martes, 8 de enero de 2008

Shopping

Qué fama tenemos las mujeres de ser adictas al shopping, sobre todo en lo que a moda se refiere, y qué verdad es en general, con el gusto que da: pocos placeres se pueden igualar al encuentro inesperado de una prenda que hacía tiempo estaba esperando a que tú la encontrases para ponértela y lucirla.
Pero llegados a estas fechas y, tras los estragos que la Navidad deja en el cuerpo, me las veo y me las deseo no ya sólo para encontrarme bien con ropa alguna, si no también para podérmela probar cuando voy de compras: intentar meterse un jersey por la cabeza sin arrancarse las orejas con los pendientes ya tiene lo suyo, pero bajar la prenda por encima del pecho es toda una odisea por el aplastamiento, mas luego superar la rebosidad grasácea del viente y comprobar cómo sobresalen las lorzas por delante y por detrás. Si es un pantalón, algunos no me suben ni por la pierna, que es lo único que siempre se mantiene delgado en mi cuerpo, venga a mirar la talla por si me he equivocado. Me asalta la duda de si es la ropa o soy yo la que está mal hecha.
¿Y los probadores?. Ahora casi todos tienen sólo unas cortinas, y los que tienen puertas, como en Tintoretto, carecen de pomo, picaporte o pestillo, por lo que si te olvidas de este pequeño detalle y te apoyas por un momento en ellas ten por seguro que acabarás en mitad del pasillo en ropa interior o como Dios te trajo al mundo, según lo que te estés probando. Y la iluminación, sobre todo en El Corte Inglés, que come los colores y aturde la vista: cuando crees que has comprado una cosa de un color determinado, luego al salir a la calle con la luz natural es otro distinto.
La música es lo único bueno de estos sitios, muy trepidante y discotequera, que dan ganas de ponerse a bailar en lugar de a mirar ropa.
Y lo peor son las empleadas, la mayoría chicas muy jóvenes con poca educación y con pocas luces, que con este trabajo se sacan un dinero pero que ni saben vender ni tratar a un cliente ni ganas tienen de saberlo. Si les haces cualquier pregunta, te atienden como de pasada, como si las estuvieras molestando, porque casi siempre o están colocando ropa o charlando entre sí sobre el último novio que les ha salido o lo mala que es cualquiera de las compañeras que en ese momento no está presente en la conversación, o pelándose entre sí por los turnos o la cantidad de trabajo que tienen. Si hay que hacer cualquier cambio o devolución, te escrutan con desconfianza, mientras mascan chicle con la boca abierta, y parece como si quisieras darles gato por liebre, le dan mil vueltas a las prendas buscando algún desperfecto que impida hacer el cambio, y le dan otras mil vueltas al ticket de compra, que sólo falta que lo pongan al trasluz como se hace para saber si un billete es falso. Luego llaman a otra compañera, normalmente una encargada, y cuchichean entre ellas mientras te miran, como si fuera un tribunal de la Inquisición y estuvieran decidiendo si quemarte o no en la hoguera. Cuando por fin se deciden a hacer lo que les pides, muy a su pesar, mascullan algo entre dientes, pasándose el chicle de un lado a otro de la boca. Es ahí cuando parecen brillar con repentino fulgor todos los piercing que lleva repartidos por la cara (ceja, nariz, labio, lengua, orejas), y cuando resaltan aún más los rubios amarillentos y los caobas zanahoria de sus pelos teñidos chabacanamente, cuando no los colores casi negros de las uñas demasiado largas, casi siempre postizas, o demasiado cortas, que hacen manos que parecen muñones, con los dedos abarrotados de sortijas.
Hoy en día no se distingue mucho una empleada de boutique de la dependienta de un puesto de verduras en el mercado. Antes se conformaban con decirte mientras te atendían “chata-bonita-maja” o “cielo-tesoro-corazón”, cualquiera de estas dos retahílas, aunque no te conocieran de nada, y luego se asomaban casa dos minutos por las cortinas del probador aún sabiendo que te iban a pillar medio desnuda, para ver si te habías puesto ya algo y si te lo ibas a llevar.
Lo peor son las boutiques que tienen tallas limitadas: si se te ocurre preguntar por una talla mayor, aunque esté dentro de la media razonable, te miran de arriba abajo y con una media sonrisa te dicen: “Para usted no tenemos talla aquí”, y te vas con el cartel de vaca pegado a la espalda.
Quién dijo que hacer shopping no tenga sus riesgos e inconvenientes, puede llegar a ser una auténtica odisea, pero la emoción de encontrar el trapito de tu vida puede compararse, y es mucho más probable que se produzca, a la emoción de encontrar al hombre de tu vida: lo descubres, te gusta, te lo pruebas, ves si te queda bien y no tiene ningún defecto, y te lo llevas.
En rebajas no se admiten devoluciones.

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