- La mano de mi hermana extendida entre mi cama y la suya, para que yo se la cogiese, cuando compartíamos habitación, antes de casarnos. Solíamos tener un ratito de plática por la noche, antes de dormirnos.
- Un pastor alemán precioso, que corría unos metros por delante de mí, cuando yo era una niña, mientras paseaba con mi familia por mi barrio. Iba con su dueña, una chica joven, que llevaba distraídamente su correa colgando de una mano. En un momento dado el perro se fue a la carretera, creo que persiguiendo una pequeña pelota, y un coche que iba muy deprisa le pasó por encima del cuello y le hizo dar muchas vueltas sobre sí mismo antes de quedar tendido de medio lado sobre el asfalto. Su dueña dio un grito y corrió hacia él. El conductor salió precipitadamente del coche y se arrodilló junto a ella mirando al animal. Ella estaba muy angustiada y lloraba mucho. Al final se lo llevaron en el coche, pero no creo que sobreviviera. Yo nunca había visto algo semejante, me impresionó mucho.
- Me acuerdo de un juego de papel que nos hacía mi madre, de esos que se meten los dedos y según el número que elijas vas contando hasta que se queda en una determinada posición. Cada una tenía un adjetivo. También hacía pétalos de flores y los pegaba en una hoja. Debajo de cada uno había un dibujo o un símbolo.
- Recuerdo a mi padre volviendo del trabajo, quitándose el sombrero y dejándolo en un mueble que teníamos en el recibidor de casa. También me vienen a la memoria sus zapatos de rejilla. Debía ser yo muy pequeña, porque los sombreros y esa clase de calzado hace muchos años que ya no se llevan.
- Rememoro a mi abuela Pilar, sentada de espaldas, frente a una mesa, de cara a la pared, en el hospital, donde en menos de dos meses se fue apagando por culpa del cáncer. Era a la hora de comer. Había unas rodajas de merluza en su plato, algo que le gustaba mucho, y se llevaba con parsimonia los trozos a la boca. Siempre lo hacía todo con tranquilidad, sus gestos eran armoniosos, elegantes.
- Dos motoristas, a primera hora de la mañana, en un semáforo. Habían dejado su moto a un lado y se peleaban dándose cabezazos con el casco puesto. Me recordaba a los ciervos que se golpean mutuamente con la cornamenta luchando por el territorio. Yo estaba en el autobús que me conducía al trabajo. Me quedé perpleja y horrorizada. Cuánta mala leche desde tan temprano.
- Mi padre, mi tía Carmen, mi hermana y yo en el vagón correo del tren que nos traía de vuelta a Madrid después de pasar un día en El Escorial. Tendría yo 7 u 8 años. Como nos aburríamos en el trayecto, alguna vez nos escapamos a ese furgón de cola, si no nos quedaba muy lejos de donde estábamos, y jugábamos a las cuatro esquinas. Había dos asientos laterales, uno en una de las paredes y otro en frente un poco más allá. Nos intercambiábamos los asientos corriendo unos hacia otros a gran velocidad, procurando no caernos porque el tren iba a toda pastilla y se movía mucho. Las sacas con la correspondencia estaban por allí amontonadas. Nos daba mucha risa hacer estas pequeñas travesuras, porque sabíamos que no debíamos estar allí y lo prohibido siempre es muy excitante. Si nos hubiera visto el revisor nos hubiera regañado, como a niños pequeños que éramos todos.
- Un pastor alemán precioso, que corría unos metros por delante de mí, cuando yo era una niña, mientras paseaba con mi familia por mi barrio. Iba con su dueña, una chica joven, que llevaba distraídamente su correa colgando de una mano. En un momento dado el perro se fue a la carretera, creo que persiguiendo una pequeña pelota, y un coche que iba muy deprisa le pasó por encima del cuello y le hizo dar muchas vueltas sobre sí mismo antes de quedar tendido de medio lado sobre el asfalto. Su dueña dio un grito y corrió hacia él. El conductor salió precipitadamente del coche y se arrodilló junto a ella mirando al animal. Ella estaba muy angustiada y lloraba mucho. Al final se lo llevaron en el coche, pero no creo que sobreviviera. Yo nunca había visto algo semejante, me impresionó mucho.
- Me acuerdo de un juego de papel que nos hacía mi madre, de esos que se meten los dedos y según el número que elijas vas contando hasta que se queda en una determinada posición. Cada una tenía un adjetivo. También hacía pétalos de flores y los pegaba en una hoja. Debajo de cada uno había un dibujo o un símbolo.
- Recuerdo a mi padre volviendo del trabajo, quitándose el sombrero y dejándolo en un mueble que teníamos en el recibidor de casa. También me vienen a la memoria sus zapatos de rejilla. Debía ser yo muy pequeña, porque los sombreros y esa clase de calzado hace muchos años que ya no se llevan.
- Rememoro a mi abuela Pilar, sentada de espaldas, frente a una mesa, de cara a la pared, en el hospital, donde en menos de dos meses se fue apagando por culpa del cáncer. Era a la hora de comer. Había unas rodajas de merluza en su plato, algo que le gustaba mucho, y se llevaba con parsimonia los trozos a la boca. Siempre lo hacía todo con tranquilidad, sus gestos eran armoniosos, elegantes.
- Dos motoristas, a primera hora de la mañana, en un semáforo. Habían dejado su moto a un lado y se peleaban dándose cabezazos con el casco puesto. Me recordaba a los ciervos que se golpean mutuamente con la cornamenta luchando por el territorio. Yo estaba en el autobús que me conducía al trabajo. Me quedé perpleja y horrorizada. Cuánta mala leche desde tan temprano.
- Mi padre, mi tía Carmen, mi hermana y yo en el vagón correo del tren que nos traía de vuelta a Madrid después de pasar un día en El Escorial. Tendría yo 7 u 8 años. Como nos aburríamos en el trayecto, alguna vez nos escapamos a ese furgón de cola, si no nos quedaba muy lejos de donde estábamos, y jugábamos a las cuatro esquinas. Había dos asientos laterales, uno en una de las paredes y otro en frente un poco más allá. Nos intercambiábamos los asientos corriendo unos hacia otros a gran velocidad, procurando no caernos porque el tren iba a toda pastilla y se movía mucho. Las sacas con la correspondencia estaban por allí amontonadas. Nos daba mucha risa hacer estas pequeñas travesuras, porque sabíamos que no debíamos estar allí y lo prohibido siempre es muy excitante. Si nos hubiera visto el revisor nos hubiera regañado, como a niños pequeños que éramos todos.