jueves, 22 de octubre de 2009

Sanidad


Quién no ha sufrido alguna vez en sus propias carnes los desastres del sistema sanitario público en nuestro país. Listas de espera interminables, errores médicos, masificación en las consultas… Y, sin embargo, la situación general ha mejorado sensiblemente respecto a la que había hace años.
Mi madre me contaba la precariedad que existía en el hospital donde nos tuvo a mi hermana y a mí: techos medio desprendidos, personal sanitario escaso y mal encarado, cuñas compartidas, paritorios y habitaciones ocupadas por muchas personas, etc.
Errores médicos y negligencias fatales todo el mundo podría contar ni se sabe, aunque la que más me impresionó en su momento fue la de la madre de una amiga, que entró en un conocido hospital por un problema reumatoide en la cadera, y salió al cabo de muchos meses en una silla de ruedas y demenciada. En el proceso sufrió todo tipo de calamidades: virus de quirófano, infección por sonda, caída al suelo por descuido de los celadores cuando la sacaron de la cama para cambiar las sábanas…, en fin, una sucesión de desastres de los que nadie quiso hacerse responsable porque los médicos, más que ninguna otra profesión, son un grupo cerrado que se protege haciendo causa común y cerrando filas en cuanto su integridad o prestigio es puesto en entredicho, por muy flagrante y llamativa que sea la barbaridad cometida.
A mi cuñado le tocó pasar lo suyo una de las dos veces que ha estado hospitalizado. Tuvo que estar en una planta de otra especialidad por falta de camas, en una habitación compartida con un mendigo al que no hubo forma de hacer que se aseara, con un espacio tan reducido que aquello parecía el camarote de los hermanos Marx más que otra cosa, con un cuarto de baño al que casi había que entrar poniéndote de medio lado. Y luego los fallos médicos, como no acertar a la primera con la medicación o el tipo de alimentación (en su caso intravenosa) que había que administrarle, y las negligencias del personal sanitario, que no cambiaron el esparadrapo y la gasa que cubría una de las vías que tenía abierta, en el pecho, a pesar de advertirlo él, y que le provocó una infección que casi le lleva al otro barrio.
Mi hijo, al que he tenido que llevar a urgencias hace poco por un problema en la piel, fue sin embargo muy bien atendido y, en contra de lo que yo suponía, ni estaban colapsadas ni el trato fue apresurado y desconsiderado, como suele ocurrir en estos casos. Cuántas veces hay que estar esperando durante horas interminables sentado en una silla, aunque se tenga una trombosis, como le pasó a alguien que conocí, hasta que te atienden, y una vez que lo hacen aguantar montones de pruebas durante otras tantas horas, aislado en una zona en la que no dejan entrar ni a los familiares, a los que se le informa poco o nada. O permanecer en una cama en un pasillo durante días, o esas personas que por su edad o su enfermedad se quedan sin arropar en medio de las corrientes de la multitud de puertas y ventanas que tiene un hospital, sin que sean capaces de abrigarse ni de que nadie se preocupe de hacerlo por ellas.
Es el nuestro un sistema sanitario deshumanizado y sobresaturado, donde las cosas van funcionando como a trompicones, y a pesar de la necesidad de hospitales que existe los hay, en el ámbito de lo militar, que en lugar de aprovecharlos haciéndolos públicos los cierran, como el Generalísimo, o incluso se los hace desaparecer, como ocurrió con el del Ejército del Aire.
En otros países se tiende a hacer lo que está pasando aquí, a privatizar la sanidad, no sé con qué consecuencias. En cada lugar hay un problema diferente, una peculiaridad. En Gran Bretaña no pueden pasar sin un sacerdote junto a la cama cuando corre peligro la vida del paciente. Se critica el presupuesto que allí se dedica al sostenimiento del personal religioso y la construcción en los hospitales de capillas de todas las creencias, para evitar discriminaciones. En Francia dicen que se niegan a pagar circuncisiones, y hay una protesta general por la Ley Bachelot, que quiere privatizar la sanidad en ese país.
Mi hermana, después de someterse a varias pruebas para quedarse embarazada, financiadas por la Comunidad de Madrid, tiene que pagarse de su bolsillo todo lo que quiera hacerse a partir de ahora, con tratamientos que cuestan entre 5000 y 6000 €. Si quiere alguna prueba más aparte, como una biopsia de los óvulos fecundados que han sido fallidos o un análisis de sangre para hacerle un estudio genético a ella y a su marido, le cuesta unos 360 €. No hay que ir más lejos, simplemente con que necesites un destinta el desembolso está asegurado, algo que es básico para la salud. Sin embargo, la Seguridad Social paga las operaciones de cambio de sexo, que no dudo que sean necesarias, pero supone una demanda mínima en comparación con otras urgencias que están sin atender.
Cada vez que necesitemos atención médica es como una lotería: puede que salgas con bien de la aventura, o puede que salgas peor de como estabas o que directamente no salgas. Salir con los pies por delante es lo que hay que evitar a toda costa. Parece ser una cuestión de suerte. Encomendémonos a todos los santos.

2 comentarios:

Perséfone dijo...

No puedo hablar con propiedad sobre el tema ni comparar nuestra sanidad con la de otros países, pero creo que aunque ciertas carencias son evidentes, muchas veces nos quejamos también por vicio.

Personalmente escucho hablar sobre la sanidad en EEUU (por ejemplo) y me hecho a temblar.

Espero que jamás lleguemos a algo así, de verdad...

pilarrubio dijo...

Parece mentira los norteamericanos que parecen a la vanguardia del mundo en tantas cosas y en ésta son un auténtico desastre. Un abrazo. Pilar

 
MusicaServicios LocalesContadorsAnuncios ClasificadosViajes