El misterio que envuelve la figura del Yeti es algo que siempre me ha llamado poderosamente la atención, aunque nunca he entendido el motivo por el que se le ha llamado también “abominable” hombre de las nieves, quizá por su enorme tamaño y el fiero aspecto con el que se le suele representar, no porque haya dado muestras de ser peligroso precisamente, pues huye despavorido ante la presencia del ser humano, emitiendo una especie de silbido o graznido parecido al de la gaviota.
Pertenece a una de las muchas especies que estudia la Criptozoología, disciplina que investiga y busca hipotéticos animales denominados “críptidos” por ser desconocidos para la ciencia o supuestamente extintos, y que estarían fuera de los catálogos de zoología convencionales.
Su hábitat natural son los bosques de las montañas del Himalaya, y sólo ocasionalmente atraviesa las laderas y los valles nevados para alimentarse de un musgo salino que crece en las rocas de las morrenas glaciares.
Quienes dicen haberlo visto lo describen como un ser de unos dos metros de altura que camina ligeramente inclinado hacia delante, con el cuerpo cubierto de un pelo lacio y fuerte de color claro, frente pronunciada, ojos hundidos y mandíbula prominente, cuello y espalda anchos, brazos muy largos y piernas grandes y ligeramente arqueadas. Desprende un olor característico, bastante nauseabundo, y se desplaza rápidamente aprovechando la noche. Se les ha visto llevando a sus crías sobre la espalda. Está habituado a vivir en zonas de alta montaña, pues se han encontrado indicios de su presencia a 5000 metros de altura.
Se trataría de un animal omnívoro, pues se alimenta de pequeños mamíferos, aves e insectos, líquenes, frutas y bayas, e incluso chocolate y galletas de los alpinistas.
Lo que más ha llamado siempre la atención sobre el Yeti son las enormes huellas que deja en la nieve, con 31 cms. de largo y 18 cms. de ancho.
Su denominación de “hombre” de las nieves hace referencia más bien a su apariencia de homínido, pero de un homínido no catalogable con ningún otro conocido y tratándose, por lo tanto, de un ser con identidad propia diferenciada.
Para los expertos el Yeti “podría muy bien constituir un eslabón desgajado del proceso de evolución seguido por el Homo Sapiens. Ser, en definitiva, un representante del antepasado del hombre, el Neanderthal. Para quienes defienden esta tesis resulta hasta cierto punto admisible la posibilidad de que un grupo de neanderthalenses quedasen “atrapados” entre las paredes del Himalaya y “desconectados” del resto de seres semejantes a ellos, sufriendo una evolución diferente o dejándolos anclados 30 millones de años atrás.”
Se han hecho famosas las fotos del naturalista Anthony Wooldridge en las que se puede ver una figura que mira a la cámara a una cierta distancia, medio escondido entre la maleza, y las huellas que dejó.
Algunas tradiciones tibetanas señalan la existencia de hasta tres tipos de yeti: los nyalmo, que dicen que tiene hasta 4 metros de altura (¿?) y son carnívoros; los rimi, de 2,5 metros, y los rackshi, de un tamaño similar al humano y que habitan en zonas no tan elevadas.
En otras partes del mundo se han visto criaturas similares, como el Alma ruso, el Yereen chino, el Yowie australiano, el Big Foot de EEUU y el Wendigo canadiense.
Algunos especialistas proponen la confusión con animales salvajes de comportamiento esquivo, como el oso kemo, los monos langur Nauman o un gran orangután de las montañas. De hecho, afirman que los primates en general y los simios en particular “sólo viven en lugares donde existen frutas todo el año, es decir, en las zonas tropicales. No hay primates en estepas, pinares mediterráneos ni bosques de coníferas.”
A pesar de las evidencias acumuladas en los últimos cien años y de la treintena de expediciones científicas organizadas, el Yeti sigue siendo algo inexplicable que atrae la curiosidad de todo el mundo. No sabemos cuánto tiempo tiene que pasar aún para que logre esclarecerse. Quizá en esto radique su encanto, en el halo de misterio que le rodea.
Pertenece a una de las muchas especies que estudia la Criptozoología, disciplina que investiga y busca hipotéticos animales denominados “críptidos” por ser desconocidos para la ciencia o supuestamente extintos, y que estarían fuera de los catálogos de zoología convencionales.
Su hábitat natural son los bosques de las montañas del Himalaya, y sólo ocasionalmente atraviesa las laderas y los valles nevados para alimentarse de un musgo salino que crece en las rocas de las morrenas glaciares.
Quienes dicen haberlo visto lo describen como un ser de unos dos metros de altura que camina ligeramente inclinado hacia delante, con el cuerpo cubierto de un pelo lacio y fuerte de color claro, frente pronunciada, ojos hundidos y mandíbula prominente, cuello y espalda anchos, brazos muy largos y piernas grandes y ligeramente arqueadas. Desprende un olor característico, bastante nauseabundo, y se desplaza rápidamente aprovechando la noche. Se les ha visto llevando a sus crías sobre la espalda. Está habituado a vivir en zonas de alta montaña, pues se han encontrado indicios de su presencia a 5000 metros de altura.
Se trataría de un animal omnívoro, pues se alimenta de pequeños mamíferos, aves e insectos, líquenes, frutas y bayas, e incluso chocolate y galletas de los alpinistas.
Lo que más ha llamado siempre la atención sobre el Yeti son las enormes huellas que deja en la nieve, con 31 cms. de largo y 18 cms. de ancho.
Su denominación de “hombre” de las nieves hace referencia más bien a su apariencia de homínido, pero de un homínido no catalogable con ningún otro conocido y tratándose, por lo tanto, de un ser con identidad propia diferenciada.
Para los expertos el Yeti “podría muy bien constituir un eslabón desgajado del proceso de evolución seguido por el Homo Sapiens. Ser, en definitiva, un representante del antepasado del hombre, el Neanderthal. Para quienes defienden esta tesis resulta hasta cierto punto admisible la posibilidad de que un grupo de neanderthalenses quedasen “atrapados” entre las paredes del Himalaya y “desconectados” del resto de seres semejantes a ellos, sufriendo una evolución diferente o dejándolos anclados 30 millones de años atrás.”
Se han hecho famosas las fotos del naturalista Anthony Wooldridge en las que se puede ver una figura que mira a la cámara a una cierta distancia, medio escondido entre la maleza, y las huellas que dejó.
Algunas tradiciones tibetanas señalan la existencia de hasta tres tipos de yeti: los nyalmo, que dicen que tiene hasta 4 metros de altura (¿?) y son carnívoros; los rimi, de 2,5 metros, y los rackshi, de un tamaño similar al humano y que habitan en zonas no tan elevadas.
En otras partes del mundo se han visto criaturas similares, como el Alma ruso, el Yereen chino, el Yowie australiano, el Big Foot de EEUU y el Wendigo canadiense.
Algunos especialistas proponen la confusión con animales salvajes de comportamiento esquivo, como el oso kemo, los monos langur Nauman o un gran orangután de las montañas. De hecho, afirman que los primates en general y los simios en particular “sólo viven en lugares donde existen frutas todo el año, es decir, en las zonas tropicales. No hay primates en estepas, pinares mediterráneos ni bosques de coníferas.”
A pesar de las evidencias acumuladas en los últimos cien años y de la treintena de expediciones científicas organizadas, el Yeti sigue siendo algo inexplicable que atrae la curiosidad de todo el mundo. No sabemos cuánto tiempo tiene que pasar aún para que logre esclarecerse. Quizá en esto radique su encanto, en el halo de misterio que le rodea.
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