martes, 24 de marzo de 2009

La magia de Rowling




Siempre que miro una foto de Joanne Rowling, la autora de “Harry Potter”, no deja de sorprenderme la enorme tristeza que suele asomar a sus ojos, incluso aunque esté sonriendo. Una mujer como ella, que empezó trabajando de mecanógrafa en unas oficinas y que escribía sus relatos en servilletas de papel del café en el que se pasaba las horas muertas casi a diario, porque no tenía dinero suficiente para comprarse una máquina de escribir ni papel, debería sentirse más que satisfecha del reconocimiento mundial tan clamoroso que tienen sus obras. Quizá pasar de un polo a otro completamente opuesto de forma tan vertiginosa suponga un shock para cualquiera. También he leído que en su anterior matrimonio sufrió malos tratos. Hay cosas que ni el dinero puede solucionar, huellas dolorosas que quedan para siempre en el alma y que el bienestar material no puede borrar.
Alguien con una imaginación tan portentosa y original como la de Rowling tiene que vivir constantemente en un mundo a parte, distinto al del resto de los mortales. Seguramente que su enorme sensibilidad haga que todo le afecte de manera muy profunda, aunque como es una mujer inteligente lo podrá sobrellevar todo, los traumas del pasado y los vértigos del presente.
Siendo como es una de las personas más adineradas del mundo, tiene sin embargo una apariencia sencilla y natural, viste sin ostentación, se maquilla austeramente y no usa casi joyas.
Tiene la suerte, a través de la escritura, de exorcizar sus demonios interiores, presentándonos así una galería de monstruos, repugnantes y aterradores, que se confunden con la elegancia, la distinción y el misterio característicos del colegio Howards, centro neurálgico de todas sus invenciones.
De dónde saca toda esa retahíla de personajes (Harry está inspirado en un chico que le gustaba a ella de jovencita), términos, formas, inventos y situaciones, es un misterio que pertenece únicamente al estrato más profundo de su mente.
Rowling explora en el pozo oscuro y sin fondo del subconsciente, allí donde están escondidos todos nuestros miedos y nuestros anhelos.
La necesidad de afecto y comprensión que tiene siempre el protagonista, flota a lo largo de todos sus libros como una pátina de tristeza y desasosiego nunca satisfechos. Es el eterno huérfano que tiene que madurar antes de tiempo si quiere sobrevivir, víctima de toda clase de injusticias.
Parece que la estabilidad emocional y la seguridad física de Harry sean inalcanzables, porque sus aventuras nunca acaban de forma rotunda y feliz, sino que dejan en suspenso la inminencia de otro gran peligro o amenaza que se cierne sobre los que le rodean y sobre él especialmente. Es como si le tuvieran mucha manía, como si quisieran vengarse de él por algo malo que hubiera hecho, como si fuera víctima de una maldición. Su bondad y su coraje son las armas que emplea para luchar contras las fuerzas del Mal, además de su vara de mago y sus conjuros, pero tenemos siempre la impresión de que no son suficientes, que sale de todas las situaciones casi por los pelos, con poco margen, muy poco airoso.
Aunque ahora ya nos hemos familiarizado con Harry Potter y todo lo que lleva consigo, la verdad es que la primera vez que vi este derroche tan inédito de imaginación en el cine, tan distinto a todo lo conocido, me sentí subyugada, fascinada. Sobre todo porque la industria del celuloide ha sabido plasmar magistralmente en la gran pantalla todo lo que salía de la cabeza de Rowling, sin reparar en gastos, con un despliegue de medios y de magníficos efectos especiales nunca antes vistos.
Pero si algo tienen en común todos los relatos de Harry Potter es el desarrollo de su trama: la primera parte es más o menos tranquila, y la segunda salvaje y violenta, en exceso para mi gusto. Éste es el único reparo que le pongo yo a estas historias, esos desenlaces truculentos que no son aptos para niños, aunque el personaje haya ido creciendo a la par que el actor que lo interpreta y por ello los argumentos sean cada vez menos para todos los públicos. Un toque de dulzura, de sosiego, de armonía, puede que sea menos comercial pero abundará en el buen gusto. No sigamos la moda trepidante de las películas de acción convencionales, demos paso a la introspección, a la reflexión, a la enseñanza que suele acompañar a las películas que todos pueden ver con independencia de la edad que tengan. Si es una historia de magia, con tantos efectismos aterrorizantes, estresantes y desproporcionados, se pierde precisamente ese encanto, esa magia.
No sé si Rowling escribirá otro tipo de libros y si los llevarán a la gran pantalla, me imagino que sí porque es una mina. Estamos deseando que nos siga sorprendiendo. Sin duda, la magia está en ella.

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