Hay que ver la cantidad de restaurantes de fast food que hay hoy en día. Da igual el nombre que tengan, todos tienen el mismo tipo de accesorios, máquinas, uniformes para los empleados, publicidad e instalaciones.
Cuando vas a un Burger King, por ejemplo, si no te ciñes a los menús standard que tengan vas listo. Si dices que no quieres pepinillo o lechuga, te ponen mala cara y se tiran media hora tecleando tu pedido, como si hubieses formulado una solicitud extraña o disparatada. Antes era más sencillo porque se limitaban a decirlo por un micrófono.
Luego viene una sucesión de trozos de carne saliendo del congelador, panes redondos, chorros de refresco y de helado (no sé con qué harán esa crema blanquecina que no sabe a nada en particular pero que está riquísima), surtidor de lacasitos e hilos de chocolate, botes de caramelo, fresa y chocolate para añadir al helado, patatas con ketchup, palitos de todas clases (mozarella, pollo....), etc. Los menús infantiles son engañosos porque parece que te ahorras dinero, pero las cantidades son más pequeñas. Y todo envuelto en cajitas de todas las formas y tamaños, vasos de cartón, bolsas de papel o de plástico, cucharitas, pajas, servilletas, mantelitos para las bandejas, muñecos de regalo para los niños .... Es una estética de lo desechable, tanto como la comida que sirven.
Y no te quiero contar cuando se está celebrando una fiesta de cumpleaños para los más peques, todos con su corona dorada en la cabeza, dando gritos como descosidos y correteando por todas partes sin control. La tarta se la comen al final sólo dos ó tres, los que sean más golosos.
A mí me hace gracia ver a mi hijo disfrutando como un enano de una hamburguesa, cuanto más grande mejor, rara vez le veo comer con tanto gusto. Y mientras, su hermana y yo le miramos siempre atónitas, pensando en cómo le puede gustar eso, y si somos nosotras las que tenemos un paladar diferente al de la mayoría de la gente.
En las pizzerías por lo menos puedes contemplar cómo le dan vueltas a la masa con un dedo cuando la están haciendo, y hasta cómo la lanzan a lo alto, no sé si por alarde o porque tiene que ser así. Hace años ví una enorme colgada de un ventilador de techo, quizá el cocinero se había excedido en el cumplimiento de su labor. Me recordó los relojes blandos de Dalí.
Últimamente el único sitio de esta clase que no me importa frecuentar son los Pans and Company, porque los bocadillos me parece que están ricos, y además tienen café, cosa que en la mayoría de los otros sitios no. En cambio los Kentucky me dan grima, con esos trozos de pollo reseco metidos en vasos de cartón gigantes. Si no tienes algo para beber a mano es seguro que mueres, porque eso no hay quien lo haga pasar por la garganta, hay que tragarlo como los avestruces.
Cuando mis hijos eran pequeños los llevaba al McDonald o al Burger por las zonas recreativas que tienen para los niños, en las que parece que se lo pasaban bien. A veces me daban ganas de meterme yo también en los tubos y laberintos, y nadar en las bolas de gomaespuma de colores, pero el sentido del ridículo en los adultos es lo que tiene, que no te deja hacer todo lo que quisieras porque parece que ya no te pega.
Hay gente que come y cena en estos sitios, como si su gusto ya no encontrara placer más que con estos sabores. Tiene que causar auténticos estragos en el organismo abusar de estas comidas.
Lo que sí recuerdo es el gusto que me daba ir cuando tenía 13 años con una amiga que tenía por entonces a uno de los primeros Burger que ya por entonces se empezaban a montar en España. Cogíamos el autobús para ir al centro (incipiente libertad), y nos pedíamos una hamburguesa con mucho tomate y lechuga. El pepinillo se lo pasaba a ella. El caso es que nunca le encontré mucho gusto a comer aquello, lo hacía por la novedad, no así mi amiga, que parecía encantarle. Desde entonces no he vuelto a probar ninguna.
Los restaurantes de fast food no han hecho más que proliferar, y han surgido además otros con otro tipo de comidas pero que básicamente funcionan igual. Y en la mayoría de los restaurantes, aunque no pertenezcan a ninguna de estas cadenas, también sirven menús que dejan mucho que desear. Parece que el cuidado y la calidad con el que se cocinaba antes ha desaparecido.
