Mirar a Paul Newman ha sido para mí siempre como contemplar una estatua, una obra de arte bella y perfecta que hubiese sido tocada por la mano de Dios para que se reencarnarse en ser humano. Aunque él fue mucho más que alguien a medio camino entre lo mortal y lo inmortal, alguien a quien observar con admiración.
Ni el más horrible de los sufrimientos, ni la mayor de las carcajadas, ni el más terrible acceso de ira pudo nunca descomponer la armonía de su rostro. Todo él emanaba una atractiva y dulce virilidad que no le abandonó en los muchos años que estuvo dedicado al mundo del cine.
En los personajes que interpretó puso siempre un toque de fuerza y al mismo tiempo de vulnerabilidad que le hacía ser conmovedor y digno de admiración a la vez. Es en el drama donde me gustó más, porque llevaba hasta sus últimas consecuencias todo un torrente de emociones que te arrastraban con él sin remisión: su desgracia parecía ser la nuestra, su alegría también.
Daba igual que fuera boxeador, vaquero, jugador, convicto, piloto, mantenido, fracasado, atormentado…, cualquier cosa podía ser. Sus ganas de vivir, su energía creativa y la forma como disfrutaba con todo lo que hacía se transmitía en todos los poros de su piel.
Era memorable su manera de estar, su apostura, de pie y de perfil frente a la cámara, la mirada baja, el rostro meditabundo, el rictus de su boca perfecta (sus “morritos”, como los llamo yo), el azul acerado de sus ojos, la finura de sus músculos, nunca excesivos en un cuerpo que fue siempre delgado y fuerte.
Las dos películas de las muchas que interpretó que más me gustaron siempre son “La leyenda del indomable” y “La gata sobre el tejado de zinc”. En la primera le recuerdo en la cárcel, comiendo docenas de huevos duros en un esfuerzo sobrehumano que le permitió ganar una apuesta. Testarudo hasta el límite. Cuánto lo admiré entonces. Lástima que la historia acabara tan mal. En la segunda estaba magnífico en aquella habitación tan blanca y luminosa, llena de espejos y dorados. Me encantaba cómo hundía la cara en el salto de cama que su mujer tenía colgado detrás de la puerta del cuarto de baño, en un único momento de soledad. Qué forma tan elocuente de consumirse por una pasión desgraciada debido al perpetuo conflicto en el que vivía con su pareja, en un solo gesto captamos la dimensión de su sufrimiento, de su frustración, sin palabras, sólo con gestos.
Paul Newman fue una persona versátil, genuina en sí misma, que tan pronto pilotaba un coche de carreras hasta edad bien avanzada, como inventaba una salsa y la comercializaba enlatada, destinando los beneficios de este negocio a causas benéficas.
Fue el creador e impulsor de un centro para la rehabilitación de drogadictos, y participó en diversas obras de caridad, como la organización de campamentos de verano para niños con enfermedades graves que subvencionaban varias entidades privadas.
La muerte de su hijo mayor, fruto de su primer matrimonio, por culpa de las drogas, le sumió en una profunda depresión de la que nunca se llegó a recuperar del todo. De hecho, era un tema que no se podía mencionar en ninguna entrevista que se le hiciese.
Su largo matrimonio con la también espléndida actriz Joanne Woodward sólo ha podido verse roto por la muerte de Paul. Pocas parejas hoy en día se pueden ver, y más en Hollywood, que duren tantos años, contra viento y marea. Juntos encajaban a la perfección, funcionaban como un preciso mecanismo de relojería. Fueron una pareja con un pensamiento muy libre y que vivió muy feliz.
A Paul Newman no pareció importarle envejecer, pues nunca dejó de ser terriblemente atractivo a pesar del paso del tiempo. Su estilo interpretativo siguió siendo el mismo de siempre, aunque le faltase el vigor de la juventud y se le viera en sus últimas películas bastante decrépito. Él pensaba, muy acertadamente, que su éxito frente a las cámaras se debía a su talento como actor y no sólo a su legendaria belleza. Mientras otros intérpretes sucumbían a la arruga y dejaba de contratárseles, él nunca dejó de estar en activo casi hasta el final de sus días, porque siempre tuvo algo que ofrecer, y el público nunca se cansó de verlo en la gran pantalla.
Como director nos ha dejado algunas películas muy interesantes y originales, con temas de los que hacen meditar.
Cuando murió, aparecían escenas de algunos de sus films más conocidos en el telediario en el que estaban dando la noticia. Yo estaba viéndolo en un restaurante con mis hijos, y todo el mundo dejó casi de hablar y de comer para mirarle, comparándolo con Robert Redford, otro guapo con el que solía trabajar a menudo. La gente decía que les gustaba mucho más Paul Newman, que era el más atractivo de los dos. Entre ellos no hubo nunca ninguna rivalidad, antes al contrario fueron grandes amigos; simplemente tenían buena química juntos en el cine, y en su momento fue un filón que los directores de Hollywood supieron explotar.
Paul, humanidad, belleza, delicada virilidad, sensibilidad, desgarrador cuando el papel lo requería, violento si lo exigía el guión, atractivo y seductor siempre. Una imagen ya imborrable e inconfundible para la historia del cine. Al final perdió su dulce pájaro de juventud, como se titulaba una de sus memorables películas, y con él se le fue también la vida, pero después de haberla vivido con absoluta plenitud.
