martes, 7 de octubre de 2008

Los oidos de Dios


Yo creo que nadie se había puesto nunca antes en el papel de nuestro Creador como se ha hecho en la película “Como Dios”, en la que se ve que su existencia no tiene que ser nada fácil. Sólo con la cantidad de voces distintas que llegan hasta Él diciendo cada una una cosa diferente ya tendría suficiente para volverse loco.
La idea del protagonista, cuando por fin recibe los atributos de Dios y, por tanto, su trabajo, es muy original: como no sabía cómo recoger todas las peticiones que le llegaban constantemente (prueba a meterlas en cientos de archivadores, a anotarlas en miles de post-it), decide procesarlo todo a través de un ordenador. Pero cansado de tener que contestar a tantos mensajes, no se le ocurre otra cosa que decirle a todo que sí. No sabe que no todas las peticiones son viables ni razonables, y que además muchos no saben lo que realmente quieren. Como es en el dinero en lo que más suele pensar la gente, hubo un incremento anormal del número de aciertos en las apuestas, quinielas y loterías.
Haciéndose pasar por Dios se aprovecha para conseguir destacar en el trabajo o conquistar aún más a su pareja. Pero ni siquiera siendo Dios puede evitar cometer toda clase de torpezas por el uso y el abuso de sus divinos poderes. Y así acumula éxitos profesionales con métodos poco ortodoxos, y termina descuidando a su novia deslumbrado por otros placeres que su nueva condición permite que se pongan a su alcance.
No hay milagros en estos casos, los milagros los hacemos nosotros mismos en nuestra vida cotidiana, solventando situaciones difíciles y superando los obstáculos que puedan ponerse en nuestro camino.
Imagino al verdadero Dios escuchando toda esa marea inmensa de oraciones a Él dirigidas desde todas partes del mundo. Así me dormía yo de niña, rezándole y pidiendo por los propios y extraños. Aburrido le debía tener, siempre con las mismas cosas. Ahora casi no rezo, un Padrenuestro quizá cuando me entero de que algún conocido ha fallecido. Qué horror.
Dios tiene que oir a diario el sonido de millones de risas que son la expresión de la felicidad de la gente, el eco angustioso de millones de lamentos de todos los que sufren, los gritos de ira de los que se dejan llevar por la violencia, los estallidos de placer de todos los que se aman, los estertores de los que agonizan, los aullidos de dolor de las mujeres que están trayendo una nueva vida, los pensamientos creativos de todos los que intentamos hacer alguna clase de arte….
Dios lo escucha todo, el mundo que Él ha creado no es capaz de permanecer silencioso, continuamente se manifiesta. Hasta la propia Naturaleza, con su colección de huracanes, tormentas, oleajes, terremotos y volcanes, expresa su propio y ruidoso mensaje.
Él contempla la obra creada satisfecho unas veces, decepcionado otras. El libre albedrío nos ha conducido hasta donde estamos ahora. Si quisiera intervenir, bien podría ponerle un tapón al agujero de la capa de ozono, o podría taparle la boca a Bush hasta que elijan otro presidente, por ejemplo. Podría tener también unas palabras con Alá para que convenza a sus acólitos de que no mueran matando en su nombre, y unas palabras con Buda para ver si puede tranquilizar a sus lamas del Tíbet que están siempre tan soliviantados.
Cuántas cosas se han dicho y hecho en Su nombre: quién dijo que había que hacer cruzadas para extender el cristianismo por el mundo, la “guerra santa” contra el infiel, qué estupidez. Quién dijo que había que quemar en la hoguera a todas esas personas, pobres infelices, a los que se acusó de herejía y brujería. Eso habría que hacerles a los terroristas, a los pederastas y a los maltratadores, pero lo de pasar por el fuego a los infames ya no está de moda.
Dios escucha todo lo que decimos, tanto si es de palabra como si es con el pensamiento, incluso lo que no le dirigimos a Él. Por ser quien es no tiene urgencias ni necesidades, y la única que tuvo en su momento fue la de crearnos a nosotros. Somos su necesidad, el producto de su obra. Su influjo, aún con el libre albedrío, se trasmite a través de nosotros cuando hacemos el bien. Somos portadores de un trocito de Dios, lo divino y lo humano se confunde en nuestra esencia más íntima. Qué mezcla más maravillosa, un cóctel explosivo si se piensa bien. Con razón a veces superamos sus expectativas, para lo bueno y para lo malo, aunque conoce nuestros límites en ambos sentidos, por lo que nunca cundirá el pánico.
El trabajo de Dios no conoce vacaciones, ni días libres, ni premios, ni jubilación. El beneficio que pueda obtener consiste en ver que su obra es productiva.
Dios tiene bien abiertos los oídos, todos sus sentidos están siempre despiertos. Nada escapa a su atención.
Escúchame Padre, te lo ruego: no dejes de hacerlo nunca, no nos dejes nunca de tu mano.

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