Hace dos semanas recibí una carta de la Fundación Vicente Ferrer comunicándome que Ramanjulu, el niño que tengo apadrinado, había fallecido.
Sé que hace dos años estuvo muy enfermo en el hospital. Ahora me dicen que en aquella ocasión se le encharcaron los pulmones, y que el año pasado abandonó el colegio para dedicarse a trabajar y ayudar en el sustento de su familia.
En su última carta me decía que estaba muy triste por tener que decirme que por su enfermedad no había podido presentarse a los examenes finales. Este verano se había ido a otro pueblo con un tío suyo para cargar y descargar tractores y así ganar algún dinero.
En la carta me describieron brevemente todo el proceso, diciendo que a mediados de septiembre empezó a quejarse de fuertes dolores en el estómago y, aunque le trataron y aliviaron un tiempo, no le terminaron de curar. Ramanjulu se siguió quejando, pero sus padres no lo llevaron al médico porque no le habían conseguido solucionar su problema cuando lo llevaron la 1ª vez y además decían estar muy ocupados con su trabajo. El pequeño terreno donde cultivaban cacahuete no era suficiente para sustentar a toda la familia, el matrimonio y tres hijos, de los cuales Ramanjulu era el pequeño.
A finales de ese mes, estando en el campo ayudando a sus padres, tuvo dolores muy fuertes y por consejo de éstos se fue a casa a descansar. Cuando regresaron por la tarde encontraron la puerta cerrada y nadie acudía a su llamada. Asustados, echaron la puerta abajo y se encontraron al niño ahorcado del techo.
Hacía cinco ó seis años, ya no lo recuerdo, que Ramanjulu era mi ahijado. Tengo todas las cartas y dibujos que me envió. En una ocasión me contó que unos globos que le había mandado habían sido la alegría de él y sus compañeros de clase, pues los habían inflado y esparcido por todas partes, jugando con ellos, como si fuera una fiesta. Desde entonces siempre le incluía una bolsa de globos en todos los envíos que le hacía.
Tengo dos fotos suyas: la 1ª que me mandaron nada más apadrinarle, cuando aún era pequeño, y otra más reciente, pero en ambas me sorprendió siempre la adustez de su gesto, siendo aún tan niño, porque parecía que fuese mayor de lo que en realidad era. Su mirada era dura, su semblante como enfadado, su imagen tan sombría contrastaba enormemente con las fotos de la propaganda que la Fundación me hacía llegar cada cierto tiempo, en las que se veían niños sonrientes y felices.
Han tardado algo más de dos meses en comunicarme lo sucedido, he escrito en dos ocasiones a Ramanjulu sin saber que ya no estaba en este mundo. Curiosamente es el tiempo que hace que decidí no quedarme con copia de las cartas que le enviaba, por considerarlo en realidad innecesario. Es como si algo me estuviera diciendo que aquellas palabras ya no iban destinadas a nadie. También es casualidad quizá que por la época en que le sucedió esto a él, yo me encontraba anímicamente bastante mal, sentía un malestar muy extraño como no he vuelto a sentir después.
Ahora me parece vacía y sin sentido la ayuda que intenté prestarle al apadrinarlo. Es evidente que la aportación económica que le hacía, aunque aquí no sea gran cosa, es países como La India es un dinero, del que a él parece que le debía llegar poco, el resto se lo quedaría la Fundación para otros usos, o a saber en qué lo emplearía. De nada sirvió ni ese dinero, ni el material escolar, ni algún que otro juguete o ropita que le mandé. Ramanjulu se vio solo, la falta de salud y de atención adecuada pudo con él.
Dejar la escuela debió ser fatal para él, porque le alejaba no sólo del saber sino de la relación y los juegos con otros niños de su edad. Los niños no deberían hacer otra cosa que eso, ser niños. En esos países no hay infancia, se tienen hijos para emplearlos como mano de obra gratuita, la vida humana no tiene apenas valor en medio de tanta pobreza. Si vas tirando muy bien, pero como des algún problema eres apartado porque molestas y arréglatelas tú solo como puedas.
