lunes, 24 de agosto de 2015

Querida Lina


Me parecía macabro ver en televisión el desfile luctuoso de todos aquellos que quisieron ver a Lina Morgan, expuesta en el que fue su teatro, con motivo de su fallecimiento. Las cámaras de televisión se asomaron a la sala y allí se veía, a lo lejos, el féretro de la artista, una corona de flores a su lado y, al fondo, una gran pantalla sobre la que se proyectaban imágenes cambiantes de ella. La gente pasaba por el escenario para rendirle un último homenaje vestida de cualquier manera, con esas mallas que se llevan tanto marcando lorzas y con camisetas de saldillo. Y digo que me pareció macabro ese desfile porque a alguien como Lina no se la debería despedir con pompas fúnebres sino con fiesta. Estaba en casa y, al mirar por la ventana, me di cuenta de lo cerca que estaba, ya que el teatro de La Latina se está próximo a mi barrio: sólo hay que subir una calle y en un cuarto de hora ya estás allí. No quise ir a despedirla porque si nunca la había visto en vida no iba a verla ahora muerta. En realidad siempre estuvo muy cerca, la tenía al lado de casa como quien dice, había sido casi vecina.

Lágrimas de Joaquín Kremel ante las cámaras (qué envejecido está por cierto), que no sé si eran auténticas o de actor, porque con ellos nunca se sabe, recordando su trabajo junto a Lina en la serie Hostal Royal Manzanares. Aunque aquel no fue un programa especialmente bueno, lo cierto es que marcó récords de audiencia, en una época, mediados de los 90, en que la calidad de la t.v. ya empezaba a dejar mucho que desear. Recuerdo por aquel entonces, cuando se estrenó, que yo estaba embarazada de mi hija y mi hijo era muy pequeño. Casi recién casada, la noche era un momento sumamente agradable gracias ella. Sin ser nada del otro mundo, Lina conseguía que la serie funcionara, que fuera entretenida, que nos hiciera pasar un rato distraído y reirnos de paso un poco. Aquel programa aliviaba mis soledades, que ya pronto habían aflorado, y mi cansancio del día. La calidez de Lina, su saber hacer, el hecho de que fuera una figura que nos ha acompañado toda la vida, incansable, perseverante, siempre fiel a sí misma, hacía que fuera como un miembro más de la familia, alguien que se colaba en nuestra casa y nos hacía sentir a gusto.

"Celeste no es un color"
Pero a mí lo que más me hacía disfrutar eran sus piezas cómicas en el teatro. Mis padres las tenían grabadas en video todas. En ellas explotaba los contrastes, ella bajita, mal vestida, palurda, atolondrada, junto a mujeres altas, bellas, arregladísimas, muy finas, que a su lado, sin embargo, parecían tontas. Los actores que trabajaban con ella muchas veces no podían seguir actuando, contagiados por la risa del público y la propia comicidad de las situaciones, y Lina, muerta de risa también, les miraba de reojo, totalmente cómplice, esperando a a que se rehicieran, como diciendo mira la que he organizado, esto no hay quien lo pare. Y era verdad.

Lina ha trabajado, sobre todo en la gran pantalla, con los mejores intérpretes que ha dado nuestra cinematografía. Figuras todas que han desaparecido con el tiempo, como ahora ella, y que parecen casi olvidadas por las nuevas generaciones, que ven aquellas películas de entonces trasnochadas y sin sentido para los tiempos que corren. Y quizá tengan razón, pero en todas ellas Lina supo traslucir su particular forma de hacer las cosas, de ver la vida, esa mezcla de candidez, de vitalidad, de humor a raudales, incluso de genio si hacía falta. Ella era una guapa que se hacía pasar por fea, pero con intención, le servía a los personajes que interpretaba, porque en realidad era muy coqueta.

Se ha hablado mucho de su infancia tan difícil, cuando recogía cartones por la calle con sus hermanos para poder sobrevivir. Pero la vida le ha dado mucho también, tras grandes esfuerzos porque, como ella decía, tenía muy entrenada la paciencia al haber soportado muchos fracasos antes de que llegaran los éxitos. Lina siempre supo lo que quería y apostó fuerte, confió en sí misma por encima de todo. Y ese teatro que compró, y que luego terminó vendiendo años después, fue la culminación de sus aspiraciones. Pequeño, coqueto, fue su 2ª casa, y estaba situado en el barrio donde nació. Toda aquella zona estaba llena de recuerdos para ella. La iglesia de La Paloma, situada no muy lejos, era un sitio que frecuentaba, pues era muy devota de esa Virgen, un lugar que conocemos todos los que vivimos en esa zona.

Entrañable, cariñosa, vital, inteligente e hipersensible, creo que se podría decir que Lina fue un ejemplo de mujer por su libertad de pensamiento, su carácter emprendedor, su energía desbordante, su falta de prejuicios. Como persona también hubo belleza en ella, con esas obras humanitarias que hacía, porque quien ha pasado necesidad sabe cómo se sienten las personas que carecen de todo. Siempre estará en nuestro corazón y en nuestra memoria, y me niego a despedirla, y menos con parafernalias luctuosas. Hubo luces y sombras en su vida, como las hay en la de todo el mundo, pero ella lo que nos dejó fue luz, una luz que nos iluminará ya para siempre.


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