Hace poco, estando en una farmacia, ví que tenían sobre el mostrador unos folletos en los que anunciaban varias posibilidades para las mujeres que estuvieran embarazadas: saber el sexo del bebé, aún tratándose de una concepción reciente; hacer un mapa genético del no nato, analizando su ADN; y saber la paternidad de la criatura, por si hubiera lugar a dudas. Es alucinante lo que se puede llegar a conseguir con una simple muestra de sangre, pruebas que parecen al alcance de todos, cuando hasta hace no mucho eran costosísimas y se realizaban en casos muy concretos.
He leído en Internet que una de cada cuatro pruebas de paternidad dan como resultado que el futuro hijo no es de quien se las ha hecho, es decir, “en el 25% de los casos el padre tiene razón en dudar de que el hijo que cree que es suyo no lo sea”.
En EE.UU., siempre a la vanguardia innovadora también en ésto, empieza a venderse de forma libre en algunas farmacias pruebas de paternidad caseras, que también se pueden comprar on- line. Con este maravilloso kit y siguiendo las instrucciones, guardas las muestras “en un sobre y se envían por correo al laboratorio. (…) Los resultados son enviados por correo ordinario, correo electrónico o a través de Internet al que se puede acceder con una clave personal." El precio es bastante caro, “dependiendo del laboratorio, de las personas implicadas en la prueba (…) y de la urgencia del trámite”.
Lo de la paternidad me hace mucha gracia. No hace mucho leí que el hombre había reprimido tradicionalmente la sexualidad femenina por este motivo. La necesidad ancestral del varón de asegurarse una descendencia, con la creencia de que esos hijos son suyos y no de ningún otro, es algo que se perpetúa hoy en día. Mientras el hombre siempre ha tenido campo abierto en sus relaciones sexuales, a la mujer no le estaba permitido. A nosotras nos han dicho que teníamos que llegar vírgenes al matrimonio, “mocitas” como he oído alguna vez, pero nunca se han cuestionado las costumbres del hombre, era un tema irrelevante, antes al contrario, la virginidad masculina parece motivo de vergüenza.
Esta represión hacia la mujer sigue latente, sobre todo en ciertos países y ciertas culturas. El burka o la ablación son las pruebas extremas de ello.
Es bastante patético que el hombre se siga preocupando por estas cuestiones. Si un hombre quiere tener un hijo pero duda de la honestidad de la mujer con quien quiere tenerlo, es mejor que ni lo intente. Puede que él sea incapaz de ser honesto y por eso pone en tela de juicio las “costumbres” de los demás. Es un pensamiento prehistórico ver a la mujer como un simple vehículo reproductivo, no somos úteros con patas. El mundo civilizado basa el deseo de tener hijos en el amor, la confianza y la comprensión mutua, las mujeres no somos herramientas de nada, no tenemos por qué ser utilizadas para nada.
Pasamos por tiempos en los que la creciente promiscuidad en la forma como nos relacionamos hace que podamos tener dudas sobre la paternidad de los hijos. Yo conocí a una que no sabía, cuando se quedó embarazada, quién era el padre de su futuro vástago. No se puede estar más desorientada en la vida. Y encima hacen un musical de éxito con este argumento. Es lamentable: una mujer que se precie no debe caer nunca en esos pozos de confusión tan insondables, no porque censure la variada actividad sexual del que no tiene una pareja estable, sino porque precisamente por eso la llegada de un hijo no tiene sentido alguno. Un hijo no es como un animalito de compañía, o como unos zapatos que compramos en una tienda porque se nos han antojado. Por eso a muchas les interesa tener hijos y quién sea el padre es lo de menos.
No es una cuestión de moral ni religión, es una cuestión de humanidad hacia esa criatura inocente que es engendrada sin el amor ni la voluntad de dos; es un problema de dignidad personal de la mujer, cuando se convierte en el patético vehículo de una nueva vida no deseada, siendo en realidad como es, en condiciones normales, motivo de infinita alegría.
Puede que en otros ámbitos de la existencia nos dejemos llevar por la confusión en un momento dado, pero en un tema tan crucial como éste hay que tener siempre las cosas muy claras.
Yo lo que pongo en duda es la paternidad efectiva de los hombres. Los hay que, como mi ex marido, no fueron capaces de desarrollar esa faceta ni en lo práctico ni en lo emocional, por lo que no es extraño que cuando llega una separación se desentiendan, como también hace él, de la mayoría de los gastos de los hijos. Lo que pone de manifiesto que padre biológico puede ser cualquiera, pero padres de verdad no creo que haya tantos.
Cómo debe estar el patio cuando hasta en una farmacia tienes tan al alcance de la mano la posibilidad de hacerte un análisis para saber la paternidad de un bebé. Y debe ser un asunto de creciente demanda porque ya lo he visto en más de una.
