretación fuera de lo común. Si alguna vez resultó inexpresivo, siempre terminabas hallando en su mirada el sentimiento que la escena requería, daba igual lo intensa que fuera. El resto de las veces en su rostro aparecían todas las emociones de que es capaz el ser humano, llevadas a su máxima expresión si llegaba el caso, desde la felicidad más intensa hasta el dolor más desgarrador. Todo su cuerpo emanaba una fuerza y una sensualidad que a nadie pasaba desapercibida.
Hace poco, en un documental que ví sobre él, se hablaba del magnetismo que ejercía sobre las mujeres. Las conquistaba con una conversación, en la que las dejaba hablar a ellas, pareciendo poner todo su interés en lo que decían, mientras las miraba fija e hipnóticamente y sacaba a relucir la más sugerente de sus sonrisas. Dicen que conquistó a cientos, aunque sus gustos a la hora de elegir esposas fueron muy concretos y bastante exóticos.
Hizo películas de muchas clases, y cuando fue alcanzando la madurez se decantó por la lucha antirracista y el ecologismo, dedicando a ello buena parte de su vida, y llegando a sufrir amenazas de muerte por ello. Su generosidad no tuvo límites. Había que darle un sentido y una utilidad a la vida.
La primera vez que fue galardonado con un Oscar, dice que se sintió ridículo y absurdo, objeto de una atención masiva que le sobrepasó, dejándose fotografiar mil veces y posando con una sonrisa fingida porque se encontraba fuera de lugar, y se juró entonces que si volvían a premiarlo no acudiría a una ceremonia como aquella, y así fue.
Su forma de prepararse para rodar era muy peculiar, porque aunque la cámara hubiera empezado a rodar, él permanecía aún cinco o diez minutos divagando hasta que se decidía a decir sus frases, pero cuando lo hacía todos los que estaban en el estudio seguían atentos su intervención, sin poder apartar la mirada.
También tenía sus pequeños trucos, como cuando se quedaba mirando hacia arriba, callado, como si estuviera meditando sobre lo siguiente que iba a decir, cuando en realidad era que no se acordaba de la frase que le tocaba.
En un rodaje que transcurría en las montañas, le gustaba apartarse del resto del equipo para bañarse en un río cercano con los caballos. El contacto con la Naturaleza era vital para el.
De algunas de sus películas abominó después de verse en ellas, como en “El último tango en París”. En otras fue contratado cuando ya todos creían que estaba acabado para su profesión, como en “El padrino”.
Hay veces, como en “Apocalipsis now”, que su interpretación me ha dado incluso miedo. Algo dentro de su cabeza empezó a funcionar de forma distinta a partir de un cierto momento de su evolución personal. Era muy inquietante, una mezcla de tristeza, desencanto, escepticismo, y una violencia sorda, latente, con tintes siniestros, rayanos en la locura. El caso es que dicen los que le conocieron que disfrutaba de las cosas como un niño, con una capacidad para entusiasmarse por todo que se acrecentó en la vejez.
Dejando a un lado su tormentosa vida privada, fue un padre tierno y sentimental, al que le gustaba hacer reir a sus numerosa prole a la hora de la comida cuando, sentados todos a la mesa, les hacía cada día trucos de magia distintos que les sorprendían y entretenían y que nadie supo nunca de dónde sacaba. Los problemas que algunos de sus hijos tuvieron con la justicia con el paso del tiempo, ensombrecieron sus últimos años.
Ya al final, con la imagen que nos dejó de su absoluto abandono físico, con una obesidad galopante a la que no puso freno y que contrastaba terriblemente con la perfección de su cuerpo cuando fue joven, sólo pienso en que se trató en realidad de una persona humilde, que tuvo en su mano todo lo que cualquiera podría desear pero sin ostentación, que se dejó llevar por la pasión y que disfrutó de lo que le rodeaba al máximo. Si podía comprar una isla paradisíaca en un remoto rincón del mundo que le había cautivado por su belleza, lo hacía, se le considerara o no extravagante.
Marlon Brando creo que fue, ante todo, un ser humano, con sus grandezas y sus miserias, alguien que nunca se escondió de nada y al que le importó muy poco la opinión ajena. Él siempre se mostró tal cual era, sin temor, se expuso a la mirada pública sin protección, sin barreras, y manteniendo su dignidad personal. Se entregaba en cuerpo y alma a todo aquello que emprendía, hasta el último momento.
Con su controvertida personalidad, es un ser humano que no dejó de sorprender a todo el mundo a lo largo de su vida, siempre imprevisible, muchas veces polémico y escandaloso.