Quisiera haberlo, no sólo apadrinado, sino adoptado como hijo si eso hubiera sido posible y yo llego a saber lo que pasaba. Nuestra relación, a tanta distancia, debió ser para él un pálido atisbo de afecto que no fue suficiente para ayudarlo en sus tribulaciones. Ramanjulu hubiera tenido un sitio en mi casa, como un hijo más. Yo sí que le habría cuidado y me habría ocupado de él en todo lo que necesitara. Se puede ser pobre de bienes materiales, pero eso no hace que se sea también pobre de amor, el amor no cuesta dinero ni esfuerzo. Puede que la dureza de la propia vida hace que también se endurezca el corazón. A lo mejor que este niño haya muerto es en cierta forma un alivio para sus padres porque es una boca menos que alimentar y como no andaba bien de salud encima no era lo bastante útil.
Yo, que a veces me pesa que el mío no sea un hogar tradicional al estar divorciada y por eso pienso que a mis hijos les va a faltar lo que otros niños sí tienen la suerte de disfrutar en sus hogares, sin embargo ahora creo que de nada le sirve a un hijo que sus padres estén juntos si luego no le prestan la atención y el amor que necesita. A mis hijos eso no les va a faltar nunca, precisamente para evitar que sucedan cosas como la que le ha pasado a Ramanjulu. Cómo se debió sentir, cuánta desesperación en un niño de doce años.
Él ha sido víctima, como tantos otros niños, de la miseria, el abandono, la explotación y la sordidez. Yo, que me lo imaginaba haciéndose mayor, con un trabajo digno y formando su propia familia. Cuánta vida tenía aún por delante, pero sus circunstancias personales se la hicieron insoportable. Si hubiera estado conmigo le habría abierto los ojos al mundo, le habría enseñado tantas cosas, hubiese tenido ganas de vivir. Y seguro que él también me habría enseñado mucho, tan bueno y tan trabajador como era.
Conservo su foto en la librería del salón de mi casa, en el sitio de siempre, con su camisa de manga corta, su pantalón corto y descalzo.
Te hubiera dado todo lo que tengo, Ramanjulu, porque siguieras aún vivo. Si alguna felicidad aporté a tu vida, por pequeña que fuera, ese pequeño consuelo tengo, el que tú se ve que no tuviste. Nunca sabrás la ilusión que tenía cuando te apadriné y la que sentía cada vez que te mandaba cosas. Nunca lo sabrás, mi niño triste, mi niño bonito.
Sé que hace dos años estuvo muy enfermo en el hospital. Ahora me dicen que en aquella ocasión se le encharcaron los pulmones, y que el año pasado abandonó el colegio para dedicarse a trabajar y ayudar en el sustento de su familia.
En su última carta me decía que estaba muy triste por tener que decirme que por su enfermedad no había podido presentarse a los examenes finales. Este verano se había ido a otro pueblo con un tío suyo para cargar y descargar tractores y así ganar algún dinero.
En la carta me describieron brevemente todo el proceso, diciendo que a mediados de septiembre empezó a quejarse de fuertes dolores en el estómago y, aunque le trataron y aliviaron un tiempo, no le terminaron de curar. Ramanjulu se siguió quejando, pero sus padres no lo llevaron al médico porque no le habían conseguido solucionar su problema cuando lo llevaron la 1ª vez y además decían estar muy ocupados con su trabajo. El pequeño terreno donde cultivaban cacahuete no era suficiente para sustentar a toda la familia, el matrimonio y tres hijos, de los cuales Ramanjulu era el pequeño.
A finales de ese mes, estando en el campo ayudando a sus padres, tuvo dolores muy fuertes y por consejo de éstos se fue a casa a descansar. Cuando regresaron por la tarde encontraron la puerta cerrada y nadie acudía a su llamada. Asustados, echaron la puerta abajo y se encontraron al niño ahorcado del techo.
Hacía cinco ó seis años, ya no lo recuerdo, que Ramanjulu era mi ahijado. Tengo todas las cartas y dibujos que me envió. En una ocasión me contó que unos globos que le había mandado habían sido la alegría de él y sus compañeros de clase, pues los habían inflado y esparcido por todas partes, jugando con ellos, como si fuera una fiesta. Desde entonces siempre le incluía una bolsa de globos en todos los envíos que le hacía.
