Mi hija está empezando una etapa de su vida crucial en lo que al sexo opuesto se refiere. Hasta hace poco la costumbre de algunos de sus compañeros de clase de tocar traseros femeninos no le había llegado a ella, quizá porque incluso un chico por joven que sea se da cuenta de cuando una chica está predispuesta o no a esos manejos.
En mi último año del colegio recuerdo que sólo había un par de chicas a las que solía gustarle los jueguecitos de “empujones-manoseo”, que servían para un primer contacto entre sexos opuestos, un tanteo inicial cuando las hormonas despertaban la curiosidad sexual. Eran chicas a las que nadie tenía respeto, los chicos se aprovechaban de ellas y las trataban con desprecio. Y lo peor de todo: tampoco se tenían respeto a sí mismas, parecía que todo les daba igual. Ambas tenían en común ambientes familiares donde no abundaba precisamente el afecto, y yo creo que lo único que buscaban era gustar a alguien y que las quisieran, además de que no todo el mundo tiene el control de esa clase de impulsos hasta que no llega la madurez.
En el instituto había también jueguecitos, pero se veían más normales, más acordes con la edad que teníamos, existía buen rollo por ambas partes, distensión, afecto y ganas de pasarlo bien.
Pero lo de los niños de hoy en día se sale de lo normal: desde muy pequeños están oyendo hablar y viendo imágenes en televisión sobre sexo explícito y es evidente que, por su edad, no han podido asimilar con naturalidad algo que es natural en sí mismo. Sobre todo porque la forma como se les transmite no es sana sino sucia y enfermiza. Mi hija, al ver cierta postura sexual en una película llegó a exclamar: “¡Qué miedo dan los hombres!”, porque eso a ella le parecía más una tortura o algo antinatural y violento, al que se tenía sobre todo que someter la mujer, que otra cosa. Es difícil que pueda entender aún, por mucho que intenté explicárselo, que en el juego amoroso son dos que están de acuerdo y van a la búsqueda de la misma cosa: obtener placer y transmitirse amor. La forma como se haga, vista desde fuera, puede parecer obscena, aberrante e incluso grotesca. Cómo hacerle comprender que es como una coreografía, un ejercicio gimnástico, un ballet en el que dos ensayan posturas con el objeto de conseguir armonía, coordinación, fusión. Ella aún no ha amado a nadie, porque si no lo comprendería perfectamente, pero sí deseado, aunque no de la manera cerval con que un adulto necesita poseer a otro.
De momento se tiene que conformar con la “manita tonta”, y por lo visto hasta en la forma de usarla se ve la personalidad de cada chico: Daniel, el que le gusta, da pequeños toques; Juanjo va con la mano abierta preparada con la forma del trasero que vaya a tocar; Hanza propina un azote brusco. “Cuántos niños tienen esa costumbre”, le digo yo, “se te va a desgastar el culo”. Ella lo toma a broma, como un juego más, forma parte de sus relaciones sociales, no le da importancia. Igual termina siendo una manera más de saludarse.
Me sentí en la obligación, cuando hablamos de ésto, de mencionarle el tema de la decencia, con un poco de sorna la verdad, y ella me miró con sorna también, como si estuviera contándole algo pasado de moda y sin ningún interés. Y quizá tenga razón, para qué añadirle a su código de conducta una carga de la que las mujeres prácticamente hemos conseguido librarnos. Porque parece que sólo existe la decencia femenina, nunca se menciona la decencia masculina.
Antigüamente el hombre pretendía y la mujer aceptaba o no, los preceptos de la moral eran sólo para ella, ella era la que tenía que resistir la tentación, no podía tener necesidades, su entereza debía ser a prueba de bombas. Y mientras, el hombre campaba por sus respetos, y cuando había conseguido lo que quería se volvía contra la mujer y la despreciaba echándole en cara una moral de la que él mismo se excluía. En realidad todos los hombres, incluso los que parecen más honestos y prudentes, hacen ésto alguna vez en su vida.
Para acabar con esta situación tan desigual hemos pasado al extremo opuesto, al todo vale, en cualquier momento. No hay pecado, no hay culpas, se trata de disfrutar al máximo y dejarse llevar. Está bien la libertad sexual, pero hay también que discriminar un poco, porque acabaremos como los monos en la selva, le daremos al sexo una importancia desorbitada, por encima de todo lo demás, siendo como es una cosa más de la vida.
Hoy en día la decencia se ha alejado de la mojigatería y el machismo de antes y se ha acercado más a una escala de valores éticos que todos deberíamos tener si nos consideramos realmente personas. Y por supuesto, la decencia alcanza a todos los terrenos, no sólo el sexual.
Así parece que actualmente dejarse tocar el culo no es ser poco decente sino incluso simpática, accesible, una forma más de integrarse socialmente. Pero aún no existe en este terreno la igualdad de género que está ahora tan de moda: las mujeres seguimos sin atrevernos a tocar el culo a los hombres, no porque no nos apetezca si no por vergüenza. Las habrá que sí lo hagan, pero son pocas. Qué pena. Y luego que los hombres se acostumbren a eso también.
