Fue el último día de clase para mi hija una jornada muy emotiva, por muchas razones. Se despedía del colegio, en el que ha pasado gran parte de su vida, y también de dos profesores que ingresaron en la plantilla del centro hace cuatro años, y como fueron ellos los primeros alumnos que tuvieron entonces, les guardaron siempre una querencia especial, y ahora pasaron por su clase para despedirse de ellos y darles una tarjeta que habían confeccionado y en la que les pusieron una palabras llenas de emoción y afecto, firmadas por ambos, Vicente y Mª Ángeles.
Con ella he tenido ocasión de hablar muy pocas veces, pero en lo poco que la traté me pareció una magnífica persona, inteligente y muy humana. Fue Vicente, que era el tutor de la clase de Ana, quien dejó en ella y en todos los que le hemos conocido una huella imborrable, por su especial forma de ser. Ana todavía tiene una foto, en la que aparece con él, colgada de la pared de su habitación, y seguro que ahí seguirá da igual el tiempo que pueda pasar. Fue como un padre para ella.
Pero otro de los motivos por los que resultó ser una jornada especialmente emotiva era, además de porque se despedía de los compañeros (aunque la mayoría ingresarán en el mismo instituto), porque decía adiós a Fernando.
Ya hablé sobre él hace tiempo cuando, con motivo del Día de los Enamorados, le hizo un regalo a Ana al que acompañó con una tarjeta en la que escribió palabras muy bonitas, aunque según le dijeron a ella inspiradas por otro compañero que le sirvió de ayuda para la ocasión.
Fernando sufre un leve retraso mental que se hace sólo evidente cuando se habla con él. Su apariencia es la de un chico normal, bien parecido, el cabello negro y ondulado, grandes ojos azules, piel muy blanca y una sempiterna sonrisa. Va un curso atrasado, pero parece aún mucho mayor de lo que es por lo alto y lo fuerte que está. Es hijo único y huérfano de padre.
Desde aquel Día de los Enamorados Fernando, ocasionalmente y cuando a él le parecía, le traía a Ana algún obsequio. Cuántas niñas no se habrían avergonzado por la posibilidad de que el resto de los compañeros pudiera reírse de la situación: que un chico con retraso mental declare su amor tan abiertamente delante de todos puede llegar a convertirse en una situación muy incómoda.
Por qué será que sólo los que son niños toda la vida son los únicos que hablan sin tapujos de sus sentimientos, sin ningún temor. Los que conservan la inocencia, los que no saben lo que es la malicia, no sienten pudor en manifestar todo lo que pasa por su corazón. Fernando decía en clase que tenía a Ana en el bote. Pobrecito. Por lo general el resto de la gente callamos u ocultamos lo que sentimos, aún más en la edad adulta, por miedo o pudor. Eso no se dice o eso es inapropiado, son frases habituales cuando te manifiestas con naturalidad.
Ana nunca ha dejado a un lado la opinión ajena, sobre todo por lo que pudiera pensar el chico que sí le gusta a ella, pero también habrá prestado atención a su propia conciencia y a la intención de quien le hace tantos presentes. Cuántas mujeres hay que se burlan de los sentimientos de los hombres cuando éstos no les gustan o no les convienen, cómo les complace atormentarlos y conseguir de ellos todo lo que se le antoje nada más que por el placer que sienten humillándolos y despreciándolos.
Si algo Ana no va a ser jamás es una manipuladora. Aunque nunca le ha dado a Fernando pie a nada (el pie se lo coge él solito), y mantiene una prudente distancia, tampoco le rechaza por completo. Siente piedad por él y no quiere herirle en sus sentimientos ni dejarlo en ridículo delante de todo el mundo, y aunque pretende no darle importancia a ninguno de estos detalles que con ella tiene, sé que guarda cuidadosamente en una bolsa que tiene en su habitación todo lo que él le ha ido regalando. El afecto es un bien muy preciado en los tiempos que corren, venga de donde venga.
