Es difícil admitir que el boxeo pueda ser considerado un deporte teniendo en cuenta la brutalidad y la falta de humanidad que lleva consigo, algo que va en contra de los derechos humanos.
Ciertamente ocurre lo mismo en otros deportes: rivalidad, enfrentamiento, fuerza… Pero en el boxeo hay algo de irracional y grotesco que lo coloca, a mi modo de ver, al margen del resto de las prácticas deportivas.
Existen otras muchas formas de lucha que nos vienen de la época de los griegos y romanos, el cuerpo a cuerpo en el que se dan golpes certeros con la intención de derribar al contrario pero sin hacer heridas, sin sangre, salvo que se de un mal golpe accidentalmente. Es el caso de las artes marciales hoy en día. No hay puñetazos, no hay salvajismo.
No entiendo la fascinación de la gente por el boxeo, será el poder de atracción que tiene la violencia y la sangre sobre la mente de los seres humanos, como si despertara sus instintos más atávicos y primitivos, que compartimos con los animales.
Después de ver “Million dollar baby” estoy aún más convencida de ello. Si el boxeo masculino es cruento, el boxeo femenino es algo antinatural, al contemplarlo me parece una aberración: ver a dos mujeres golpeándose, sangrando y sufriendo destruye definitivamente la imagen de fuente de vida, delicadeza y ternura que se supone que tenemos. Las demostraciones de fortaleza física nunca ha sido nuestra seña de identidad, ni falta que nos hace, las dejamos para los hombres.
Y más después de ver el triste final de la protagonista de esta película. Las lesiones por causa del boxeo son incontables, desde desprendimientos de retina o desgarros de los pabellones auditivos hasta daños cerebrales que van de la parálisis parcial de las extremidades a la tetraplejia, pasando por la llamada “demencia pugilística” o “síndrome del boxeador”, que tiene síntomas parecidos al Alzheimer y el Parkinson, del que Cassius Clay es su más famoso ejemplo.
Oí una vez, no hace mucho, el caso de un púgil al que se le había desprendido parte del cerebro a consecuencia del K.O. que le costó la vida. Es increíble que esto se pueda permitir.
Las secuelas que otros deportes pueden dejar suelen venir por accidentes fortuitos, pero en el boxeo pocas cosas son por azar: se trata de dos seres humanos que se enfrentan cara a cara y que lo único que pretenden es acabar con el contrario. Muchos púgiles al final de sus carreras tienen poco de personas y mucho de máquinas o de animales.
Es por lo que me parece si cabe más tremendo que sea legal el boxeo infantil, por mucho que en algunos sitios se quiera hacer pasar por simple exhibición en la que sólo se marca al contrincante, no se le golpea. Es mentira. Que los niños practiquen cualquier deporte, sobre todo si es de alta competición, ya me parece una barbaridad: los entrenamientos intensivos, la presión, la dureza de la disciplina, la alimentación rica en proteínas pero carente de otras cosas importantes para el crecimiento, la falta de tiempo libre, etc., son algunas de las servidumbres que tienen que soportar los niños cuando hacen deporte no sólo como una afición. Se trata de un negocio que mueve muchísimo dinero, y es una forma más de explotación infantil al fin y al cabo.
En “Million dollar baby” vemos cómo la protagonista sucumbe ante el juego sucio, y consentido, porque el árbitro sólo se limita a advertir a su contrincante de que le restará puntos si sigue cometiendo irregularidades: no sabía que estuviera permitido noquear a alguien que ha caido al suelo y está intentando levantarse, o cuando se da la vuelta para retroceder. Imagino que nunca se debe perder de vista a un oponente. Estas trampas se darán en circuitos de poca categoría, no creo que se permitan en campeonatos de más relevancia, el público sería el primero que lo abuchearía. El juego limpio es una norma que se da por descontado y su incumplimiento supone la descalificación del que la infringe. Un espectáculo basado en subterfugios resulta aburrido.
En esta película Clint Eastwood nos da unas lecciones prácticas de boxeo, aunque desde un punto de vista muy particular, como si se tratara de una pura contradicción en sí mismo. Se dice que el boxeo es una cosa antinatural, en él todo va al revés: si vas a golpear con el puño derecho debes cargar el cuerpo sobre el pie izquierdo; si golpeas con la izquierda cargas sobre el lado derecho. En lugar de huir del dolor como haría la gente cuerda, vas en su busca. No se trata de lo fuerte que golpees si no de cómo lo hagas.
También se dice que el boxeo es la magia de arriesgarlo todo por un sueño que nadie tiene excepto tú, es la magia de presentar siempre batalla más allá de la resistencia física. Parece como si fuera un deporte revestido de una cierta fatalidad, una práctica que pone en peligro la vida de quien lo lleva a cabo y que puede conducirle a situaciones terribles, terminales. Pese a ello arrastra a una afición considerable. Puede que sea porque es la representación extrema de la lucha por la vida que constituye la base de la existencia de todo ser humano: ganadores y perdedores, los que vencen y los que quedan fuera de combate. Todos luchamos, en mayor o menor medida, desde que nacemos. Lo que no sabemos es, como ocurre en el boxeo, hasta dónde podemos llegar.
