lunes, 12 de febrero de 2007

El primer amor

El primer amor de mi vida fue un compañero del colegio. Era un chico extremadamente inteligente y sensible, lo que hoy en día llamarían un superdotado. Él siempre llevó con naturalidad ese don que le había otorgado Dios. Todo el mundo lo quería por su forma de ser.
Desde niño sintió vocación sacerdotal. Cuando ya estábamos en el instituto, al cumplir los dieciseis años, empezamos a sentir un gran amor el uno por el otro. Él me miraba embelesado cuando creía que no le estaba viendo, y sus ojos profundos brillaban encendidos de ternura y pasión.
Yo le adoraba en silencio, observando cada gesto que hacía y escuchando cada una de las palabras que salían de su boca. Andaba como sonámbula y hasta perdí el apetito.
El nuestro fue un amor nunca declarado con palabras, un amor en estado puro, exento de deseo: el alma se nos llenaba de una felicidad casi dolorosa cada vez que estábamos cerca el uno del otro, y aún cuando no estábamos juntos.
Pasó un año y él hablaba cada vez más de su idea de dedicarse al sacerdocio. Yo me sentí insegura y creí que no valía lo bastante para estar con una persona de su talla. Empecé a aparentar distancia para ver cómo reaccionaba, y él creyó que había dejado de quererle. Se volvió malhumorado y huraño. Sentí lástima por él al ver que había perdido su paz interior, pero me dió rabia que siguiera con su pensamiento puesto en su vocación. Para darle celos flirteé con un compañero, y ahí fue cuando debió decidir con gran dolor y zozobra personal cerrar la puerta de su corazón a todo lo que al amor terrenal se refería, y a mí en particular.
Durante todos estos años me he acordado de él en infinidad de ocasiones, y muchas veces he echado de menos la forma como él me miraba y lo especial que era estar cerca de él.
Hace poco más de un año lo encontré por casualidad en Internet, donde tiene dedicadas muchas páginas. Le habían nombrado jefe de un organismo que está en el Vaticano. Leí todo lo que a él concernía: los sitios del mundo a los que había viajado por su trabajo, los artículos que había escrito y hasta un pequeño libro.
Busqué su imagen y encontré dos fotos suyas: una en la que se le veía prácticamente como yo lo recordaba, y otra más reciente en la que está algo más cambiado. Siempre lo imaginé con alzacuellos y sotana, pero verlo así vestido por fin me impresionó mucho. Seguía reflejando su cara la misma bondad, parecía satisfecho y feliz, en paz consigo mismo, y me alegré muchísimo por él. Al principio me entristeció la idea de que quizá no hubiera podido llevar una vida plena en la que hubiera conocido el amor en todas sus facetas y el formar una familia. Pero luego el saber que seguía en el mundo y haciendo lo que siempre deseó me confortó grandemente.
Aún recuerdo su delicadeza de sentimientos, su enorme sensibilidad, su sencillez y al mismo tiempo su grandeza, su comprensión y su humanidad, la forma que tenía de ver las cosas donde otros no veían nada. No he vuelto a conocer a nadie así.
Y ahora, querido lector, que estoy a solas contigo, quiero confesarte que tengo la sensación de que jamás volveré a sentir una cosa igual como la de aquellos días de adolescencia. O quizá sí.

No hay comentarios:

 
MusicaServicios LocalesContadorsAnuncios ClasificadosViajes