viernes, 19 de junio de 2009

Amelia Earhart







Está ahora muy en boga el nombre de Amelia Earhart tras la película que se ha hecho sobre su vida.
Ciertamente fue la suya una existencia muy interesante, como la de cualquiera que se dedique a la aventura. Su meta era batir rércords, en una época en la que las mujeres lo tenían difícil a la hora de competir y destacar en cualquier ámbito. Ella usó la celebridad que llegó a alcanzar para defender la incorporación de las mujeres al campo de la aviación, entre otros muchos ámbitos copados sólo por los hombres.
Ser la primera mujer que realiza en solitario la travesía del Atlántico es la proeza por la que más se le conoce, pero llevó a cabo otras muchas.
Estableció marcas de tiempo y de altitud, y de velocidad en vuelos sin escala, recorriendo miles de kilómetros en rutas interminables que ella misma se trazaba y para las que no tenía descanso. Cuando un propósito se instalaba en su mente, su tesón y su coraje la empujaban a intentarlo sin casi mirar los peligros que pudiera acarrear.
Se puede decir que sacaba el máximo partido posible al avión que pilotara, y desde luego al depósito de carburante, al que debía apurar hasta la última gota.
La travesía aérea que cubrió entre Hawai y California era una distancia superior a la que hay entre EEUU y Europa. Fue el primer piloto en completar con éxito este difícil viaje sobre aguas del Pacífico, ya que los anteriores habían concluido en desastre (diez pilotos lo intentaron y murieron).
Tras el infortunado vuelo durante el cual su avión desapareció, se especuló sobre las extrañas circunstancias de su muerte. En 1992 un grupo dedicado a la recuperación de aviones desaparecidos aseguró haber visto en una remota zona del Pacífico Sur un pedazo del fuselaje del aparato que pilotaba, e incluso un zapato.
Han pasado casi 72 años desde que ella se volatilizó durante una de sus incursiones aéreas, cuando estaba a punto de cumplir los cuarenta años. ¿Un error de cálculo?, ¿un fallo mecánico?, ¿una indisposición de ella?. Nunca lo sabremos, su desaparición ha estado siempre envuelta en el mayor de los misterios.
La primera vez que montó en un avión cuando tenía 23 años, en un vuelo que duró sólo diez minutos, supo que aquello iba a ser su vida.
Cuando sus hazañas empezaron a hacerla famosa, construyó una pista de aterrizaje, vendió aviones y ayudó a formar una aerolínea de vuelos nacionales.
Un editor y aventurero, Putnam, interesado por sus proezas, la ayudó a publicar un libro en el que contaba sus experiencias. Él la acompañaba en todas las conferencias que daba. Con el tiempo se convirtió en su marido.
Su afán de impulsar la aviación femenina la llevó a organizar una carrera aérea sólo para mujeres a través de EEUU, y a fundar la organización “Las 99” por el número de miembros que la constituyeron, en la habitación del hotel que ocupaba y donde se alojaron cuando concluyó la carrera.
En los vuelos, como no tomaba café ni té, se mantenía despierta oliendo sales. Su alimentación consistía en un termo con sopa y una lata de jugo de tomate.
Durante su último vuelo tuvo varios percances, por las averías del avión y por el mal tiempo. Además contrajo la disentería. Iba acompañada de otro piloto amigo, Noonan. Tras su desaparición el presidente Roosevelt organizó una búsqueda exhaustiva que no obtuvo resultado. Su marido la continuó después, pero sin éxito tampoco.
Amelia recibió mientras vivió multitud de condecoraciones y premios, y su labor, pese a las reticencias iniciales, fue ampliamente reconocida. Se convirtió en una de las mujeres más renombradas de su tiempo, todas sus hazañas tuvieron siempre una gran acogida y una amplia repercusión en la sociedad del momento. Fue un modelo a seguir por toda aquella mujer que fuera emprendedora y quisiera hacer realidad sus sueños, costara lo que costara.
Hace poco oí que le preguntaban a una alpinista que si merecía la pena arriesgar su integridad física como lo hacía, perdiendo algunos dedos de los pies y casi uno de una mano, pasando calamidades. Ella contestó que cada uno debía hacer lo que más le gustara, porque eso es lo que da sentido a la vida, es por lo que merece la pena vivir. Esa pasión, esa fuerza interior no se sabe de dónde vienen, pero es una llamada a la que uno no puede resistirse.
Amelia Earhart seguramente pensaba lo mismo.

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