jueves, 6 de agosto de 2015

Un poco de todo






- Aquí estoy con Anita, mi hija, en una foto que puso en mi muro de Facebook para felicitarme el cumpleaños el mes pasado. Qué pronto pasa el tiempo. Ahora que ella ha cumplido por fin sus 18 años, me parece que no ha transcurrido apenas nada desde que la tenía junto a mí nada más nacer. Hoy es una joven mujer hermosa por dentro y por fuera, inteligente, buena y sensible, con muchos recursos para defenderse en la vida, una mezcla de fortaleza y delicadeza que la hace única.

Este verano casi no la he visto, una semana en julio y un par de días en agosto, uno de ellos porque al ser su cumpleaños hizo por venir a verme, pues agosto y parte de septiembre es la época que no le toca estar conmigo. Esto me produce tristeza, porque además no sé si ella va a estar a gusto y bien cuidada allá donde esté: las madres siempre pensamos que nuestros hijos nunca estarán tan bien atendidos como en casa.

Lo cual hace evidente que aunque ya sean mayores de edad y hagan su vida, siempre les tratamos como si aún fueran niños. Ella ha viajado sola por 1ª vez este año, cuando vino a verme a la playa, y luego por 1ª vez con sus amigas, cuando fueron al festival de música de Burriana, en Castellón. Algo que la decepcionó, no sólo porque no es el tipo de música que a ella le gusta, sino porque las inclemencias meteorológicas se aliaron para convertir la zona en un lodazal con las lluvias torrenciales. Se marcharon antes de que terminara, cuando llevaban la mitad de los días previstos, perdiendo dinero de estancia y transporte. A casa trajo ropa y zapatillas que chorreaban metidas en grandes bolsas negras que les dieron allí, manchado todo de hierbas y espigas por ser zona campestre. Me contó que apenas dormían 2 horas al día por el calor que hacía dentro de la tienda de campaña, pues sólo dejaban una pequeña abertura para que entrase el aire. A pesar de todo ha sido una experiencia, y siento que para ser la 1ª vez que salen por su cuenta no le haya salido bien. Ya habrá otras ocasiones, con 18 años aún queda mucho por hacer. A efectos legales es responsable de sus actos. Lo era ya hace mucho tiempo. Como le quedaron 2 asignaturas ella misma se ha buscado las clases particulares que necesita. Es un amor, una bendición del cielo. Su hermano y yo la queremos más que a nada en el mundo. 


- Mandé un post que publiqué en este blog hace unos años, La casa de La Alameda, a un concurso que organizó FNAC el mes pasado, para el que había que enviar un relato de no más de una cara de una hoja en Word con ciertas medidas de letra y espacios. Tuve que suprimir algunas frases para que coincidiera con ese formato, y la verdad es que quedé muy contenta del resultado. Siempre me gustó esta historia sobre unas tías de mi madre que vivían en una casa señorial en el Pº de la Alameda, junto al Jardín Botánico. Por supuesto, y con 700 participantes, el mío no sólo no ganó sino que no quedó ni finalista. Regalaban un cheque para gastar en el establecimiento y clases en el Taller de Escritura que tienen montado Carmen Posadas y su hermano. Ví el relato ganador y me pareció una castaña importante, sobre unas camisas blancas colgadas en un diván, que pretendía ser misterioso y lo que resultó es tedioso y mal escrito. Lo que sí ví que me faltó fue el título, que no puse porque se lo di al archivo que les mandé, y así no ocupaba sitio, ya que el relato hubiera sido aún más corto. Dudo mucho que se hayan leído en tan poco tiempo todo lo que mandó la gente, pero en fin, las cosas son así. 


- Pienso que la fe tiene un calado más hondo en personas con escasa instrucción, en los seres más sencillos, aquellos cuyo corazón no ha sido mancillado por las impurezas de este mundo. Ver cómo sienten la religión es absolutamente conmovedor, y digno de émulo. Por eso en los países de Sudamérica tuvo tanta repercusión entre los indígenas, aunque la cristianización en este caso no estuviera exenta de polémica. La misión, aquella maravillosa película sobre la labor misionera de los jesuítas allí siglos atrás, lo refleja con extraordinario realismo. 

Pensamos que la fe es propia de almas cultivadas, y que a ella se llega tras largas y profundas reflexiones propias de una mente inteligente y rica, pero no es así. La creencia ciega en Dios no tiene una raíz intelectual sino emocional: es el corazón y no el cerebro el que recibe la luz divina del amor de Jesús. Habrá quien piense que es producto de mentes infantiles propensas a los juegos de la imaginación, y que se creerán cualquier cuento que se les relate. Antes al contrario, precisamente su pureza hace que los misterios de la religión tengan un campo de cultivo extraordinario, como escribir en una página en blanco, como pisar una tierra que nunca antes ha hoyado nadie. No hay malicia, ni doblez, ni filtros de ninguna clase, es la inocencia primigenia del ser humano, dispuesta a recibir, y a dar.


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