Ciertamente ocurre lo mismo en otros deportes: rivalidad, enfrentamiento, fuerza… Pero en el boxeo hay algo de irracional y grotesco que lo coloca, a mi modo de ver, al margen del resto de las prácticas deportivas.
Existen otras muchas formas de lucha que nos vienen de la época de los griegos y romanos, el cuerpo a cuerpo en el que se dan golpes certeros con la intención de derribar al contrario pero sin hacer heridas, sin sangre, salvo que se de un mal golpe accidentalmente. Es el caso de las artes marciales hoy en día. No hay puñetazos, no hay salvajismo.
No entiendo la fascinación de la gente por el boxeo, será el poder de atracción que tiene la violencia y la sangre sobre la mente de los seres humanos, como si despertara sus instintos más atávicos y primitivos, que compartimos con los animales.
Después de ver “Million dollar baby” estoy aún más convencida de ello. Si el boxeo masculino es cruento, el boxeo femenino es algo antinatural, al contemplarlo me parece una aberración: ver a dos mujeres golpeándose, sangrando y sufriendo destruye definitivamente la imagen de fuente de vida, delicadeza y ternura que se supone que tenemos. Las demostraciones de fortaleza física nunca ha sido nuestra seña de identidad, ni falta que nos hace, las dejamos para los hombres.
Y más después de ver el triste final de la protagonista de esta película. Las lesiones por causa del boxeo son incontables, desde desprendimientos de retina o desgarros de los pabellones auditivos hasta daños cerebrales que van de la parálisis parcial de las extremidades a la tetraplejia, pasando por la llamada “demencia pugilística” o “síndrome del boxeador”, que tiene síntomas parecidos al Alzheimer y el Parkinson, del que Cassius Clay es su más famoso ejemplo.
Oí una vez, no hace mucho, el caso de un púgil al que se le había desprendido parte del cerebro a consecuencia del K.O. que le costó la vida. Es increíble que esto se pueda permitir.
Las secuelas que otros deportes pueden dejar suelen venir por accidentes fortuitos, pero en el boxeo pocas cosas son por azar: se trata de dos seres humanos que se enfrentan cara a cara y que lo único que pretenden es acabar con el contrario. Muchos púgiles al final de sus carreras tienen poco de personas y mucho de máquinas o de animales.
Es por lo que me parece si cabe más tremendo que sea legal el boxeo infantil, por mucho que en algunos sitios se quiera hacer pasar por simple exhibición en la que sólo se marca al contrincante, no se le golpea. Es mentira. Que los niños practiquen cualquier deporte, sobre todo si es de alta competición, ya me parece una barbaridad: los entrenamientos intensivos, la presión, la dureza de la disciplina, la alimentación rica en proteínas pero carente de otras cosas importantes para el crecimiento, la falta de tiempo libre, etc., son algunas de las servidumbres que tienen que soportar los niños cuando hacen deporte no sólo como una afición. Se trata de un negocio que mueve muchísimo dinero, y es una forma más de explotación infantil al fin y al cabo.
En “Million dollar baby” vemos cómo la protagonista sucumbe ante el juego sucio, y consentido, porque el árbitro sólo se limita a advertir a su contrincante de que le restará puntos si sigue cometiendo irregularidades: no sabía que estuviera permitido noquear a alguien que ha caido al suelo y está intentando levantarse, o cuando se da la vuelta para retroceder. Imagino que nunca se debe perder de vista a un oponente. Estas trampas se darán en circuitos de poca categoría, no creo que se permitan en campeonatos de más relevancia, el público sería el primero que lo abuchearía. El juego limpio es una norma que se da por descontado y su incumplimiento supone la descalificación del que la infringe. Un espectáculo basado en subterfugios resulta aburrido.
En esta película Clint Eastwood nos da unas lecciones prácticas de boxeo, aunque desde un punto de vista muy particular, como si se tratara de una pura contradicción en sí mismo. Se dice que el boxeo es una cosa antinatural, en él todo va al revés: si vas a golpear con el puño derecho debes cargar el cuerpo sobre el pie izquierdo; si golpeas con la izquierda cargas sobre el lado derecho. En lugar de huir del dolor como haría la gente cuerda, vas en su busca. No se trata de lo fuerte que golpees si no de cómo lo hagas.
También se dice que el boxeo es la magia de arriesgarlo todo por un sueño que nadie tiene excepto tú, es la magia de presentar siempre batalla más allá de la resistencia física. Parece como si fuera un deporte revestido de una cierta fatalidad, una práctica que pone en peligro la vida de quien lo lleva a cabo y que puede conducirle a situaciones terribles, terminales. Pese a ello arrastra a una afición considerable. Puede que sea porque es la representación extrema de la lucha por la vida que constituye la base de la existencia de todo ser humano: ganadores y perdedores, los que vencen y los que quedan fuera de combate. Todos luchamos, en mayor o menor medida, desde que nacemos. Lo que no sabemos es, como ocurre en el boxeo, hasta dónde podemos llegar.
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