lunes, 3 de marzo de 2008

Maniática de la última palabra (V)

- A veces, cuando releo las cosas que he escrito, me sorprenden algunas frases que utilizo, ciertas formas de expresar lo que siento que ignoro de dónde salen, porque nunca he pensado conscientemente las cosas usando esos términos. Hay ideas que sí flotan en mi cabeza y las reproduzco más o menos con la forma que la intención o el momento han tenido a bien que surjan. Pero hay impresiones que debían estar en mi subconsciente sin yo saberlo, y han salido en tropel a través de mi bolígrafo para convertirse en tinta sobre el papel. A eso puede que se le llame inspiración, que no talento, que es otra cosa con la que nacen sólo unos cuantos privilegiados.

- ¿Quién puede matar a un ruiseñor?. Hay muchos que lo hacen todos los días, sin pestañear.

- Llevo una temporada larga que no oigo más que cantos de sirenas. Voy a tener que hacer caso omiso, porque si no seré yo quien termine entonando el canto del cisne.

- Por quién doblan las campanas. Doblan por todos los que no han sido capaces de hace realidad sus sueños. No quiero que doblen nunca por mí.

- Hay que ver los americanos lo que les gusta matar a su presidente en el cine. Casi todos los años estrenan alguna película donde lo secuestran, lo maltratan o directamente se lo cargan, para regocijo internacional parece ser. Jesús, qué fijación.

- Mis hijos cada vez que me desobedecen cometen un delito de lesa majestad. Todavía es pronto para que me derroquen. Tiempo tendrán de abandonarse a la anarquía, o a la autoarquía si lo prefieren.

- En España nunca nos declararemos en huelga a la japonesa. Será por el clima, que nos hace así. Aquí las huelgas y las manifestaciones son casi como un carnaval, con risas, cánticos, baile, y un poco de botellón si la cosa se anima un poco. Las quejas no son nunca un drama, sino una chirigota. Si un ministro comete irregularidades no se suicida como en Japón, sino que se reafirma en su puesto, y se le disculpa diciendo que ha sido un desliz institucional, o un exceso de celo en el ejercicio de sus cometidos. La madre que los parió a todos, como diría Reverte.

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