Ni el más horrible de los sufrimientos, ni la mayor de las carcajadas, ni el más terrible acceso de ira pudo nunca descomponer la armonía de su rostro. Todo él emanaba una atractiva y dulce virilidad que no le abandonó en los muchos años que estuvo dedicado al mundo del cine.
En los personajes que interpretó puso siempre un toque de fuerza y al mismo tiempo de vulnerabilidad que le hacía ser conmovedor y digno de admiración a la vez. Es en el drama donde me gustó más, porque llevaba hasta sus últimas consecuencias todo un torrente de emociones que te arrastraban con él sin remisión: su desgracia parecía ser la nuestra, su alegría también.
Daba igual que fuera boxeador, vaquero, jugador, convicto, piloto, mantenido, fracasado, atormentado…, cualquier cosa podía ser. Sus ganas de vivir, su energía creativa y la forma como disfrutaba con todo lo que hacía se transmitía en todos los poros de su piel.
Era memorable su manera de estar, su apostura, de pie y de perfil frente a la cámara, la mirada baja, el rostro meditabundo, el rictus de su boca perfecta (sus “morritos”, como los llamo yo), el azul acerado de sus ojos, la finura de sus músculos, nunca excesivos en un cuerpo que fue siempre delgado y fuerte.
Las dos películas de las muchas que interpretó que más me gustaron siempre son “La leyenda del indomable” y “La gata sobre el tejado de zinc”. En la primera le recuerdo en la cárcel, comiendo docenas de huevos duros en un esfuerzo sobrehumano que le permitió ganar una apuesta. Testarudo hasta el límite. Cuánto lo admiré entonces. Lástima que la historia acabara tan mal. En la segunda estaba magnífico en aquella habitación tan blanca y luminosa, llena de espejos y dorados. Me encantaba cómo hundía la cara en el salto de cama que su mujer tenía colgado detrás de la puerta del cuarto de baño, en un único momento de soledad. Qué forma tan elocuente de consumirse por una pasión desgraciada debido al perpetuo conflicto en el que vivía con su pareja, en un solo gesto captamos la dimensión de su sufrimiento, de su frustración, sin palabras, sólo con gestos.
Paul Newman fue una persona versátil, genuina en sí misma, que tan pronto pilotaba un coche de carreras hasta edad bien avanzada, como inventaba una salsa y la comercializaba enlatada, destinando los beneficios de este negocio a causas benéficas.
Fue el creador e impulsor de un centro para la rehabilitación de drogadictos, y participó en diversas obras de caridad, como la organización de campamentos de verano para niños con enfermedades graves que subvencionaban varias entidades privadas.
La muerte de su hijo mayor, fruto de su primer matrimonio, por culpa de las drogas, le sumió en una profunda depresión de la que nunca se llegó a recuperar del todo. De hecho, era un tema que no se podía mencionar en ninguna entrevista que se le hiciese.
Su largo matrimonio con la también espléndida actriz Joanne Woodward sólo ha podido verse roto por la muerte de Paul. Pocas parejas hoy en día se pueden ver, y más en Hollywood, que duren tantos años, contra viento y marea. Juntos encajaban a la perfección, funcionaban como un preciso mecanismo de relojería. Fueron una pareja con un pensamiento muy libre y que vivió muy feliz.
A Paul Newman no pareció importarle envejecer, pues nunca dejó de ser terriblemente atractivo a pesar del paso del tiempo. Su estilo interpretativo siguió siendo el mismo de siempre, aunque le faltase el vigor de la juventud y se le viera en sus últimas películas bastante decrépito. Él pensaba, muy acertadamente, que su éxito frente a las cámaras se debía a su talento como actor y no sólo a su legendaria belleza. Mientras otros intérpretes sucumbían a la arruga y dejaba de contratárseles, él nunca dejó de estar en activo casi hasta el final de sus días, porque siempre tuvo algo que ofrecer, y el público nunca se cansó de verlo en la gran pantalla.
Como director nos ha dejado algunas películas muy interesantes y originales, con temas de los que hacen meditar.
Cuando murió, aparecían escenas de algunos de sus films más conocidos en el telediario en el que estaban dando la noticia. Yo estaba viéndolo en un restaurante con mis hijos, y todo el mundo dejó casi de hablar y de comer para mirarle, comparándolo con Robert Redford, otro guapo con el que solía trabajar a menudo. La gente decía que les gustaba mucho más Paul Newman, que era el más atractivo de los dos. Entre ellos no hubo nunca ninguna rivalidad, antes al contrario fueron grandes amigos; simplemente tenían buena química juntos en el cine, y en su momento fue un filón que los directores de Hollywood supieron explotar.
Paul, humanidad, belleza, delicada virilidad, sensibilidad, desgarrador cuando el papel lo requería, violento si lo exigía el guión, atractivo y seductor siempre. Una imagen ya imborrable e inconfundible para la historia del cine. Al final perdió su dulce pájaro de juventud, como se titulaba una de sus memorables películas, y con él se le fue también la vida, pero después de haberla vivido con absoluta plenitud.
No hay comentarios:
Publicar un comentario