El último día de clase Fernando apareció con un colgante que eran un niño y una niña en plata, uno al lado del otro. Le dijo que eran ellos dos. En ese momento Ana no se lo quiso poner, pero hace un par de días, cuando empezó su viaje de fin de curso, lo llevaba puesto. El próximo curso Fernando pasará a un centro especial para adolescentes con retraso y, aunque le seguiremos viendo por el barrio, ya es difícil que puedan mantener una relación como la que tenían hasta ahora.
Lo que a ellos les pasa me recordó una película de los años 70, “Llueve sobre mi corazón”, que hasta ahora era inédita para mí y que he visto hace poco. En ella un jovencísimo James Caan encarna a un ex jugador de rugby americano que, tras una grave lesión, queda mentalmente disminuido y casi incapaz de cuidar de sí mismo. En su viaje a ninguna parte, abandonado por familiares y amigos, traba amistad con una mujer que está embarazada y que huye de un matrimonio que la hace desgraciada. Él cree estar enamorado de ella de la forma como creería estarlo un niño sin apenas uso de razón, pero ella le dice que no puede hacerse cargo de él, pues casi no puede cuidar de sí misma. Tendrán una serie de encuentros y desencuentros que culminarán con la muerte de él al intentar defenderla de un hombre, policía para más inri, que quería abusar de ella. La película termina con el llanto y el lamento de ella, al sentirse terriblemente culpable por no haberlo cuidado cuando él se lo pidió.
El film es una castaña en sí mismo, a pesar de contar con muy buenos actores, es caótica y los diálogos son horribles, pero el argumento, el sentido que se desprende de todo lo que en ella se cuenta, es conmovedor y dramático y te hace reflexionar. La indefensión de él sobre todo, más cruel e injusta si cabe cuando vemos que en el pasado había sido un hombre de éxito que lo tenía todo para ser feliz, me recuerdan mucho a Fernando. Me pregunto qué será de él a partir de ahora y en el futuro, cuando sea un adulto. Las circunstancias personales trazan desde bien temprano caminos muy distintos para todos.
Me pregunto que será de él y de todos los que están en su situación, porque parece que son como un mundo aparte, y cuando lo hago me parece que llueve sobre mi corazón.
Con ella he tenido ocasión de hablar muy pocas veces, pero en lo poco que la traté me pareció una magnífica persona, inteligente y muy humana. Fue Vicente, que era el tutor de la clase de Ana, quien dejó en ella y en todos los que le hemos conocido una huella imborrable, por su especial forma de ser. Ana todavía tiene una foto, en la que aparece con él, colgada de la pared de su habitación, y seguro que ahí seguirá da igual el tiempo que pueda pasar. Fue como un padre para ella.
Pero otro de los motivos por los que resultó ser una jornada especialmente emotiva era, además de porque se despedía de los compañeros (aunque la mayoría ingresarán en el mismo instituto), porque decía adiós a Fernando.
Ya hablé sobre él hace tiempo cuando, con motivo del Día de los Enamorados, le hizo un regalo a Ana al que acompañó con una tarjeta en la que escribió palabras muy bonitas, aunque según le dijeron a ella inspiradas por otro compañero que le sirvió de ayuda para la ocasión.
Fernando sufre un leve retraso mental que se hace sólo evidente cuando se habla con él. Su apariencia es la de un chico normal, bien parecido, el cabello negro y ondulado, grandes ojos azules, piel muy blanca y una sempiterna sonrisa. Va un curso atrasado, pero parece aún mucho mayor de lo que es por lo alto y lo fuerte que está. Es hijo único y huérfano de padre.
Desde aquel Día de los Enamorados Fernando, ocasionalmente y cuando a él le parecía, le traía a Ana algún obsequio. Cuántas niñas no se habrían avergonzado por la posibilidad de que el resto de los compañeros pudiera reírse de la situación: que un chico con retraso mental declare su amor tan abiertamente delante de todos puede llegar a convertirse en una situación muy incómoda.