Puede que en la mayoría de los casos nosotras sí lo tengamos claro y sean ellos los que no las tengan todas consigo.
Buen hombre: si la incertidumbre se apodera de usted, acuda a la farmacia más cercana a que le saquen un poco de sangre, o hágaselo usted mismo en casa. Las dudas es mejor despejarlas cuanto antes.
He leído en Internet que una de cada cuatro pruebas de paternidad dan como resultado que el futuro hijo no es de quien se las ha hecho, es decir, “en el 25% de los casos el padre tiene razón en dudar de que el hijo que cree que es suyo no lo sea”.
En EE.UU., siempre a la vanguardia innovadora también en ésto, empieza a venderse de forma libre en algunas farmacias pruebas de paternidad caseras, que también se pueden comprar on- line. Con este maravilloso kit y siguiendo las instrucciones, guardas las muestras “en un sobre y se envían por correo al laboratorio. (…) Los resultados son enviados por correo ordinario, correo electrónico o a través de Internet al que se puede acceder con una clave personal." El precio es bastante caro, “dependiendo del laboratorio, de las personas implicadas en la prueba (…) y de la urgencia del trámite”.
Lo de la paternidad me hace mucha gracia. No hace mucho leí que el hombre había reprimido tradicionalmente la sexualidad femenina por este motivo. La necesidad ancestral del varón de asegurarse una descendencia, con la creencia de que esos hijos son suyos y no de ningún otro, es algo que se perpetúa hoy en día. Mientras el hombre siempre ha tenido campo abierto en sus relaciones sexuales, a la mujer no le estaba permitido. A nosotras nos han dicho que teníamos que llegar vírgenes al matrimonio, “mocitas” como he oído alguna vez, pero nunca se han cuestionado las costumbres del hombre, era un tema irrelevante, antes al contrario, la virginidad masculina parece motivo de vergüenza.
Esta represión hacia la mujer sigue latente, sobre todo en ciertos países y ciertas culturas. El burka o la ablación son las pruebas extremas de ello.
Es bastante patético que el hombre se siga preocupando por estas cuestiones. Si un hombre quiere tener un hijo pero duda de la honestidad de la mujer con quien quiere tenerlo, es mejor que ni lo intente. Puede que él sea incapaz de ser honesto y por eso pone en tela de juicio las “costumbres” de los demás. Es un pensamiento prehistórico ver a la mujer como un simple vehículo reproductivo, no somos úteros con patas. El mundo civilizado basa el deseo de tener hijos en el amor, la confianza y la comprensión mutua, las mujeres no somos herramientas de nada, no tenemos por qué ser utilizadas para nada.
Pasamos por tiempos en los que la creciente promiscuidad en la forma como nos relacionamos hace que podamos tener dudas sobre la paternidad de los hijos. Yo conocí a una que no sabía, cuando se quedó embarazada, quién era el padre de su futuro vástago. No se puede estar más desorientada en la vida. Y encima hacen un musical de éxito con este argumento. Es lamentable: una mujer que se precie no debe caer nunca en esos pozos de confusión tan insondables, no porque censure la variada actividad sexual del que no tiene una pareja estable, sino porque precisamente por eso la llegada de un hijo no tiene sentido alguno. Un hijo no es como un animalito de compañía, o como unos zapatos que compramos en una tienda porque se nos han antojado. Por eso a muchas les interesa tener hijos y quién sea el padre es lo de menos.
No es una cuestión de moral ni religión, es una cuestión de humanidad hacia esa criatura inocente que es engendrada sin el amor ni la voluntad de dos; es un problema de dignidad personal de la mujer, cuando se convierte en el patético vehículo de una nueva vida no deseada, siendo en realidad como es, en condiciones normales, motivo de infinita alegría.
Puede que en otros ámbitos de la existencia nos dejemos llevar por la confusión en un momento dado, pero en un tema tan crucial como éste hay que tener siempre las cosas muy claras.
Yo lo que pongo en duda es la paternidad efectiva de los hombres. Los hay que, como mi ex marido, no fueron capaces de desarrollar esa faceta ni en lo práctico ni en lo emocional, por lo que no es extraño que cuando llega una separación se desentiendan, como también hace él, de la mayoría de los gastos de los hijos. Lo que pone de manifiesto que padre biológico puede ser cualquiera, pero padres de verdad no creo que haya tantos.
Cómo debe estar el patio cuando hasta en una farmacia tienes tan al alcance de la mano la posibilidad de hacerte un análisis para saber la paternidad de un bebé. Y debe ser un asunto de creciente demanda porque ya lo he visto en más de una.
Puede que en la mayoría de los casos nosotras sí lo tengamos claro y sean ellos los que no las tengan todas consigo.
Buen hombre: si la incertidumbre se apodera de usted, acuda a la farmacia más cercana a que le saquen un poco de sangre, o hágaselo usted mismo en casa. Las dudas es mejor despejarlas cuanto antes.
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