viernes, 25 de abril de 2008

Madre Teresa: en los límites de la dignidad. La revolución del amor





Hubo una mujer en la India, una monja occidental, a la que durante cincuenta años se la pudo ver entre la muchedumbre actuando sin descanso, vestida con un sari blanco ribeteado de azul, y con una cruz prendida sobre un hombro.
Madre Teresa había llegado desde muy lejos a aquel país, y durante un tiempo fue directora y profesora en un colegio muy exclusivo, pero aquel trabajo no era suficiente para ella. Sabía que fuera de allí había un pueblo hambriento y enfermo, que vivía en los límites de la dignidad humana. Sabía que la muerte estaba presente constantemente en las calles, que había miles de moribundos abandonados medio devorados por las ratas, niños comiendo basura, sin que nadie hiciera nada para remediarlo. Hay un hedor en todo Calcuta que difícilmente se percibe en ninguna otra parte del mundo.
Entonces dijo que quería salir y ayudar. Las autoridades eclesiásticas le negaron el permiso aduciendo que una monja europea no debía internarse por las calles en una época de grandes disturbios sociales, políticos y religiosos. Sólo se le permitiría si dejaba de ser monja. Madre Teresa tuvo que pedir la autorización al Vaticano, y le fue concedida.
Siguió un corto curso de enfermería y alquiló una cabaña en un barrio marginal para comenzar enseñando a los niños, a los que también bañaba, y para cuidar de los enfermos. Algunas personas le donaron enseres para su vivienda.
Los voluntarios no tardaron en llegar. “Queremos ayudar”, le decían. Un sacerdote donó un dinero con el que pudo levantar la primera escuela. Empezó a visitar los barrios de los leprosos, abandonados por sus propias familias. Según pude leer en Internet “la Madre Teresa llamó a todas las puertas para reclamar con amabilidad y firmeza todo tipo de ayudas. Su mirada penetrante, la dulzura de su sonrisa y su rostro, prematuramente surcado de arrugas, se hicieron en poco tiempo famosos en todo el mundo”. No siempre fue bien recibida, antes al contrario, fue insultada y despreciada más de una vez. Pero también recibió donaciones altruistas procedentes de todos los estratos sociales.
Fundó una orden religiosa que aún hoy en día, a pesar de la sequía vocacional que existe, no deja de aumentar en número, a pesar de la vida espartana que tienen que llevar y la dureza de la misión a la que se dedican. Viven de la caridad y por la caridad.
A unos budistas japoneses que les visitaron les transmitieron la costumbre de hacer ayuno todos los primeros viernes de mes, y el dinero que ahorraron se lo dieron a la Madre Teresa, que lo empleó en la construcción de un centro para las muchachas que estaban en la cárcel.
Hoy en día tienen casas repartidas por todo el mundo que acogen a todos aquellos que no importan a nadie, con independencia de cuál sea su religión: leprosos, niños abandonados, enfermos de SIDA.... Hace años algunas personas llegaban a suicidarse cuando recibían la noticia de que tenían esta enfermedad. En estos centros van a morir sin desesperación ni angustia. “Lo que más hiere a los necesitados es el estado de exclusión que su pobreza les impone”.
Llegaron a tirarles piedras cuando quisieron establecer en un barrio un centro para leprosos. “El milagro no es que hagamos este trabajo, sino que nos sintamos felices de hacerlo”.
Coincidiendo con los primeros tiempos de su labor en las calles, surgió en ella una profunda crisis de fe. A través de las cartas que durante décadas escribió a varios confesores, describe su sentimiento como “un enorme vacío y oscuridad”. Esto fue algo que le acompañó el resto de su vida y la hizo sufrir mucho.
Cuando una vez un hombre la criticó diciendo que en lugar de darles pescado a los pobres lo que tenía que hacer es enseñarles a pescar, ella contestó que “cuando recogemos a nuestros necesitados, carecientes y enfermos, no pueden siquiera mantenerse en pie. Yo les daré el alimento y después se los enviaré a usted para que les enseñe a pescar”.
Conoció durante varias décadas a personajes célebres, y en 1979 se le concedió el Premio Nobel de la Paz, entre otros muchos que recibió a lo largo de su vida. En esa ocasión convenció a los organizadores de la ceremonia para que renunciasen a organizar la clásica recepción y le entregasen el dinero que hubiera costado para obras benéficas. Su humildad, a pesar del reconocimiento público, fue enorme: “Líbrame Jesús mío del deseo de ser alabada [....], honrada [....], aprobada [.....], del temor de ser despreciada [....], calumniada, olvidada.....”
Cuando hablaba en público no preparaba discursos, decía sólo las cosas que le salían del corazón. Nunca se metió en cuestiones políticas, ni hizo denuncias sociales. No tenía tiempo. Sólo pedía ayuda.
Escribió seis libros, en los que dejó sus reflexiones personales acerca de todo lo que veía, y sobre Dios. Algunas de sus frases han dado sentido a muchas vidas:
“No hay peor pobreza que la soledad, el no sentirse amado, el verse abandonado”.
“El amor y la paz empiezan en el seno de la familia”.
“Los pequeños detalles, hechos con gran amor, llevan a la alegría y a la paz”.
“No hay barreras físicas para llegar con el espíritu a donde uno desea”.
“Es algo muy grande dejar de temer”.
En alguna ocasión se le reprochó que aceptaba donaciones sin tener en cuenta de quién procedían. Podía más su enorme sentido práctico.
Cuando tomaba una decisión, la llevaba adelante costase lo que costase, era muy difícil que diera marcha atrás. En ella se mezclaban una serena dulzura y humildad con una voluntad de hierro. Sólo así podemos entender cómo una mujer tan aparentemente frágil pudiera hacer tantas cosas y vivir hasta tan avanzada edad.
Madre Teresa hizo realidad las Bienaventuranzas: tuve hambre y me diste de comer, tuve sed y me diste de beber, estuve desnudo y me vestiste, no tenía casa y me diste posada. Trataba de hacer con amor lo que otros sólo hacían con dinero.
Ella llevó a cabo una auténtica revolución del amor, y elevó la dignidad del ser humano hasta cotas nunca antes alcanzadas.

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