Desde que hizo su primera película llamó poderosamente la atención. Con un físico atlético y un rostro bello que parecía esculpido en piedra, dio muestras de un talento para la interpretación fuera de lo común. Si alguna vez resultó inexpresivo, siempre terminabas hallando en su mirada el sentimiento que la escena requería, daba igual lo intensa que fuera. El resto de las veces en su rostro aparecían todas las emociones de que es capaz el ser humano, llevadas a su máxima expresión si llegaba el caso, desde la felicidad más intensa hasta el dolor más desgarrador. Todo su cuerpo emanaba una fuerza y una sensualidad que a nadie pasaba desapercibida.
Hace poco, en un documental que ví sobre él, se hablaba del magnetismo que ejercía sobre las mujeres. Las conquistaba con una conversación, en la que las dejaba hablar a ellas, pareciendo poner todo su interés en lo que decían, mientras las miraba fija e hipnóticamente y sacaba a relucir la más sugerente de sus sonrisas. Dicen que conquistó a cientos, aunque sus gustos a la hora de elegir esposas fueron muy concretos y bastante exóticos.
Hizo películas de muchas clases, y cuando fue alcanzando la madurez se decantó por la lucha antirracista y el ecologismo, dedicando a ello buena parte de su vida, y llegando a sufrir amenazas de muerte por ello. Su generosidad no tuvo límites. Había que darle un sentido y una utilidad a la vida.
La primera vez que fue galardonado con un Oscar, dice que se sintió ridículo y absurdo, objeto de una atención masiva que le sobrepasó, dejándose fotografiar mil veces y posando con una sonrisa fingida porque se encontraba fuera de lugar, y se juró entonces que si volvían a premiarlo no acudiría a una ceremonia como aquella, y así fue.
Su forma de prepararse para rodar era muy peculiar, porque aunque la cámara hubiera empezado a rodar, él permanecía aún cinco o diez minutos divagando hasta que se decidía a decir sus frases, pero cuando lo hacía todos los que estaban en el estudio seguían atentos su intervención, sin poder apartar la mirada.
También tenía sus pequeños trucos, como cuando se quedaba mirando hacia arriba, callado, como si estuviera meditando sobre lo siguiente que iba a decir, cuando en realidad era que no se acordaba de la frase que le tocaba.
En un rodaje que transcurría en las montañas, le gustaba apartarse del resto del equipo para bañarse en un río cercano con los caballos. El contacto con la Naturaleza era vital para el.
De algunas de sus películas abominó después de verse en ellas, como en “El último tango en París”. En otras fue contratado cuando ya todos creían que estaba acabado para su profesión, como en “El padrino”.
Hay veces, como en “Apocalipsis now”, que su interpretación me ha dado incluso miedo. Algo dentro de su cabeza empezó a funcionar de forma distinta a partir de un cierto momento de su evolución personal. Era muy inquietante, una mezcla de tristeza, desencanto, escepticismo, y una violencia sorda, latente, con tintes siniestros, rayanos en la locura. El caso es que dicen los que le conocieron que disfrutaba de las cosas como un niño, con una capacidad para entusiasmarse por todo que se acrecentó en la vejez.
Dejando a un lado su tormentosa vida privada, fue un padre tierno y sentimental, al que le gustaba hacer reir a sus numerosa prole a la hora de la comida cuando, sentados todos a la mesa, les hacía cada día trucos de magia distintos que les sorprendían y entretenían y que nadie supo nunca de dónde sacaba. Los problemas que algunos de sus hijos tuvieron con la justicia con el paso del tiempo, ensombrecieron sus últimos años.
Ya al final, con la imagen que nos dejó de su absoluto abandono físico, con una obesidad galopante a la que no puso freno y que contrastaba terriblemente con la perfección de su cuerpo cuando fue joven, sólo pienso en que se trató en realidad de una persona humilde, que tuvo en su mano todo lo que cualquiera podría desear pero sin ostentación, que se dejó llevar por la pasión y que disfrutó de lo que le rodeaba al máximo. Si podía comprar una isla paradisíaca en un remoto rincón del mundo que le había cautivado por su belleza, lo hacía, se le considerara o no extravagante.
Marlon Brando creo que fue, ante todo, un ser humano, con sus grandezas y sus miserias, alguien que nunca se escondió de nada y al que le importó muy poco la opinión ajena. Él siempre se mostró tal cual era, sin temor, se expuso a la mirada pública sin protección, sin barreras, y manteniendo su dignidad personal. Se entregaba en cuerpo y alma a todo aquello que emprendía, hasta el último momento.
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