jueves, 23 de abril de 2009

Bodorrios


Las costumbres que existen en este país desde hace años en lo que a bodas se refiere resultan de lo más extrañas y grotescas si se mira bien. No hace falta ver los videos que ponen en televisión con todo tipo de contratiempos (caídas, despistes, borracheras, bromas pesadas) que por lo lamentables que son no sé cómo pueden producir hilaridad en el público. A mí me da más bien pena y vergüenza ajena.
Por la forma como se desarrollaba una ceremonia nupcial se sabía la extracción social de los contrayentes, pero hoy en día parece que las diferencias de clase casi no se perciben, a no ser que se trate de un enlace de alto copete, en el que a veces se pasa al extremo opuesto, pues de tan refinados que pretenden parecer terminan siendo ridículos y cursis.
Yo he visto, y padecido en mis propias carnes cuando me llegó la hora, de todo: trozos de corbata del novio metidos en una botella vacía, trozos de calzoncillos del novio, algunos con color marrón porque los requeman con un mechero para que parezcan que están sucios, la liga de la novia que más parece una cabaretera que otra cosa, el tener que lamer la enorme espada que te dan para partir la tarta, cortar una banda de tela al entrar en el salón del banquete como quien inaugura un monumento, o en la iglesia el típico niño al que nadie sujeta y que le da por pisar la cola de la novia o tirarle del velo. Y cuando vas a salir te pueden tirar desde arroz a judías blancas, lentejas, de todo, se podría hacer una menestra de verduras o un plato de legumbres variadas con ello. Una vez vi que rociaban a los novios, amigos míos, con unos sprays que soltaban como churretones de colores. Menos mal que no manchaban. Aquí debería implantarse la costumbre que hay en Francia de tirar pétalos de rosa.
Durante el banquete puede pasar de todo, desde las invitadas que llenan bolsas de plástico con los langostinos (los que han vivido la guerra civil, supongo, que todavía se acuerdan del hambre que pasaron), hasta gritos de la concurrencia pidiendo que se bese todo el mundo, primero los novios, luego los consuegros, y la madre que los parió a todos.
Yo he llegado a ver en una boda entrar en el salón al hermano y los amigos del novio con unas tijeras gigantes y hacer como que le cortaban la corbata. O una compañera de trabajo que tuvo mi hermana hace tiempo, a la que a su marido le hicieron desnudarse en los servicios para ponerle unos pañales gigantes.
Hace años, en la boda de una prima de mi madre, recuerdo que apagaron las luces del salón para iluminar con focos una parte del techo, del que bajó lentamente una enorme tarta nupcial. Comprendo que una boda sin tarta nupcial no parece boda, pero convertirla en el centro del espectáculo es demasiado.
En las bodas de mis primos se nota que lo que más les preocupa es el qué dirán y el aparentar. Salvo en la boda de una prima, que la cena fue deliciosa y todo estuvo muy bien, en las demás ni sabías lo que comías, con eso de la “nouvelle cuisine” tan creativa y original, o como en los restaurantes muy caros que no ponen mucha cantidad porque no resulta fino. Así fue que una prima puso un diminuto huevo de codorniz en medio de un plato enorme y con unas salsas de colores, todo muy artístico.
Otra prima dio un cocktail con muchísimos invitados y había que estar todo el tiempo de pie, abriéndote paso entre la confusión. Aunque era un sitio de alto copete, la tortilla rebotaba en el suelo si se te caía un trozo, y se veía a la gente con el plato debajo de la axila dirigiéndose a las mesas donde estaba la comida.
Algún sector de mis primos, los peores, criticaban a otro sector que es más moderado porque los amigos de éstos vitoreaban a los novios haciendo girar sus servilletas en alto y eso les parecía que era dar la nota. Pues tampoco es para tanto.
Hay ritos mucho más complicados que el católico en esto del casorio: no hay más que ver a los judíos ortodoxos cuando los novios entran en la sinagoga bajo palio y unas vez frente al sacerdote les atan las manos con un lazo, ponen coronas sobre su cabeza y dan vueltas en círculo para terminar rompiendo la copa de la que han bebido vino. Para todo hay un simbolismo, pero tiene que ser un martirio pasar por una ceremonia tan larga y complicada.
Una boda suele ser uno de los días más importantes en la vida de una persona, y suele ser justo el día en el que rara vez sale todo como lo tienes previsto.
Hoy en día las ceremonias nupciales se han convertido en un trámite social casi obligado más que en un acto de unión de dos personas que se quieren y que desean ser bendecidos con un sacramento, el sentido religioso es lo de menos.
Es una ocasión que cada vez más está perdiendo su verdadero sentido de amor y celebración, y puede llegar a convertirse en una multitudinaria pesadilla.
Por eso, cuando veo una boda sencilla, íntima, en la que todos los que participan están entregados al momento que viven con ilusión y alegría, me quedo maravillada, con naturalidad, sin salidas de tono. Acabemos con los graciosillos y los boicoteadores. Las bodas son para los que se casan, lo demás sobra.

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