Pues eso, que quiero una doble Whooper con extra de queso y mucho ketchup, por favor. Que sarna con gusto no pica.
Cuando vas a un Burger King, por ejemplo, si no te ciñes a los menús standard que tengan vas listo. Si dices que no quieres pepinillo o lechuga, te ponen mala cara y se tiran media hora tecleando tu pedido, como si hubieses formulado una solicitud extraña o disparatada. Antes era más sencillo porque se limitaban a decirlo por un micrófono.
Luego viene una sucesión de trozos de carne saliendo del congelador, panes redondos, chorros de refresco y de helado (no sé con qué harán esa crema blanquecina que no sabe a nada en particular pero que está riquísima), surtidor de lacasitos e hilos de chocolate, botes de caramelo, fresa y chocolate para añadir al helado, patatas con ketchup, palitos de todas clases (mozarella, pollo....), etc. Los menús infantiles son engañosos porque parece que te ahorras dinero, pero las cantidades son más pequeñas. Y todo envuelto en cajitas de todas las formas y tamaños, vasos de cartón, bolsas de papel o de plástico, cucharitas, pajas, servilletas, mantelitos para las bandejas, muñecos de regalo para los niños .... Es una estética de lo desechable, tanto como la comida que sirven.
Y no te quiero contar cuando se está celebrando una fiesta de cumpleaños para los más peques, todos con su corona dorada en la cabeza, dando gritos como descosidos y correteando por todas partes sin control. La tarta se la comen al final sólo dos ó tres, los que sean más golosos.
A mí me hace gracia ver a mi hijo disfrutando como un enano de una hamburguesa, cuanto más grande mejor, rara vez le veo comer con tanto gusto. Y mientras, su hermana y yo le miramos siempre atónitas, pensando en cómo le puede gustar eso, y si somos nosotras las que tenemos un paladar diferente al de la mayoría de la gente.
En las pizzerías por lo menos puedes contemplar cómo le dan vueltas a la masa con un dedo cuando la están haciendo, y hasta cómo la lanzan a lo alto, no sé si por alarde o porque tiene que ser así. Hace años ví una enorme colgada de un ventilador de techo, quizá el cocinero se había excedido en el cumplimiento de su labor. Me recordó los relojes blandos de Dalí.
Últimamente el único sitio de esta clase que no me importa frecuentar son los Pans and Company, porque los bocadillos me parece que están ricos, y además tienen café, cosa que en la mayoría de los otros sitios no. En cambio los Kentucky me dan grima, con esos trozos de pollo reseco metidos en vasos de cartón gigantes. Si no tienes algo para beber a mano es seguro que mueres, porque eso no hay quien lo haga pasar por la garganta, hay que tragarlo como los avestruces.
Cuando mis hijos eran pequeños los llevaba al McDonald o al Burger por las zonas recreativas que tienen para los niños, en las que parece que se lo pasaban bien. A veces me daban ganas de meterme yo también en los tubos y laberintos, y nadar en las bolas de gomaespuma de colores, pero el sentido del ridículo en los adultos es lo que tiene, que no te deja hacer todo lo que quisieras porque parece que ya no te pega.
Hay gente que come y cena en estos sitios, como si su gusto ya no encontrara placer más que con estos sabores. Tiene que causar auténticos estragos en el organismo abusar de estas comidas.
Lo que sí recuerdo es el gusto que me daba ir cuando tenía 13 años con una amiga que tenía por entonces a uno de los primeros Burger que ya por entonces se empezaban a montar en España. Cogíamos el autobús para ir al centro (incipiente libertad), y nos pedíamos una hamburguesa con mucho tomate y lechuga. El pepinillo se lo pasaba a ella. El caso es que nunca le encontré mucho gusto a comer aquello, lo hacía por la novedad, no así mi amiga, que parecía encantarle. Desde entonces no he vuelto a probar ninguna.
Los restaurantes de fast food no han hecho más que proliferar, y han surgido además otros con otro tipo de comidas pero que básicamente funcionan igual. Y en la mayoría de los restaurantes, aunque no pertenezcan a ninguna de estas cadenas, también sirven menús que dejan mucho que desear. Parece que el cuidado y la calidad con el que se cocinaba antes ha desaparecido.
Pues eso, que quiero una doble Whooper con extra de queso y mucho ketchup, por favor. Que sarna con gusto no pica.
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