miércoles, 10 de diciembre de 2008

Lady Diana


Hay personas que aunque lleven mucho tiempo fallecidas siguen estando en el candelero de la actualidad como si aún estuvieran vivas. Éste es el caso de lady Diana Spencer.
Ponían el otro día una película que contaba parte de su vida y en la que aparecían imágenes reales suyas. Mi hija, que no la conocía, puesto que cuando murió ella tenía sólo un par de semanas, se quedó mirándola con admiración y dijo que era muy guapa.
Pocos hay que hayan tenido un seguimiento de su vida tan exhaustivo como ella. Desde que se supo que era la novia del príncipe Carlos de Inglaterra, la persecución fue absoluta. Todos la recordamos asustada, escondida debajo de un gran flequillo, tímida, intentando esquivar a la prensa que la acosaba por la calle, poniendo cara de circunstancias y mostrando una gran incomodidad.
Una chica muy joven procedente de una familia aristocrática, hija de divorciados, con pocos estudios y dedicada al cuidado de niños en un jardín de infancia, despertó una gran curiosidad entre el público. Enseguida todo el mundo se fijó en su forma de vestir y de moverse, y en su juventud. Conmovía el hecho de verla tan desamparada en medio de aquella tormenta social que se levantó en torno a su persona. Pronto gustó a todos por su candidez, su dulzura y sus maneras.
Cuando el príncipe Carlos se retiró al campo a meditar sobre su compromiso y lo que iba a ser su futuro, a todos nos pareció un hombre sensato que procuraba tomar decisiones muy meditadas. A nadie se le ocurrió que lo que estaba pensando era si merecía la pena casarse con una chica tan joven que contaba con el beneplácito general, y renunciar al amor de su vida. Cuando veíamos fotos suyas en aquel momento, lo que contemplamos en realidad no era la imagen de un hombre meditabundo sino triste.
La boda fue el cuento de hadas que toda jovencita ha soñado alguna vez. Yo, que por entonces era una adolescente, recuerdo la retransmisión del enlace en televisión, algo inédito hasta el momento, y que tuvo una audiencia extraordinaria. El vestido de ella, fastuoso, elegante, con una cola interminable, todos los detalles cuidados al máximo, la sonrisa entre tímida e ilusionada de ella saliendo de la iglesia cogida del brazo del que ya era su marido…. Aún guardo en casa de mis padres, no sé ya dónde, la revista Hola que estuvo dedicada por entero al evento, con estupendas fotos a todo color de todos los momentos de la ceremonia.
Cuando tuvo a sus hijos, recuerdo cómo ella les metía el meñique en la boca siendo bebés y lloraban, y no tenía chupete a mano. Pequeños trucos de madre que me parecían curiosos, pero que a mí no se me ha ocurrido imitar cuando fui madre.
Luego supimos que su marido no había abandonado la relación anterior, y que presa de rencor y de celos se había tirado por las escaleras durante uno de sus embarazos, en un intento temerario e infantil de llamar su atención y despertar compasión, que de nada le sirvió.
Con el paso de los años lady Diana fue adquiriendo una desenvoltura social extraordinaria. Conoció y trabó amistad con personajes conocidos e influyentes del mundo entero. Viajaba por los cuatro puntos cardinales en actos oficiales colaborando con organizaciones de caridad. Ver su nombre y su rostro patrocinando cualquier campaña social y humanitaria era un éxito seguro. Aprendió a disfrutar de su vida mundana, y su forma de vestir y de peinarse fueron imitadas por la inmensa mayoría de mujeres.
Sólo cuando tenía que aparecer junto a su marido daba muestras de fastidio e incomodidad, algo que se le criticó porque parecía una falta de madurez y de profesionalidad por su parte. Tampoco pudo reprimir las lágrimas en algún acto oficial.
Fue también la primera persona de una casa real que se atrevió a airear en televisión sus desventuras privadas. En realidad estaba bastante harta de la rigidez protocolaria y de la hipocresía que los convencionalismos sociales llevaban consigo, y adoptó una postura retadora, inició una ruptura no sólo matrimonial si no en todas las facetas de su vida que le impedían desenvolverse con libertad.
Cuando se separaron se le atribuyeron diversos romances, si bien fueron con hombres que no supieron muchas veces estar a la altura de las circunstancias. Sus hijos fueron a un internado para alejarlos de la vorágine que se desató en la prensa, y ella se dedicó a “dar la campanada” siempre que podía para restarle protagonismo a las apariciones públicas de su ex marido con su amante de siempre, que ya no ocultaban su relación. Se comportaba como una niña despechada por no haber sido querida, intentando dar una imagen de felicidad que posiblemente no se correspondía mucho con la realidad.
Recuerdo unas fotos que se publicaron poco antes de su muerte, en las que aparecía con su último novio millonario a bordo de un lujoso yate. Su hijo mayor, recostado en una cubierta superior, extendía un brazo hacia abajo para coger la mano de su madre, que a su vez levantaba el suyo para cogérsela. Si hay algo que siempre me conmovió de lady Diana Spencer fue la forma como quería a sus hijos, pese a su inestabilidad emocional y los avatares de su vida privada. Por eso cuando ella murió en aquel fatal accidente, recuerdo con gran pesar el pequeño letrero que su hijo menor colocó sobre su ataúd, en el que le decía “Te quiero mami”.
Siempre es lamentable constatar el trágico desenlace de algunas vidas, personas que teniéndolo todo a su alcance para ser felices, han carecido de cosas fundamentales que las han hecho desgraciadas. La existencia desenfrenada que llevó esta mujer desde su separación la condujo sin remedio a un final que podía haber sido otro muy distinto. Lo sentí mucho por ella, que aún era muy joven, y por supuesto por sus hijos, tan pequeños entonces.
Prefiero recordar a lady Diana Spencer cuando aún vivía con plenitud, como una mujer de su tiempo, y una madre muy especial. Estoy segura que si algo se le pudo alguna vez achacar lo pagó ya con creces.

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