miércoles, 30 de enero de 2008

Sin noticias de Dios




Hace muchos siglos que no nos visita el Hijo de Dios reencarnado en Hombre, o en Mujer, que los tiempos han cambiado, para hablarnos de su Padre, transmitirnos fe, paz y confianza, que buena falta nos hace, y de paso hacer unos cuantos milagros de los que aparecen en la Biblia, que fueron tan espectaculares. No consentiríamos que volviera a morir por nosotros, ni en la cruz ni con ningún otro martirio de los que tantos hay hoy en día.
Actualmente, con todos los efectos especiales que existen y la tecnología, quizá sería menos llamativo que hiciera cosas fuera de lo común, seguramente nadie le haría ni caso.
Lo cierto es que el que parece no hacernos ni caso desde hace mucho tiempo es Dios.
Hubo una época en que sólo existía la armonía, el equilibrio. A eso se le llamó Paraíso. Aquel estado de cosas idílico en la Tierra dicen que se perdió por causa de la Mujer, cosa que también es muy discutible, porque dos no pueden si uno no quiere, y además la serpiente aquella tentadora tengo entendido que era macho. Pero aun así, desde entonces los hombres nos han dado nuestro merecido, para culminar con lo que ahora se ha dado en llamar “violencia de género”. Todavía queda por ahí algún rincón perdido que se puede considerar Paraíso natural, aunque no sé por cuánto tiempo.
Extinguido ese estado de gracia maravilloso, nos hemos quedado con lo que se supone nos tenemos merecido: no hemos sabido aprovechar los dones que Dios nos dio en su momento, y ahora somos como las piezas de un inmenso ajedrez que El no mueve, creando nuestras propias reglas para jugar, y sálvese el que pueda. O quizá seamos como esos animales de laboratorio que son introducidos en un medio previamente estudiado para que un experto observe sus reacciones, como en un gran experimento.
En este juego entra todo: el libre albedrío del ser humano, y los fenómenos naturales, menos predecibles, y que nos sacuden con fuerza de vez en cuando. Vivimos sobre un polvorín y a merced de los cuatro vientos. Y encima dicen que con el tiempo se organizarán viajes a la luna. Pues que cuenten con mi ausencia, que con lo de aquí ya tenemos bastante.
El caso es que Dios hace oidos sordos a nuestras plegarias, o quizá sea que tiene tanta confianza en nuestra capacidad que nos deja solos con el convencimiento de que nos bastamos y sobramos para solucionar nuestros problemas. Y mientras tanto, todo está del revés, pocos están satisfechos con lo que les ha tocado en suerte, y nos contentamos diciendo que siempre hay alguien que está peor. O lo que sería el colmo: que Él haya decidido retirarnos la palabra, indignado por tanta barbaridad.
Pienso en esa utopía que es que a la voz de “ya” todos nos pongamos de acuerdo, si no al unísono sí gradualmente, hasta establecer una filosofía de vida similar que permita un cierto equilibrio. Es cierto que a lo que unos parece bien, a otros no tanto, y viceversa, pero seguro que tiene que existir una escala de valores básica universalmente aceptada, el término medio en el que se supone que está la virtud esa de la que tanto hablan. Y luego, rezumando todos bondad por doquier, que cada cual tenga su forma de vida, que en la variedad está el gusto.
La Justicia es la clave de todo: si los bienes están repartidos por igual, si las cargas de la vida cotidiana se comparten entre todos, otro gallo nos cantaría. Ningún proceso natural quedaría detenido, ningún derecho alienado, ninguna petición justa en el olvido.
Se trata al fin y al cabo de hacer justicia, cambiar las leyes para hacerlas más flexibles y que puedan adaptarse mejor a la realidad que vivimos.
Dios, sin duda, se cansó de castigar nuestro mal proceder mandándonos diluvios y plagas, pues se ve que no tenemos remedio. El caso es que sigue habiéndolos, pero ahora a los diluvios se les llama inundaciones, y a las plagas males endémicos que se pueden atajar con vacunas. Cuando surge una nueva plaga, como pasó con el SIDA en su momento, ya se alzaron prestas las voces agoreras de que Dios volvía a las andadas, exterminando a tanto pecador como hay. Nadie ha pensado que los virus también tienen derecho a vivir y también actúan con libre albedrío, para nuestra desgracia.
Si el Hijo de Dios volviera alguna vez a la Tierra para recordarnos lo que ya sabemos sobradamente, seguro que saldría a escape al ver en qué nos hemos convertido: a su Paraíso inicial lo estamos calentando globalmente, ya no queremos ser como niños para entrar en el Reino de los Cielos, nos gusta vivir en Sodoma y Gomorra, y no nos importa habitar en una torre de Babel tan alta que alcance al mismo Dios, aunque se confundan nuestras lenguas, porque la ambición y la soberbia siguen sin conocer límites. No dejamos que los niños se acerquen a Él, no todos se ganan el pan con el sudor de su frente, y la mujer sigue pariendo con dolor, aunque últimamente este castigo bíblico por hacer caso a la serpiente demoníaca va teniendo remedio con alguna que otra inyección. Seguimos sin ser el guardián de nuestro hermano, y necesitamos meter los dedos en la llaga para creer. Y los males van en aumento.
Mientras tanto, seguimos sin noticias de Dios.

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