No sé si será decente o no hacerlo, pero nuestra higiene mental mejoraría mucho porque nuestros deseos se verían también satisfechos como los de ellos.
En mi último año del colegio recuerdo que sólo había un par de chicas a las que solía gustarle los jueguecitos de “empujones-manoseo”, que servían para un primer contacto entre sexos opuestos, un tanteo inicial cuando las hormonas despertaban la curiosidad sexual. Eran chicas a las que nadie tenía respeto, los chicos se aprovechaban de ellas y las trataban con desprecio. Y lo peor de todo: tampoco se tenían respeto a sí mismas, parecía que todo les daba igual. Ambas tenían en común ambientes familiares donde no abundaba precisamente el afecto, y yo creo que lo único que buscaban era gustar a alguien y que las quisieran, además de que no todo el mundo tiene el control de esa clase de impulsos hasta que no llega la madurez.
En el instituto había también jueguecitos, pero se veían más normales, más acordes con la edad que teníamos, existía buen rollo por ambas partes, distensión, afecto y ganas de pasarlo bien.
Pero lo de los niños de hoy en día se sale de lo normal: desde muy pequeños están oyendo hablar y viendo imágenes en televisión sobre sexo explícito y es evidente que, por su edad, no han podido asimilar con naturalidad algo que es natural en sí mismo. Sobre todo porque la forma como se les transmite no es sana sino sucia y enfermiza. Mi hija, al ver cierta postura sexual en una película llegó a exclamar: “¡Qué miedo dan los hombres!”, porque eso a ella le parecía más una tortura o algo antinatural y violento, al que se tenía sobre todo que someter la mujer, que otra cosa. Es difícil que pueda entender aún, por mucho que intenté explicárselo, que en el juego amoroso son dos que están de acuerdo y van a la búsqueda de la misma cosa: obtener placer y transmitirse amor. La forma como se haga, vista desde fuera, puede parecer obscena, aberrante e incluso grotesca. Cómo hacerle comprender que es como una coreografía, un ejercicio gimnástico, un ballet en el que dos ensayan posturas con el objeto de conseguir armonía, coordinación, fusión. Ella aún no ha amado a nadie, porque si no lo comprendería perfectamente, pero sí deseado, aunque no de la manera cerval con que un adulto necesita poseer a otro.
De momento se tiene que conformar con la “manita tonta”, y por lo visto hasta en la forma de usarla se ve la personalidad de cada chico: Daniel, el que le gusta, da pequeños toques; Juanjo va con la mano abierta preparada con la forma del trasero que vaya a tocar; Hanza propina un azote brusco. “Cuántos niños tienen esa costumbre”, le digo yo, “se te va a desgastar el culo”. Ella lo toma a broma, como un juego más, forma parte de sus relaciones sociales, no le da importancia. Igual termina siendo una manera más de saludarse.
Me sentí en la obligación, cuando hablamos de ésto, de mencionarle el tema de la decencia, con un poco de sorna la verdad, y ella me miró con sorna también, como si estuviera contándole algo pasado de moda y sin ningún interés. Y quizá tenga razón, para qué añadirle a su código de conducta una carga de la que las mujeres prácticamente hemos conseguido librarnos. Porque parece que sólo existe la decencia femenina, nunca se menciona la decencia masculina.
Antigüamente el hombre pretendía y la mujer aceptaba o no, los preceptos de la moral eran sólo para ella, ella era la que tenía que resistir la tentación, no podía tener necesidades, su entereza debía ser a prueba de bombas. Y mientras, el hombre campaba por sus respetos, y cuando había conseguido lo que quería se volvía contra la mujer y la despreciaba echándole en cara una moral de la que él mismo se excluía. En realidad todos los hombres, incluso los que parecen más honestos y prudentes, hacen ésto alguna vez en su vida.
Para acabar con esta situación tan desigual hemos pasado al extremo opuesto, al todo vale, en cualquier momento. No hay pecado, no hay culpas, se trata de disfrutar al máximo y dejarse llevar. Está bien la libertad sexual, pero hay también que discriminar un poco, porque acabaremos como los monos en la selva, le daremos al sexo una importancia desorbitada, por encima de todo lo demás, siendo como es una cosa más de la vida.
Hoy en día la decencia se ha alejado de la mojigatería y el machismo de antes y se ha acercado más a una escala de valores éticos que todos deberíamos tener si nos consideramos realmente personas. Y por supuesto, la decencia alcanza a todos los terrenos, no sólo el sexual.
Así parece que actualmente dejarse tocar el culo no es ser poco decente sino incluso simpática, accesible, una forma más de integrarse socialmente. Pero aún no existe en este terreno la igualdad de género que está ahora tan de moda: las mujeres seguimos sin atrevernos a tocar el culo a los hombres, no porque no nos apetezca si no por vergüenza. Las habrá que sí lo hagan, pero son pocas. Qué pena. Y luego que los hombres se acostumbren a eso también.
No sé si será decente o no hacerlo, pero nuestra higiene mental mejoraría mucho porque nuestros deseos se verían también satisfechos como los de ellos.
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