miércoles, 3 de diciembre de 2008

En honor a la verdad (VIII)


- Me encanta el retrato que se hace en “El ojo público” del Nueva York de los años 40, y cómo el fotógrafo protagonista, un hombre aparentemente insignificante y despreciable, retrata con inusitada sensibilidad el ambiente nocturno y de los bajos fondos. Todas esas fotos en blanco y negro en las que aparecen las redadas policiales, el maltrato a la población negra, los asesinatos de la mafia, son increíbles, y consigue sacar esas instantáneas como al descuido, sin que nadie más que él se percate, porque está en el momento y el lugar adecuados. Cuando se trata de la mafia llega incluso antes que la policía, y se permite el lujo de “colocar” un poco a los cadáveres para que queden mejor en cámara. O como cuando se las arregla para fotografiar escondido una matanza en un restaurante entre bandas rivales, poniendo unas ruedecitas bajo la cámara para empujarla en medio de la acción y así aparecer él también retratado. Un ser abyecto y cutre, capaz de cualquier cosa por dinero, uno de esos tipos que se vende siempre al mejor postor, es capaz sin embargo de sentir el dolor, la soledad y la desesperanza de los seres que retrata, y también el amor más tierno, desvalido y profundo por una mujer.
La visión de sus fotos como a cámara lenta, con una música bella y melancólica de fondo, es magnífica.

- Hace poco he sabido de una enfermedad que me ha dejado sorprendida, por lo peculiar que es: el “síndrome hipertiméstico”. La persona que lo padece no puede olvidar. La vida es como una televisión dividida en dos: en un lado lo que sucede y en otro lo que estaba haciendo en un momento pasado. Este síndrome afecta a la memoria autobiográfica, y se diferencia del mnemonésico en que éste sólo memoriza textos, códigos o números. Aunque me paro a pensar por un momento cómo puede ser todo esto, no logro imaginarlo. No creo que sea agradable tener siempre presente el pasado, parece que te impide seguir adelante. Habrá dulces recuerdos que no se querrán olvidar, pero otros cuya evocación nos disguste y convenga, si no olvidarlos, por lo menos que vayan perdiendo nitidez y sólo resurjan en nuestra mente ocasionalmente.
Yo quisiera tener un poco más de memoria, aunque no tanta desde luego, y un poco de amnesia para según qué cosas.

- ¿Cómo es el cielo que tocó extendiendo su mano en el vacío el Gladiador cuando aún luchaba con el emperador asesino en el circo romano?. ¿Es esa puerta grande y oscura que se abría a su paso para dejar ver un inmenso campo gris azulado?. ¿Es ese trigo que las puntas de sus dedos acariciaban al pasar?. Allí estaba su familia esperándolo. ¿Era por fin como estar en casa?. ¿Sólo así pudo alcanzar la libertad?.
Abramos nuestras propias puertas aquí en la tierra, mientras estamos vivos. Acariciemos el trigo que aquí crece en campos dorados mecido por el viento. Procuremos disfrutar del tiempo que pasamos con nuestros seres queridos antes de irnos con los otros que se marcharon.
Ya estamos en casa. También aquí podemos alcanzar la libertad.

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