- De vez en cuando mis hijos retoman sus juegos en común, pequeñas representaciones teatrales improvisadas sobre la marcha. En esta ocasión son farmacéuticos.
Ana se ha puesto sentada a una de las mesas del salón con el teclado de su ordenador. Ha escrito en un pequeño papel los códigos de barras de los medicamentos, y otro papelito representa una licencia para abrir el local.
En una pequeña libreta con bolígrafo incorporado va anotando lo que vende.
En un momento dado en que ella se levantó a coger unos chicles, se puso su hermano en su lugar. Ella refunfuña un poco, pero acepta hacer de compradora.
Miguel Ángel nada más abrir la tienda anuncia que aquella es una Farmacia Ilegal de Existencias Limitadas, por lo que no puede vender nada de lo que tiene porque si no se acabaría el género. A la cliente le sugiere que se vaya, si hace el favor, por donde ha venido.
Luego accedió a venderle alguna cosa, pero como ella en venganza por haber sido suplantada como dueña de la tienda salía corriendo sin pagar, él hacía como que sacaba un lanzagranadas imaginario (parecía que lo estabas viendo de verdad, ambos tienen grandes dotes de mimo), y no contento con eso una metralleta también, y la barrió con unas cuantas ráfagas según se escapaba.
Después volvió a ser Ana la farmacéutica. Miguel Ángel interpreta el papel de un inspector que viene a ver si está todo en orden. Mira la licencia poniendo el papel sobre sus ojos, como esperando encontrar el más mínimo detalle irregular, y al final termina rompiendo la licencia diciendo que no servía y que había que cerrar el local.
Ésta es una farmacia en la que se puede regatear, y en la que la clientela hace sus quejas apoyándose un poco amenazadoramente sobre el mostrador. Por eso Miguel Ángel cambia de personaje y hace ahora de cliente que se queja por algo que compró. “Peitel es una crema maleante, sinvergüenza y dominguera, a la par que temeraria, que se aberroncha contra el rocaje vivo y cuando aparece su presa salta y, aberronchada totalmente, la desguaza como si fuera un percebe. La manera sanguinaria y temeraria que tiene de atacar muy pocos la han visto. Yo sí la he visto, allá por Missouri“.
Si todo el mundo llevara así sus negocios se apoderaría de la gente una locura colectiva. Cuando entrásemos en un comercio nunca sabríamos lo que nos podría suceder. No deja de ser el humor de mis hijos bastante surrealista. Igual los descubre algún día alguien y los mete también en un programa de televisión. Yo desde luego me parto de risa con ellos.
- Cada vez me chocan más ver los espectáculos sadomasoquistas que se montan con motivo de la Semana Santa. Tanta flagelación pública, tanta Cruz ensangrentada, tanta Virgen llena de lágrimas. Es algo anacrónico y deprimente hoy en día. Qué sensación más luctuosa y patética debemos causar entre los que no son católicos. Me fastidia que la nuestra sea una religión hecha de martirios y mártires. El sacrificio que Cristo llevó a cabo por nosotros, algo que se repite cada vez que un inocente es torturado y asesinado, es algo que hay que recordar con respeto, no recrearse en ello.
El sufrimiento ajeno sólo causa entusiasmo entre un cierto tipo de gente.
Los cristianos celebramos otros acontecimientos mucho más alegres que ese, pero con la Semana Santa parece que los ánimos se desatan. Será por nuestra cultura mediterránea, tan venal y tan dada al folklore. Ni siquiera me parece adecuado que la Cruz sea el símbolo que identifica a los cristianos. Ya podían haber elegido otro momento de la vida de Jesús más agradable y tan significativo como ese.
Estoy un poco harta de que nuestra religión se base sobre todo en la culpa y la penitencia. No sé si en otros países la interpretarán así, a lo mejor lo hacen de otra manera, más racional, humana y cercana.
Yo veo ésto del sacrificio con una perspectiva algo más optimista, dentro de lo penoso del asunto. Pienso como Luther King, que “el sufrimiento, cuando no es merecido, puede ser muy emancipador”.