Tengo dos fotos suyas: la 1ª que me mandaron nada más apadrinarle, cuando aún era pequeño, y otra más reciente, pero en ambas me sorprendió siempre la adustez de su gesto, siendo aún tan niño, porque parecía que fuese mayor de lo que en realidad era. Su mirada era dura, su semblante como enfadado, su imagen tan sombría contrastaba enormemente con las fotos de la propaganda que la Fundación me hacía llegar cada cierto tiempo, en las que se veían niños sonrientes y felices.
Han tardado algo más de dos meses en comunicarme lo sucedido, he escrito en dos ocasiones a Ramanjulu sin saber que ya no estaba en este mundo. Curiosamente es el tiempo que hace que decidí no quedarme con copia de las cartas que le enviaba, por considerarlo en realidad innecesario. Es como si algo me estuviera diciendo que aquellas palabras ya no iban destinadas a nadie. También es casualidad quizá que por la época en que le sucedió esto a él, yo me encontraba anímicamente bastante mal, sentía un malestar muy extraño como no he vuelto a sentir después.
Ahora me parece vacía y sin sentido la ayuda que intenté prestarle al apadrinarlo. Es evidente que la aportación económica que le hacía, aunque aquí no sea gran cosa, es países como La India es un dinero, del que a él parece que le debía llegar poco, el resto se lo quedaría la Fundación para otros usos, o a saber en qué lo emplearía. De nada sirvió ni ese dinero, ni el material escolar, ni algún que otro juguete o ropita que le mandé. Ramanjulu se vio solo, la falta de salud y de atención adecuada pudo con él.
Dejar la escuela debió ser fatal para él, porque le alejaba no sólo del saber sino de la relación y los juegos con otros niños de su edad. Los niños no deberían hacer otra cosa que eso, ser niños. En esos países no hay infancia, se tienen hijos para emplearlos como mano de obra gratuita, la vida humana no tiene apenas valor en medio de tanta pobreza. Si vas tirando muy bien, pero como des algún problema eres apartado porque molestas y arréglatelas tú solo como puedas.
Quisiera haberlo, no sólo apadrinado, sino adoptado como hijo si eso hubiera sido posible y yo llego a saber lo que pasaba. Nuestra relación, a tanta distancia, debió ser para él un pálido atisbo de afecto que no fue suficiente para ayudarlo en sus tribulaciones. Ramanjulu hubiera tenido un sitio en mi casa, como un hijo más. Yo sí que le habría cuidado y me habría ocupado de él en todo lo que necesitara. Se puede ser pobre de bienes materiales, pero eso no hace que se sea también pobre de amor, el amor no cuesta dinero ni esfuerzo. Puede que la dureza de la propia vida hace que también se endurezca el corazón. A lo mejor que este niño haya muerto es en cierta forma un alivio para sus padres porque es una boca menos que alimentar y como no andaba bien de salud encima no era lo bastante útil.
Yo, que a veces me pesa que el mío no sea un hogar tradicional al estar divorciada y por eso pienso que a mis hijos les va a faltar lo que otros niños sí tienen la suerte de disfrutar en sus hogares, sin embargo ahora creo que de nada le sirve a un hijo que sus padres estén juntos si luego no le prestan la atención y el amor que necesita. A mis hijos eso no les va a faltar nunca, precisamente para evitar que sucedan cosas como la que le ha pasado a Ramanjulu. Cómo se debió sentir, cuánta desesperación en un niño de doce años.
Él ha sido víctima, como tantos otros niños, de la miseria, el abandono, la explotación y la sordidez. Yo, que me lo imaginaba haciéndose mayor, con un trabajo digno y formando su propia familia. Cuánta vida tenía aún por delante, pero sus circunstancias personales se la hicieron insoportable. Si hubiera estado conmigo le habría abierto los ojos al mundo, le habría enseñado tantas cosas, hubiese tenido ganas de vivir. Y seguro que él también me habría enseñado mucho, tan bueno y tan trabajador como era.
Conservo su foto en la librería del salón de mi casa, en el sitio de siempre, con su camisa de manga corta, su pantalón corto y descalzo.
Te hubiera dado todo lo que tengo, Ramanjulu, porque siguieras aún vivo. Si alguna felicidad aporté a tu vida, por pequeña que fuera, ese pequeño consuelo tengo, el que tú se ve que no tuviste. Nunca sabrás la ilusión que tenía cuando te apadriné y la que sentía cada vez que te mandaba cosas. Nunca lo sabrás, mi niño triste, mi niño bonito.
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