Me parecía macabro ver en televisión el desfile luctuoso de todos
aquellos que quisieron ver a Lina Morgan, expuesta en el que fue su teatro,
con motivo de su fallecimiento. Las cámaras de televisión se asomaron a la sala y allí se veía, a lo
lejos, el féretro de la artista, una corona de flores a su lado y, al fondo, una gran pantalla sobre la que se
proyectaban imágenes cambiantes de ella. La gente pasaba por el escenario
para rendirle un último homenaje vestida de cualquier manera, con esas mallas que se llevan
tanto marcando lorzas y con camisetas de saldillo. Y digo que me pareció macabro ese
desfile porque a alguien como Lina no se la debería despedir con pompas
fúnebres sino con fiesta. Estaba en casa y, al mirar por la ventana, me di
cuenta de lo cerca que estaba, ya que el teatro de La Latina se está próximo a
mi barrio: sólo hay que subir una calle y en un cuarto de hora ya estás allí. No quise ir a despedirla porque si nunca la había visto en vida no iba a verla ahora muerta. En
realidad siempre estuvo muy cerca, la tenía al lado de casa como quien dice,
había sido casi vecina.
Lágrimas de Joaquín Kremel ante las cámaras (qué envejecido está por cierto), que no sé
si eran auténticas o de actor, porque con ellos nunca se sabe, recordando su
trabajo junto a Lina en la serie Hostal Royal Manzanares. Aunque aquel no fue
un programa especialmente bueno, lo cierto es que marcó récords de audiencia,
en una época, mediados de los 90, en que la calidad de la t.v. ya empezaba a
dejar mucho que desear. Recuerdo por aquel entonces, cuando se estrenó, que yo
estaba embarazada de mi hija y mi hijo era muy pequeño. Casi recién casada,
la noche era un momento sumamente agradable gracias ella. Sin ser nada del
otro mundo, Lina conseguía que la serie funcionara, que fuera entretenida, que
nos hiciera pasar un rato distraído y reirnos de paso un poco. Aquel programa
aliviaba mis soledades, que ya pronto habían aflorado, y mi cansancio del día. La
calidez de Lina, su saber hacer, el hecho de que fuera una figura que nos ha
acompañado toda la vida, incansable, perseverante, siempre fiel a sí misma,
hacía que fuera como un miembro más de la familia, alguien que se colaba en nuestra
casa y nos hacía sentir a gusto.
"Celeste no es un color" |
Pero a mí lo que más me hacía disfrutar eran sus piezas cómicas en el
teatro. Mis padres las tenían grabadas en video todas. En ellas explotaba los
contrastes, ella bajita, mal vestida, palurda, atolondrada, junto a mujeres
altas, bellas, arregladísimas, muy finas, que a su lado, sin embargo, parecían
tontas. Los actores que trabajaban con ella muchas veces no podían seguir
actuando, contagiados por la risa del público y la propia comicidad de las
situaciones, y Lina, muerta de risa también, les miraba de reojo, totalmente
cómplice, esperando a a que se rehicieran, como diciendo mira la que he organizado, esto no hay quien lo pare. Y
era verdad.
Lina ha trabajado, sobre todo en la gran pantalla, con los mejores
intérpretes que ha dado nuestra cinematografía. Figuras todas que han
desaparecido con el tiempo, como ahora ella, y que parecen casi olvidadas por las
nuevas generaciones, que ven aquellas películas de entonces trasnochadas y sin
sentido para los tiempos que corren. Y quizá tengan razón, pero en todas ellas
Lina supo traslucir su particular forma de hacer las cosas, de ver la vida, esa mezcla de
candidez, de vitalidad, de humor a raudales, incluso de genio si hacía falta.
Ella era una guapa que se hacía pasar por fea, pero con intención, le
servía a los personajes que interpretaba, porque en realidad era muy coqueta.
Se ha hablado mucho de su infancia tan difícil, cuando recogía cartones
por la calle con sus hermanos para poder sobrevivir. Pero la vida le ha dado
mucho también, tras grandes esfuerzos porque, como ella decía, tenía muy
entrenada la paciencia al haber soportado muchos fracasos antes de
que llegaran los éxitos. Lina siempre supo lo que quería y apostó fuerte,
confió en sí misma por encima de todo. Y ese teatro que compró, y que luego
terminó vendiendo años después, fue la culminación de sus aspiraciones. Pequeño,
coqueto, fue su 2ª casa, y estaba situado en el barrio donde nació. Toda
aquella zona estaba llena de recuerdos para ella. La iglesia de La Paloma,
situada no muy lejos, era un sitio que frecuentaba, pues era muy devota de esa
Virgen, un lugar que conocemos todos los que vivimos en esa zona.
Entrañable, cariñosa, vital, inteligente e hipersensible, creo que se
podría decir que Lina fue un ejemplo de mujer por su libertad de pensamiento,
su carácter emprendedor, su energía desbordante, su falta de prejuicios. Como
persona también hubo belleza en ella, con esas obras humanitarias que hacía,
porque quien ha pasado necesidad sabe cómo se sienten las personas que carecen
de todo. Siempre estará en nuestro corazón y en nuestra memoria, y me niego a
despedirla, y menos con parafernalias luctuosas. Hubo luces y sombras en su vida, como
las hay en la de todo el mundo, pero ella lo que nos dejó fue luz, una luz que nos iluminará ya
para siempre.
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