Por qué será que sólo los que son niños toda la vida son los únicos que hablan sin tapujos de sus sentimientos, sin ningún temor. Los que conservan la inocencia, los que no saben lo que es la malicia, no sienten pudor en manifestar todo lo que pasa por su corazón. Fernando decía en clase que tenía a Ana en el bote. Pobrecito. Por lo general el resto de la gente callamos u ocultamos lo que sentimos, aún más en la edad adulta, por miedo o pudor. Eso no se dice o eso es inapropiado, son frases habituales cuando te manifiestas con naturalidad.
Ana nunca ha dejado a un lado la opinión ajena, sobre todo por lo que pudiera pensar el chico que sí le gusta a ella, pero también habrá prestado atención a su propia conciencia y a la intención de quien le hace tantos presentes. Cuántas mujeres hay que se burlan de los sentimientos de los hombres cuando éstos no les gustan o no les convienen, cómo les complace atormentarlos y conseguir de ellos todo lo que se le antoje nada más que por el placer que sienten humillándolos y despreciándolos.
Si algo Ana no va a ser jamás es una manipuladora. Aunque nunca le ha dado a Fernando pie a nada (el pie se lo coge él solito), y mantiene una prudente distancia, tampoco le rechaza por completo. Siente piedad por él y no quiere herirle en sus sentimientos ni dejarlo en ridículo delante de todo el mundo, y aunque pretende no darle importancia a ninguno de estos detalles que con ella tiene, sé que guarda cuidadosamente en una bolsa que tiene en su habitación todo lo que él le ha ido regalando. El afecto es un bien muy preciado en los tiempos que corren, venga de donde venga.
El último día de clase Fernando apareció con un colgante que eran un niño y una niña en plata, uno al lado del otro. Le dijo que eran ellos dos. En ese momento Ana no se lo quiso poner, pero hace un par de días, cuando empezó su viaje de fin de curso, lo llevaba puesto. El próximo curso Fernando pasará a un centro especial para adolescentes con retraso y, aunque le seguiremos viendo por el barrio, ya es difícil que puedan mantener una relación como la que tenían hasta ahora.
Lo que a ellos les pasa me recordó una película de los años 70, “Llueve sobre mi corazón”, que hasta ahora era inédita para mí y que he visto hace poco. En ella un jovencísimo James Caan encarna a un ex jugador de rugby americano que, tras una grave lesión, queda mentalmente disminuido y casi incapaz de cuidar de sí mismo. En su viaje a ninguna parte, abandonado por familiares y amigos, traba amistad con una mujer que está embarazada y que huye de un matrimonio que la hace desgraciada. Él cree estar enamorado de ella de la forma como creería estarlo un niño sin apenas uso de razón, pero ella le dice que no puede hacerse cargo de él, pues casi no puede cuidar de sí misma. Tendrán una serie de encuentros y desencuentros que culminarán con la muerte de él al intentar defenderla de un hombre, policía para más inri, que quería abusar de ella. La película termina con el llanto y el lamento de ella, al sentirse terriblemente culpable por no haberlo cuidado cuando él se lo pidió.
El film es una castaña en sí mismo, a pesar de contar con muy buenos actores, es caótica y los diálogos son horribles, pero el argumento, el sentido que se desprende de todo lo que en ella se cuenta, es conmovedor y dramático y te hace reflexionar. La indefensión de él sobre todo, más cruel e injusta si cabe cuando vemos que en el pasado había sido un hombre de éxito que lo tenía todo para ser feliz, me recuerdan mucho a Fernando. Me pregunto qué será de él a partir de ahora y en el futuro, cuando sea un adulto. Las circunstancias personales trazan desde bien temprano caminos muy distintos para todos.
Me pregunto que será de él y de todos los que están en su situación, porque parece que son como un mundo aparte, y cuando lo hago me parece que llueve sobre mi corazón.
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