lunes, 15 de octubre de 2012

El presente de la Reina


Qué distinto me pareció el desfile del día de la Hispanidad este año respecto al de otros años. A mi hijo y a mí nos gusta verlo por televisión, y al mismo tiempo contemplarlo en vivo y en directo por la ventana del salón, al estar más o menos próximos al lugar donde transcurre. El año pasado vimos al paracaidista descendiendo largo rato majestuosamente haciendo espirales, de esa forma tan impresionante como solía hacerlo, hasta este año que con los recortes nos hemos quedado sin esta exhibición. Igual que con el paso de los acorazados, que también se ha suprimido por los muchos gastos que genera.

Vimos pasar muy cerca de casa a los aviones que van dejando una estela roja y amarilla. Las demostraciones de las fuerzas aéreas son siempre muy espectaculares.
Pero lo que más me llamó la atención fue ver a la Reina tan desubicada. Cuando terminó el acto y el Rey se demoró un poco hablando con el presidente de gobierno, se la notaba incómoda y triste. Y no es para menos, cuando una de sus hijas ha tenido que faltar a este acto por vez 1ª y por los motivos de sobra conocidos, y cuando su marido ha dado tanto que hablar en los últimos tiempos. Ella, que ha aguantado el tipo durante tantos años contra viento y marea, cuando llegó a nuestro país en un momento tan difícil como fue el de la transición, en el que no tenían nada claro si iban a poderse quedar. Ella, que ha salido del paso de todos los rumores referidos a las repetidas infidelidades de su marido, haciendo de tripas corazón de su propia tristeza y decepción personal, pues siempre ha sido una mujer fiel y enamorada, y afrontando la vergüenza de ver expuesto a la luz pública un asunto tan privado. Ella, que no ha podido justificar de cara a la opinión pública el comportamiento de sus yernos en diversos momentos, cuando creía gozar de la tranquilidad que supone confiar en que tus hijas han sabido escoger a su pareja y viven felices con personas buenas que las quieren. En fin, ella que ha pasado por las mismas cosas que cualquier mujer corriente de hoy en día, pero con la carga añadida de ser una Reina y tener que ser un ejemplo, siempre en el ojo del huracán, cuando podría vivir una existencia apacible en consonancia a los años que tiene, que ya son unos cuantos. Parece que por todas estas cosas es juzgada con un rasero distinto al del común de los mortales.
Este verano se la podía ver en la cubierta del yate en el que suele navegar, acompañada de sus nietos, con la mirada perdida en el infinito, triste, desencantada. Los niños la rodeaban y ella los acariciaba y abrazaba como siempre, pero parecía que lo hiciera como ausente, como si ni siquiera eso la llenara. Qué ejemplo para estos niños, aún tan pequeños, a los que, como todo el mundo, se pretende educarlos en unos valores y en unas tradiciones familiares. Ellos son las víctimas inocentes de los desatinos de los adultos.

Por eso no me extraña que la Reina pase ahora más tiempo con su hermana o su hermano, que además está muy enfermo. Al final uno vuelve a sus raíces, que es donde uno se va a cobijar cuando vienen mal dadas, a los que tienen tu misma sangre, a los que te han visto nacer. Ellos son el refugio en los tiempos sombríos, el hogar que nos acoge cuando el otro hogar que hemos creado y nuestro mundo se desmoronan. En realidad ellos siempre han estado allí, esperando el regreso del hijo-hija que un día se marchó para emprender su propio camino, siempre dispuestos para lo que podamos necesitar.

Se preguntará la Reina qué ha hecho ella mal, en qué ha fallado para que haya llegado a suceder todo esto. La explicación es sencilla: no se ha sabido rodear de personas que estuvieran a su altura. Empezando por el hombre que eligió como marido, que nunca pareció estar lo bastante enamorado (había otra que le gustaba mucho más). Y a sus hijas les ha pasado lo mismo, con lo que las salidas de tono y el descrédito estaban servidos. Pero eso le puede pasar a cualquiera, todos hemos estado enamorados de la persona equivocada alguna vez, nadie es infalible, y no por ser Reina está libre de la posibilidad de equivocarse. Y por su cargo tampoco debiera echarse la culpa más de la cuenta ni abochornarse más de lo necesario. Ella responde por sus propios actos, y en ese sentido nada la ha de preocupar, pues es una mujer con una trayectoria intachable.

No es difícil imagimar lo que pasa por su cabeza, viéndola meditabunda este verano en ese yate con sus nietos: para esto tantos desvelos, tanto trabajo. En un momento se hunde todo lo construido con un esfuerzo de tantos años. La monarquía pasa por sus horas más bajas, es como si toda la vida hubieran tratado de demostrar la necesidad y el sentido de su permanencia, siempre puestos en duda, y ahora los últimos acontecimientos han venido a confirmar todo lo que decían sus detractores.

Lamento mucho todo lo que le está pasando a la Reina, ella no merecía algo así. Como a tantas de nosotras nos ha pasado, todo viene de una decisión errónea que tomó siendo muy joven, como fue casarse con quien no debía, y de ahí ha venido todo lo demás. Cuando los cimientos no son sólidos, la casa tarde o temprano se desmorona. Ignoro si su paciencia y su entereza han rebasado los límites de lo estrictamente razonable, me imagino que sí, pero la creo lo suficientemente inteligente como para capear una vez más el temporal y esperar tiempos mejores. Si hay una estrella que brilla en el firmamento de los ahora tan denostados linajes reales es ella y sus niños, esos pequeños que son sus nietos y que, como ella, conservan la inocencia y la bondad con la que todos nacemos.

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