miércoles, 17 de junio de 2009

Chinos


Dentro de la inmensa gama de inmigrantes que conviven actualmente en nuestra sociedad, los chinos se desmarcan del resto de razas y procedencias por amplio margen.
Cada uno se busca la vida de forma similar según su procedencia: los sudamericanos están en todas partes, aunque cuidar y acompañar ancianos se ha convertido prácticamente en su especialidad; los negros vendiendo en la calle música y cine piratas y toda clase de complementos… Los chinos establecen sus negocios acaparando los locales más grandes y peor ventilados que puedan existir, y a todos les dan una apariencia similar, como si hubiera un modelo standard a seguir.
Quién no tiene cerca de su casa una tienda de “chinos” donde a cualquier hora y día encuentras casi todo lo que necesitas por poco dinero. El calendario laboral chino no debe tener ningún día en rojo, y es precisamente su enorme capacidad de trabajo el secreto de su éxito en comparación con otros inmigrantes.
Es cierto que se benefician de la exención de ciertos impuestos, como medida favorecedora de inserción social para los que vienen de allende nuestras fronteras, lo cual ha provocado no pocas críticas y protestas por parte del resto de los comerciantes autóctonos, pues el trato recibido es discriminatorio: a todos nos cuesta dinero montar un negocio, a nadie le cae del cielo. Y pasa lo mismo en otros muchos ámbitos, como la adjudicación de viviendas.
Me ha asombrado siempre la facilidad con la que los orientales aprenden nuestro idioma. Inmigrantes de otros países que llevan años en nuestro país no terminan nunca de dominarlo, y mucho menos de escribirlo. En el caso de los chinos, donde tanto el lenguaje como la escritura son tan diferentes de los nuestros, además de las costumbres y la mentalidad, es especialmente significativo.
Casi todo el mundo piensa que para aprender un idioma hay que estar dotado de una especial capacidad intelectual. Viendo a estas pobres gentes, que vienen la mayor parte de las veces con lo puesto, procedentes de las regiones más pobres y atrasadas de China, esta creencia pierde sentido.
El secreto del aprendizaje de un idioma siempre ha estado en introducirse en el país donde se habla y vivir allí una temporada, porque hay cientos de términos, de giros, de frases hechas, que no aparecen en los libros y que están en la calle, forman parte de la existencia cotidiana de los habitantes de un determinado país. Podrás tardar más o menos tiempo en dominarlo, pero al final lo terminas haciendo tuyo.
Los chinos que más han llamado mi atención son los que hay cerca de mi casa. Hace poco que abrieron, y desde la primera vez que los visité no he dejado de alucinar con ellos. Son todos muy jóvenes, chicos y chicas, muy modernos de ropa y peinado, parecen más japoneses que chinos. Uno de ellos especialmente destaca por su simpatía y el peinado tan vanguardista que luce, muy de moda entre la juventud de su tierra. En su afán de ser simpático y agradable, me dijo incluso dónde vivía, en un bloque enorme de casas que hay justo enfrente, viviendas que costaron un ojo de la cara y parte del otro cuando se vendieron en su momento, hace pocos años. Puede que vivan todos en una misma casa, como dicen que suelen hacer para ahorrarse un dinero, pero el sitio donde lo hacen ya da una idea de lo que pueden llegar a ganar. Casi me dio vergüenza decirle dónde vivía yo cuando me lo preguntó.
Trabajo y economía es la clave de todo, como solía decir una amiga mía. Y eso no es sólo tarea de chinos.
Nunca está la misma persona más de un día seguido atendiendo la tienda. Todavía les cuesta bastante entender nuestro idioma, y casi todos los precios de las cosas las tienen que estar preguntando con el móvil a otra persona, chino también, que debe ser el encargado. El sistema informático que tienen para pasar los códigos de barras de los productos y que queden marcados los precios no les suele funcionar. Una de las chicas, que parece tener peor genio, se desespera intentando saber el precio exacto y haciendo la suma, mete y saca las cosas de las bolsas en las que acaba de meterlas una y otra vez, completamente perdida. A mí me han llegado a pasar su móvil para que hablara con el encargado, porque ellas no entendían nada. Una vez tampoco yo lograba entenderme con él, sobre todo porque iba conduciendo, y tuve que esperarle un rato hasta que pudo llegar. Alucinante.
En otra ocasión la chica con mal genio le daba voces al encargado, que dormía profundamente tendido cual largo es en un banco de la plazoleta donde está la tienda, preguntándole los precios. El otro ni se movía, tal era el cansancio que debía tener, hasta que el cabreo de ella fue lo suficientemente importante para que despertara levemente de su sueño, muy a su pesar.
Ellos buena voluntad le ponen, tienen a mano su diccionario español-chino, chino-español, que no sé si les servirá de mucho.
Los chinos son la envidia del resto de inmigrantes de nuestro país, que no logran ponerse a su altura. No es que unos sean mejores que otros, si no que parece que se adaptan mejor y logran salir adelante con más éxito. Se hacen muchas bromas sobre ellos, pero no hacen caso de nada, van a lo suyo, aguantan de todo, nunca se quejan y son muy constantes en sus cosas.
En algunos colegios privados ya se está impartiendo el chino como idioma alternativo de obligado aprendizaje. El lenguaje de los negocios, la lengua del futuro. Lo encuentro un poco exagerado, pero en fin, por algo será.

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