La cultura árabe causa fascinación y rechazo a un tiempo, como tantas otras culturas que nos son ajenas y lejanas. Fascinación por el arte, las ropas, la música, las comidas y sus costumbres, rechazo por la mayoría de los preceptos de su religión.
Desde que conozco a Eva, compañera de clase y amiga de mi hija, y a su madre Jady, estoy más convencida de ello. Eva no podrá ir al viaje de fin de curso del colegio porque una de las normas que tienen que cumplir es que las hijas no pueden ir a ninguna parte sin su madre, ni pasar siquiera una noche fuera de casa. Cuanto menos salga mejor, todo lo más para dar un paseo un ratito con alguna amiga cuando ya tengan una cierta edad.
Jady conserva la costumbre de vestir tapándose todo el cuerpo, cubriéndose la cabeza con un pañuelo. El hecho de que una mujer enseñe el cabello es un pecado a los ojos de Alá. Según me contó ella es hija de una de las cuatro esposas de su padre, con las que tuvo nueve hijos. A una edad en la que la mujeres dejan sus estudios, ella quiso continuar, con el apoyo del cabeza de familia, que tuvo que poner toda clase de excusas cuando los vecinos le preguntaban al respecto o le criticaban.
Jady quiere que Eva estudie en la universidad. La niña, que es inteligente y estudiosa, dice que quiere ser cirujana en Miami. Es muy guasona.
A Jady le gusta vivir en España, pues las costumbres son más relajadas y encuentra trabajo siempre que lo necesita. En su último empleo ha tenido que quitarse el pañuelo de la cabeza y ponerse el uniforme reglamentario. La 1ª vez que la vi sin su indumentaria habitual casi no la reconocí. Su pelo tenía los reflejos rojizos de la gena, que las mujeres de su origen utilizan para cuidarse el cabello. Se la veía mucho más delgada y femenina que con todas esas ropas abultadas que suele llevar para tapar las formas de su cuerpo, y como se había pintado ligeramente los ojos, resaltaba la belleza de las mujeres árabes, que los tienen grandes y oscuros, y la boca carnosa. Ella, aunque es una mujer madura, conserva su encanto y su exotismo. Tuvo a Eva mayor cuando ya tenía un hijo de 20 años, al que concibió siendo casi una niña.
Lo que no le gusta a Jady de nuestro país es la promiscuidad que observa en la juventud de aquí. En Marruecos aún sigue siendo inconcebible que una mujer mantenga relaciones sexuales fuera del matrimonio. El celo con el que se guarda la virginidad es una característica propia de las culturas más ancestrales.
Tal y como Jady habla de la forma de vivir de la mujer árabe, todas las libertades son para el hombre. Ellos pueden fumar, ir a los bares, al cine, a donde les plazca, ellas no. Si salen es para comprar lo imprescindible. La mujer puede tener una amistad con hombres, pero nunca quedarse a solas con ellos. Yo le pregunté en una ocasión si le parecía esa situación normal, y para ella así es, ha crecido y la han educado de esa manera y está acostumbrada.
Obligada a casarse con un amigo de su padre por decisión de sus hermanos varones, pues el progenitor había fallecido, tuvo a su primer hijo con 16 años. Los matrimonios en Marruecos son concertados por los padres, y en ausencia del padre por los hermanos. La mujer debe estar casada y haber tenido al menos dos hijos al cumplir los 24 años. También para Eva desea un matrimonio temprano y descendencia.
Es difícil comprender cómo una mujer inteligente, valerosa y con carácter como Jady acepta todas esas tradiciones sin rebelarse, antes al contrario, constituyen la base de su existencia, lo que da sentido a la vida.
Cuando habla de la peregrinación a la Meca lo hace con respeto y veneración. Me contó cómo se siente uno allí dando vueltas en torno a ese monumento sagrado, inmersa en una multitud de fieles enfervorecidos que soportan muchos grados bajo el sol. Las mujeres confeccionan a sus hijos y esposos unos calzones hechos con telas que se cruzan y se ciñen a la cintura, hechos para esa ocasión. En algún reportaje en televisión he visto las imágenes de la muchedumbre que allí se congrega y la verdad que es impresionante. Para los árabes, practicar su religión y seguir sus preceptos es un motivo de inmensa satisfacción y alegría, algo que ya quisiéramos para nosotros los que profesamos otras creencias.
Eva le enseñó a mi hija algunas palabras árabes. Su madre casi no le ha inculcado la lengua de su país, pero ella va aprendiendo poco a poco, más a pronunciar que a escribir. Oir a Jady hablar en su idioma, tan gutural, es fascinante.
Jady es una madre firme y tierna al mismo tiempo. Se preocupa muchísimo y hasta perder el sueño con todo lo que concierne a Eva, anticipando males que no sabe si se van a producir, sólo para que nada la pille por sorpresa. Lejos de su país y de su familia, sin marido, la responsabilidad de lo que le suceda a su hija es exclusivamente suya.
Eva depende emocionalmente mucho de ella. Con su tez morena, el cabello oscuro, rizado y brillante, los ojos marrones inmensos y llenos de luz, la sonrisa blanca de dientes perfectos siempre reluciendo en su boca, es una niña aparentemente feliz pese a haberse criado sin padre y los problemas que éste sigue ocasionando de vez en cuando. Es una maestra del manga y hace unos dibujos tanto con rotuladores como en el ordenador que son tan perfectos que hay que mirarlos más de una vez para saber si están hechos en una imprenta.
Jady y yo respetamos nuestras respectivas maneras de pensar y de ver la vida. Pocas cosas tenemos en común: el amor por nuestros hijos y la mala suerte de habernos unido a hombres que no nos han merecido, cosas que son comunes a cualquier mujer, da igual en qué país haya nacido o cuál sea su religión.
Que Alá la proteja, a ella y a su familia. Que Dios nos proteja, a mí y a los míos.
Desde que conozco a Eva, compañera de clase y amiga de mi hija, y a su madre Jady, estoy más convencida de ello. Eva no podrá ir al viaje de fin de curso del colegio porque una de las normas que tienen que cumplir es que las hijas no pueden ir a ninguna parte sin su madre, ni pasar siquiera una noche fuera de casa. Cuanto menos salga mejor, todo lo más para dar un paseo un ratito con alguna amiga cuando ya tengan una cierta edad.
Jady conserva la costumbre de vestir tapándose todo el cuerpo, cubriéndose la cabeza con un pañuelo. El hecho de que una mujer enseñe el cabello es un pecado a los ojos de Alá. Según me contó ella es hija de una de las cuatro esposas de su padre, con las que tuvo nueve hijos. A una edad en la que la mujeres dejan sus estudios, ella quiso continuar, con el apoyo del cabeza de familia, que tuvo que poner toda clase de excusas cuando los vecinos le preguntaban al respecto o le criticaban.
Jady quiere que Eva estudie en la universidad. La niña, que es inteligente y estudiosa, dice que quiere ser cirujana en Miami. Es muy guasona.
A Jady le gusta vivir en España, pues las costumbres son más relajadas y encuentra trabajo siempre que lo necesita. En su último empleo ha tenido que quitarse el pañuelo de la cabeza y ponerse el uniforme reglamentario. La 1ª vez que la vi sin su indumentaria habitual casi no la reconocí. Su pelo tenía los reflejos rojizos de la gena, que las mujeres de su origen utilizan para cuidarse el cabello. Se la veía mucho más delgada y femenina que con todas esas ropas abultadas que suele llevar para tapar las formas de su cuerpo, y como se había pintado ligeramente los ojos, resaltaba la belleza de las mujeres árabes, que los tienen grandes y oscuros, y la boca carnosa. Ella, aunque es una mujer madura, conserva su encanto y su exotismo. Tuvo a Eva mayor cuando ya tenía un hijo de 20 años, al que concibió siendo casi una niña.
Lo que no le gusta a Jady de nuestro país es la promiscuidad que observa en la juventud de aquí. En Marruecos aún sigue siendo inconcebible que una mujer mantenga relaciones sexuales fuera del matrimonio. El celo con el que se guarda la virginidad es una característica propia de las culturas más ancestrales.
Tal y como Jady habla de la forma de vivir de la mujer árabe, todas las libertades son para el hombre. Ellos pueden fumar, ir a los bares, al cine, a donde les plazca, ellas no. Si salen es para comprar lo imprescindible. La mujer puede tener una amistad con hombres, pero nunca quedarse a solas con ellos. Yo le pregunté en una ocasión si le parecía esa situación normal, y para ella así es, ha crecido y la han educado de esa manera y está acostumbrada.
Obligada a casarse con un amigo de su padre por decisión de sus hermanos varones, pues el progenitor había fallecido, tuvo a su primer hijo con 16 años. Los matrimonios en Marruecos son concertados por los padres, y en ausencia del padre por los hermanos. La mujer debe estar casada y haber tenido al menos dos hijos al cumplir los 24 años. También para Eva desea un matrimonio temprano y descendencia.
Es difícil comprender cómo una mujer inteligente, valerosa y con carácter como Jady acepta todas esas tradiciones sin rebelarse, antes al contrario, constituyen la base de su existencia, lo que da sentido a la vida.
Cuando habla de la peregrinación a la Meca lo hace con respeto y veneración. Me contó cómo se siente uno allí dando vueltas en torno a ese monumento sagrado, inmersa en una multitud de fieles enfervorecidos que soportan muchos grados bajo el sol. Las mujeres confeccionan a sus hijos y esposos unos calzones hechos con telas que se cruzan y se ciñen a la cintura, hechos para esa ocasión. En algún reportaje en televisión he visto las imágenes de la muchedumbre que allí se congrega y la verdad que es impresionante. Para los árabes, practicar su religión y seguir sus preceptos es un motivo de inmensa satisfacción y alegría, algo que ya quisiéramos para nosotros los que profesamos otras creencias.
Eva le enseñó a mi hija algunas palabras árabes. Su madre casi no le ha inculcado la lengua de su país, pero ella va aprendiendo poco a poco, más a pronunciar que a escribir. Oir a Jady hablar en su idioma, tan gutural, es fascinante.
Jady es una madre firme y tierna al mismo tiempo. Se preocupa muchísimo y hasta perder el sueño con todo lo que concierne a Eva, anticipando males que no sabe si se van a producir, sólo para que nada la pille por sorpresa. Lejos de su país y de su familia, sin marido, la responsabilidad de lo que le suceda a su hija es exclusivamente suya.
Eva depende emocionalmente mucho de ella. Con su tez morena, el cabello oscuro, rizado y brillante, los ojos marrones inmensos y llenos de luz, la sonrisa blanca de dientes perfectos siempre reluciendo en su boca, es una niña aparentemente feliz pese a haberse criado sin padre y los problemas que éste sigue ocasionando de vez en cuando. Es una maestra del manga y hace unos dibujos tanto con rotuladores como en el ordenador que son tan perfectos que hay que mirarlos más de una vez para saber si están hechos en una imprenta.
Jady y yo respetamos nuestras respectivas maneras de pensar y de ver la vida. Pocas cosas tenemos en común: el amor por nuestros hijos y la mala suerte de habernos unido a hombres que no nos han merecido, cosas que son comunes a cualquier mujer, da igual en qué país haya nacido o cuál sea su religión.
Que Alá la proteja, a ella y a su familia. Que Dios nos proteja, a mí y a los míos.
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