sábado, 3 de octubre de 2009

Una de miedo




Cuando hablamos de cine de terror no estamos hablando sólo de una única forma de provocar miedo. Es curiosa la manera como este género ha ido evolucionando a lo largo de los años. Desde las películas de Hichtcock, de intriga y suspense, donde se adivinaba más que se veía (es peor dejarlo todo a la imaginación), pasando por el terror gore de los años 70, hasta llegar a ese estado de pánico absoluto que se practica ahora, en el que se juega al sobresalto, a la aparición repentina de seres que parecen venidos del infierno, la oscuridad, la sucesión vertiginosa de imágenes que permiten ver sólo segundos de horror, la violencia desenfranada sin motivo alguno y sin sentido, los rostros desencajados, asombrados ante el surgimiento de monstruos que son de este mundo y del otro.
El terror de Hichtcock era sobre todo psicológico y, como buen observador, conocía a la perfección las debilidades humanas. En sus películas pasó revista a todas las necesidades, ilusiones y temores que somos capaces de albergar. Dicen que se complacía torturando a sus actrices, siempre rubias y distantes, haciéndolas repetir hasta la extenuación las escenas más desagradables. Pero no sólo las ponía a prueba a ellas, también a nosotros. Sus desenlaces, casi siempre inesperados, nos dejaban estupefactos.
En los 70 recuerdo que mis padres tenían la costumbre de llevarnos al cine con ellos aunque la película no fuera autorizada, y así recuerdo unas vacaciones en la playa, cuando tenía yo 5 ó 6 años, en las que vimos dos engendros del momento que nos dejaron a mi hermana y a mí secuelas permanentes. Ella, de hecho, tuvo pesadillas por su causa durante mucho tiempo. Una trataba de unas serpientes muy largas y feroces que atacaban a la gente para comerse su esqueleto. Los cadáveres quedaban tirados como muñecos de goma. En la otra se veía a un jorobado que trabajaba en una morgue a la que llevaba gente que dejaba inconsciente para cortarles la cabeza, o lo que se le antojara, con un serrucho. La verdad es que debo decir que estaba muy bien hecho porque se apreciaba perfectamente en los primeros planos cómo seccionaba cuellos, brazos y de todo. En ambas películas me pasé casi todo el tiempo tapándome con las manos la cara, aunque lo peor para mí han sido siempre los gritos, por lo que tenía que hacer malabarismos para conseguir taparme los oídos y los ojos al mismo tiempo.
Unos pocos años después, estando también de vacaciones, le tocó el turno a "El exorcista". También me pasé el tiempo tapándome la cara, esta vez contra el brazo de mi madre, que tenía agarrado, y que le debí dejar machacado. Hace poco la he visto de nuevo y casi me producía risa. Para la época estuvo muy bien, nunca se habían visto unos efectos especiales como esos, pero se han hecho muchas cosas después que los han superado. He pasado años sin poder ver cine de terror, porque me seguía impresionando, y mucho de lo que se hace hoy en día no lo quiero ir a ver más por el estado de ánimo tan desagradable que te deja que por las escenas en sí. Lo difícil es poder contemplar ciertas cosas directamente, sin apartar la mirada.
A veces me he preguntado qué sienten los actores rodando ese tipo de películas. Sé que a la niña protagonista de "El exorcista" no le ha ido muy bien después. Por lo general son papeles que te dejan marcado para el resto de la vida y que te suelen impedir desarrollar otras facetas. Además siempre hay como un halo de maleficio en torno a estos rodajes, como que a todo el mundo que participa en ellos les pasan cosas malas. Tentar al demonio, sacar a relucir el lado oscuro, atraer el mal fario, o simplemente son leyendas que se hacen circular para darle más misterio al asunto. "Poltergeist" se llevó en este sentido la palma de la mano.
Actores por excelencia del cine de terror como Bega Lugosi y Boris Karloff abominaron de su trabajo, deseosos de demostrar que podían hacer otras cosas, sin que nunca se les diera oportunidad para ello. El 1º sobre todo, que lo llevó muy mal. Y sin embargo qué miedo daban, maquillajes aparte, qué bien lo supieron interpretar. Otros, como Christopher Lee, consiguieron reciclarse con el tiempo e hicieron papeles diferentes, aunque siempre conservaron ese aspecto siniestro que les caracterizaba.
Es curioso cómo el miedo se apodera de nuestro subconsciente después de ver una de estas películas. Quizá sea una de las sensaciones más fuertes que hay. Si antes de visionarlas estábamos tan tranquilos, luego si estamos en casa tenemos que ir encendiendo todas las luces al pasar de una habitación a otra, y con la certeza de que algo acecha detrás de nosotros, una presencia que no podemos ver y no nos deja de observar, amenazante, sin que nada podamos hacer para evitarlo, indefensos. Y es algo que dura bastante tiempo después. Desde que vi "Tiburón" ya no he vuelto a nadar con tranquilidad cuando me adentro sola en aguas profundas, aún sabiendo que esa no es zona de escualos.
Dicen que todo está en nuestra mente, que hay en ella miedos atávicos que seguramente están arraigados en lo más profundo de nuestro ser desde nuestro nacimiento, y lo único que hay que hacer es aprender a controlarlos, saber distinguir entre lo real y lo fantástico, por mucho que a veces parezca que se confundan, algo que no pueden hacer los psicópatas.
Hoy en día se ha perdido mucho de la magia y el misterio que tenían antaño este tipo de películas. Se va a lo inmediato, al exabrupto, ya no hay elegancia ni inteligencia en los argumentos y en la forma de llevarlos a la gran pantalla. Curiosamente el gore sigue contando con muchos adeptos, pero porque el mal gusto está cada vez más extendido.
No sabemos en adelante a qué oscuros recovecos nos llevará la perversidad a la que puede llegar la mente humana, especialmente de escritores de best sellers y guionistas, pero salvo que hagan alguna cosa un poquito diferente, no creo que haya nada que me pueda interesar. O quizá sí.

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