Hay calles que, por alguna razón, se quedan en la memoria y en el corazón para siempre aunque casi no se hayan vuelto a transitar desde la infancia. A mí me pasa con unas cuantas, y especialmente con una que está cerca de mi barrio, la calle General Ricardos.
Es muy larga, cuesta arriba y llena de tiendas. Cuando empezabas a subir por ella te encontrabas un cine, el España, ya desaparecido, al que fui infinidad de veces con mi familia de niña, y luego con mis hijos cuando eran pequeños. Como en todos los cines de barrio, se permitían los abucheos, los pateos, las pipas y las palomitas (en aquel entonces no se solía comer en los cines). Los del piso de arriba se divertían tirándoles cosas a los del patio de butacas en los descansos de las sesiones dobles. Lo pasamos muy bien allí en todas las épocas en las que fui, y lamenté mucho que dejara de funcionar.
Después había una panadería haciendo esquina, en la que mis padres compraban a veces las típicas hogazas, una droguería perfumería con muchos adornos para el pelo en el escaparate, y varias boutiques, en las que mi hermana y yo nos comprábamos ropa con frecuencia. También una tienda de ultramarinos que tenía pasteles y bollos enormes y pringosos en un expositor que giraba mecánicamente en el escaparate. Luego una tienda enorme de deportes, donde compré a los niños zapatillas deportivas en más de una ocasión.
A continuación había un servicio de urgencias sanitarias al que llevó mi padre a mi hermana siendo muy pequeña por un accidente casero que tuvo por mi culpa. Ahora es una residencia de ancianos. Al lado, en una calle lateral pequeña y con apenas tráfico, estuvimos a punto mi ex marido y yo de comprarnos una casa cuando íbamos a casarnos, pero el matrimonio propietario, que ya eran mayores, se echaron atrás y quisieron subirnos el precio, después de haber estado aguantándoles sus batallitas por ser amables con ellos. Era una casa muy bonita y grande, muy bien cuidada por la dueña, decorada con gusto y muy acogedora. Lo único que no me gustaban eran los dormitorios, porque estaban al fondo de la casa y apenas tenían luz.
En frente hay una iglesia, antigua y bastante abandonada en su aspecto exterior, pero que por dentro es bonita, y no muy grande. Ahí asistíamos al oficio algunos domingos mi familia y yo hace muchos años. El sermón era bastante aburrido, y para paliar el hastío me dedicaba a observar las figuras y las pinturas del techo.
Si se sigue subiendo te encuentras un gran mercado de los que huele mucho a pescado y a carne cruda. Tenía las paredes del fondo adornadas con fotos murales en blanco y negro de una zona del barrio próxima, junto al río Manzanares. Le daba un aire muy antiguo, como de años 60.
A continuación una tienda de baños muy elegante que me encantaba porque allí veía lo que no tenía en casa, donde el servicio era tan pequeño que no permitía la posibilidad de poner aquellas cosas tan bonitas. Qué toalleros, qué escobilleros, qué repisas de cristal con balaustre dorado, y unas bañeras con todas las formas imaginables.
Hay después una panadería donde huele siempre muy bien, con unas magdalenas estupendas, y que está siempre llena de gente porque todo lo que venden está rico y te atienden con prestancia y deferencia . Aún funciona.
Siguiendo se puede encontrar un par de tiendas de las de toda la vida, muy parecidas, de ultramarinos. En ellas podías comprar legumbres al peso, metidas en grandes sacos, dulces artesanos, cajas de madera con arenques y membrillo, y todo tipo de productos artesanos venidos de todas partes de España. En los escaparates se agrupaban en pequeñas montañas los frutos secos, los quesos, los dulces, y las alacenas estaban llenas de todo lo que se pudiera comer. Se tenía la sensación al entrar allí de que el tiempo se hubiera detenido, y de que las cosas que allí se adquirían no se encontraban fácilmente en cualquier otro lugar, monopolizado el mercado como está por la fabricación industrial. Hace tiempo cerró una, y hasta hace poco aún funcionaba la otra.
Más arriba una tienda de muebles enorme que hace tiempo cerró. En frente una pastelería, Belén, en la que tienen el mejor chocolate de todo Madrid. Adornan el escaparate muy suntuosamente. A continuación una tienda de ropa infantil que hace poco ha cerrado, y en la que compraba de vez en cuando cosas a los niños de pequeños, porque tenía un género muy bonito, elegante, que no encontrabas en otros sitios, y con un precio razonable.
Subiendo un poco más hay una gran tienda de electrodomésticos, en la que mi familia y yo aún seguimos comprando cosas.
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