miércoles, 22 de abril de 2009

Recuerdos de familia




Sacaron hace poco mis padres las fotos que reflejan su vida, fotos que ya he visto muchas veces y que no me canso de contemplar. Mi padre en Ceuta, donde nació, cuando aún era muy pequeño, y en Sidi Ifni, con sus hermanos, sus padres y sus amigos. Se ve al abuelo, militar, con distintos uniformes en diferentes momentos, aire sereno, enjuto el rostro, muy delgado y más que serio meditabundo, con un aire de cierta melancolía en los ojos, grandes, oscuros y profundos, muy elegante siempre. La abuela, delicada y bellísima, como una porcelana.
Las modas de los años 40-50, con los hombres tan trajeados y las mujeres con vestidos bonitos y favorecedores. Sol, palmeras, camellos, desierto. Unas cuantas casas aquí y allá en una llanura junto a unos montes, y en frente el mar.
Papá parecía estar siempre de broma, divertido en la playa con sus primas y primos, y una de sus abuelas. Luego en Madrid en los 60, veinteañero, tan delgado, con su eterno bigote, el pelo peinado hacia atrás en una gran onda, abundante, oscuro.
Las fotos de mi madre la presentan como una niña rubia y rolliza de facciones muy bellas, ojos rasgados, boca carnosa y sensual. De pequeña en El Escorial con sus hermanos sujetando unos cazamariposas. Ataviada de dama antigua en un concurso de disfraces. En la adolescencia con su uniforme y algunas compañeras en el internado de monjas al que fue cuando murió su padre, el pelo larguísimo recogido muy tirante en una trenza, con flequillo, que le daba un aire pícaro.
También se la ve en la centralita telefónica, con su cardado y su moño italiano, años 60, mientras trabajaba en las oficinas donde conoció a mi padre.
Fotos de la boda de ellos, mi padre guapísimo de smoking, siempre con su innata elegancia, mi madre con un vestido de novia sencillo y ajustado que le resaltaba las formas, un velo y un ramo de flores muy bonito. Foto de mi padre y su madre (la abuela está elegantísima) mirándose emocionados. Foto de mis padres saliendo de la iglesia, y dentro del coche mirándose tiernamente, recién casados, mi madre con una sonrisa luminosa, enorme.
Mi madre no tiene casi fotos de sus padres, tan sólo una de mi abuelo con mi tía en brazos, en la calle, con su aire a lo Robert Mitchum. La abuela tenía en su casa una foto muy grande de él, enmarcada como un cuadro, vestido con su uniforme de Infantería, pues también era militar. También tenía muchas fotos de ella, años 40, con trajes chaqueta elegantes, zapatos de tacón alto y peinados de la época, con algún sombrerito de los que tenían un pequeño velo que tapaban un poco la cara.
Me hace gracia que tanto mi padre como mi madre muestran con orgullo sus respectivas fotos vestidos de Primera Comunión.
Estas fotos en blanco y negro, ya un poco sepias por el paso del tiempo, son la historia de la vida de las personas en imágenes, instantáneas tomadas unas veces al azar, otras posadas. Reposan en el interior de las hojas de esos álbumes de antes que tenían las cubiertas forradas con piel de cocodrilo, y también metidas en una caja de galletas metálica, de las que tienen dibujos bonitos por fuera.
Mezcladas con ellas tienen pequeños objetos, labores en miniatura de punto de cruz, una cruz trenzada con hilos de plástico, algún recordatorio del fallecimiento de algún familiar, dibujos que hizo un gran amigo de mi padre que hace ya tiempo que murió….
Yo no tengo fotos de mi vida en blanco y negro, todas tienen un color maravilloso, pero siempre he creído que las imágenes en sepia encierran una añoranza del pasado, un regusto melancólico y antiguo del que carecen las que podamos tomar hoy en día.
Ellas sí resisten por lo general el paso de los años, sustituyen muchas veces a nuestra memoria, cada vez más pequeña. Siempre he respondido, cuando me han preguntado qué salvaría de mi casa si se incendiara, que las fotografías. Las demás cosas materiales pueden ser sustituidas, pero eso no. Son un valioso tesoro sentimental.

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