Ana se ha puesto sentada a una de las mesas del salón con el teclado de su ordenador. Ha escrito en un pequeño papel los códigos de barras de los medicamentos, y otro papelito representa una licencia para abrir el local.
En una pequeña libreta con bolígrafo incorporado va anotando lo que vende.
En un momento dado en que ella se levantó a coger unos chicles, se puso su hermano en su lugar. Ella refunfuña un poco, pero acepta hacer de compradora.
Miguel Ángel nada más abrir la tienda anuncia que aquella es una Farmacia Ilegal de Existencias Limitadas, por lo que no puede vender nada de lo que tiene porque si no se acabaría el género. A la cliente le sugiere que se vaya, si hace el favor, por donde ha venido.
Luego accedió a venderle alguna cosa, pero como ella en venganza por haber sido suplantada como dueña de la tienda salía corriendo sin pagar, él hacía como que sacaba un lanzagranadas imaginario (parecía que lo estabas viendo de verdad, ambos tienen grandes dotes de mimo), y no contento con eso una metralleta también, y la barrió con unas cuantas ráfagas según se escapaba.
Después volvió a ser Ana la farmacéutica. Miguel Ángel interpreta el papel de un inspector que viene a ver si está todo en orden. Mira la licencia poniendo el papel sobre sus ojos, como esperando encontrar el más mínimo detalle irregular, y al final termina rompiendo la licencia diciendo que no servía y que había que cerrar el local.
Ésta es una farmacia en la que se puede regatear, y en la que la clientela hace sus quejas apoyándose un poco amenazadoramente sobre el mostrador. Por eso Miguel Ángel cambia de personaje y hace ahora de cliente que se queja por algo que compró. “Peitel es una crema maleante, sinvergüenza y dominguera, a la par que temeraria, que se aberroncha contra el rocaje vivo y cuando aparece su presa salta y, aberronchada totalmente, la desguaza como si fuera un percebe. La manera sanguinaria y temeraria que tiene de atacar muy pocos la han visto. Yo sí la he visto, allá por Missouri“.
Si todo el mundo llevara así sus negocios se apoderaría de la gente una locura colectiva. Cuando entrásemos en un comercio nunca sabríamos lo que nos podría suceder. No deja de ser el humor de mis hijos bastante surrealista. Igual los descubre algún día alguien y los mete también en un programa de televisión. Yo desde luego me parto de risa con ellos.
- Cada vez me chocan más ver los espectáculos sadomasoquistas que se montan con motivo de la Semana Santa. Tanta flagelación pública, tanta Cruz ensangrentada, tanta Virgen llena de lágrimas. Es algo anacrónico y deprimente hoy en día. Qué sensación más luctuosa y patética debemos causar entre los que no son católicos. Me fastidia que la nuestra sea una religión hecha de martirios y mártires. El sacrificio que Cristo llevó a cabo por nosotros, algo que se repite cada vez que un inocente es torturado y asesinado, es algo que hay que recordar con respeto, no recrearse en ello.
El sufrimiento ajeno sólo causa entusiasmo entre un cierto tipo de gente.
Los cristianos celebramos otros acontecimientos mucho más alegres que ese, pero con la Semana Santa parece que los ánimos se desatan. Será por nuestra cultura mediterránea, tan venal y tan dada al folklore. Ni siquiera me parece adecuado que la Cruz sea el símbolo que identifica a los cristianos. Ya podían haber elegido otro momento de la vida de Jesús más agradable y tan significativo como ese.
Estoy un poco harta de que nuestra religión se base sobre todo en la culpa y la penitencia. No sé si en otros países la interpretarán así, a lo mejor lo hacen de otra manera, más racional, humana y cercana.
Yo veo ésto del sacrificio con una perspectiva algo más optimista, dentro de lo penoso del asunto. Pienso como Luther King, que “el sufrimiento, cuando no es merecido, puede ser muy emancipador”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario