lunes, 14 de enero de 2008

Querido Jack


Viendo hace unos días una de las maravillosas películas que hizo Jack Lemmon, me vienen a la memoria tantas otras que llevó a cabo a lo largo de su vida, a cual mejor.
La primera vez que lo vi, me resultó un poco repelente, con ese manoteo constante que tiene, esos tics nerviosos, esa forma de mirar de soslayo cuando está contrariado.... Pero luego viene todo lo demás, la fragilidad, la ternura, la esquizofrenia, la autenticidad, el valor, toda una amalgama de sentimientos encontrados, y al final consigue meterte en el bote, en su torbellino sentimental, terminas formando parte de su causa.
Fue un actor que abarcó todo el espectro de emociones de que es capaz el ser humano, pero dándole su toque personal: la impotencia en “El apartamento”, el amor y los celos en “Irma la dulce”, la honestidad en “Primera plana”, el miedo y la desesperación en “Missing” y “El síndrome de China”, el humor en “Esa extraña pareja” y "Con faldas y a lo loco", donde se disfrazaba de mujer y trabajaba junto a una conmovedora Marilyn, por decir unas cuantas.
Representaba al hombre común, zarandeado por los abatares de la vida, víctima involuntaria de toda clase de malos entendidos, pero que tras un montón de miedos e incertidumbres, termina sacando lo especial que lleva dentro de sí para enfrentarse a todos los contratiempos y salir más o menos airoso. Al final terminas convencida de que casi todo lo que se propone, casi todo lo que decide emprender y consigue llevar a cabo, no ha sido en vano.
Generoso, desinteresado, lleno de bondad, es difícil imaginarlo haciendo de “malo”, aunque a veces se vea sometido a tentaciones que están a punto de hacerle sucumbir, al borde de malicias infantiles, pequeñas travesuras que él sabe hacerse perdonar, arrepentido.
Cuando ríe, cuando llora, en cualquier situación nos transmite una sensación de enorme humanidad y confianza, como si fuera alguien de quien siempre te pudieras fiar, alguien a quien le entregarías lo más importante que tuvieras con la seguridad de que quedaría bien guardado.
Mucha gente se sintió identificada con él en cuanto que representaba al ciudadano de a pie del que todos se aprovechan, siempre indignado, al borde de un ataque de nervios, un poco en el límite de la locura, y al que sólo le queda el derecho al pataleo.
Parece que sus películas tienen una moraleja, una enseñanza para la vida, como en esa película tan curiosa que hizo del eterno dilema hombre-mujer, mujer-hombre en “Guerra entre hombres y mujeres”, en la que al final vemos que la guerra de los sexos es absurda, que en el fondo no somos tan distintos, que somos sólo seres humanos y estamos todos metidos en el mismo barco.
Idealista, cabal, exasperado, tan pronto valiente como apocado, un cúmulo de contradicciones adorables. Se trata al final de vivir con pasión, de no ser indiferente a nada.
Al contrario que en las películas antiguas, en las que los temas y los personajes tocaban suavemente el corazón, él lo tocaba con fuerza.
Con esa forma tan directa y abierta de mirar, por sus ojos podían pasar en un solo momento todos los estados de ánimo imaginables, para terminar pareciendo al final lo que en realidad era, sólo un niño que está un poco desvalido.
Con sus colaboraciones con otra gran actor, Walter Matthau, explotó su lado más cómico. Era increíble verlos juntos, sacándole punta a todo. Yo he pasado con sus diálogos algunos de los mejores y más hilarantes momentos de mi vida.
En el drama se desenvolvía también magníficamente, sobre todo en los años 70 cuando trató en sus películas algunos temas controvertidos, desplegando todos sus recursos interpretativos más inquietantes y emotivos a un tiempo.
Por su forma de actuar se puede decir que Jack Lemmon fue un actor singular, irrepetible. Verlo en acción es siempre una gozada.
Querido, mi querido Jack.

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