viernes, 2 de octubre de 2009

El sentido de la vida


Todos nos hemos preguntado alguna vez por el sentido de la vida. Cuando la Monty Python hizo aquella película que llevaba tal título, una disparatada versión del por qué de todo lo creado, casi llegamos a la conclusión de que somos unos pobres infelices que hemos aterrizado por casualidad en este mundo, sin comerlo ni beberlo, y que estamos avocados a abandonarlo queramos o no. Nadie nos ha pedido opinión al respecto, pero se supone que tenemos que estar muy agradecidos por la lotería que supuso que un determinado espermatozoide fecundara cierto óvulo y como resultado hayamos aparecido nosotros sobre la faz de la Tierra. Esta exclusividad nos convierte en unos privilegiados, porque si no hubiésemos sido los elegidos para la gloria, serían otros los que estarían en nuestro lugar. Hemos sido los afortunados ganadores de un sorteo en el que se supone que hemos participado voluntariamente, aunque no recordamos en qué momento dimos nuestro consentimiento.
La Monty Python lleva las cosas hasta la exageración, como es habitual en ellos, y así nos presenta el nacimiento como una ocasión hilarante en la que de entre las piernas de una pobre mujer sufriente, y ante decenas de testigos, con médicos armados de extraños y dudosos artilugios alrededor, surge una cosa sanguinolenta que se supone que es un bebé al que todos deben adorar. Tan azarosa iniciación a la vida depende mucho de dónde y cuándo se nazca, pero básicamente es para todo el mundo un proceso salvaje, difícil. Cabe suponer que el sentido de la vida para el recién nacido no será igual si el alumbramiento tiene lugar en medio de la hambruna de África, por ejemplo, que en una ciudad occidental avanzada.
Sobre la iniciación al sexo, cuando se presenta a un profesor que pone en práctica ante sus alumnos, sin rubor alguno y con la mayor naturalidad, ciertos pormenores que todos seguramente ya sabían, en una improvisada cama a la vista de todos y con una ayudante, es una situación tan chocante como divertida. Revestir semejante tema de un carácter académico y formal es el colmo de lo absurdo, pero es otra forma de verlo. Sin duda el sexo no es algo que en sí mismo pueda dar sentido a la vida, pero sí contribuye a aderezarla un poco.
La imagen en que aparece una señora que tiene la casa llena de hijos, y a la que se le escurre entre las piernas el último del que estaba embarazada, siempre me ha impresionado mucho, porque sé que eso puede ser perfectamente cierto. El sentido de la vida no sé si será tener una larga progenie. Para esta pobre mujer evidentemente no. La exageración sirve para poner en evidencia la ignorancia y la pobreza de las clases menos privilegiadas. Yo particularmente sí creo que los hijos den sentido a la vida, lo que más me parece a mí.
Tener un buen trabajo, que te guste y que sea algo más que un medio para vivir es otra forma de dar sentido a la existencia. Pero lo que normalmente suele suceder es lo contrario, y así nos presentan a un puñado de ancianos en unas oficinas antiguas, con manguitos, en condiciones de esclavitud, que deciden utilizar el material de que disponen para iniciar una rebelión, tomando el edificio en el que están y moviéndolo como si fuera un buque de guerra, para arremeter contra un rascacielos y sus ocupantes, yuppies de modernas oficinas que, pese a sus esfuerzos, nada pueden hacer contra la furia de los vejetes.
Entregar tu vida por la patria es objeto de burla asegurada. Se ve al jefe del batallón intentando mantener una conversación fluida con sus soldados en la trinchera, algo que resulta imposible porque todos van cayendo, uno por uno, como moscas. La guerra, algo en la que muchos han basado el sentido de su vida, perdiéndola muchas veces por su causa. Un gran absurdo.
Para algunos es entregarse a los placeres de la comida. Pero como con todo lo que se practica en exceso, termina dejando de ser algo agradable para convertirse en un lastre que te impide llevar una vida normal. Se ve al enorme y grotesco glotón que llega al restaurante dispuesto a otra de sus interminables comilonas mientras vomita sin cesar, provocando el asco de los demás comensales. Amargado, ha perdido el control de sus apetitos. Esto suele pasar en realidad cuando se pierde el control de cualquiera de los apetitos que tenemos.
Y finalmente la muerte, que se presenta con el topicazo del espectro oscuro con la guadaña, les agua la fiesta a un grupo de amigos que están cenando en una cabaña en medio de un páramo, y que pese a la evidencia de lo que se les viene encima, se permiten el lujo de discutirle a la siniestra visita el por qué de su presencia allí, con preguntas a veces ingenuas y a veces burlonas. Ni el hecho de dejar la vida les exime de seguir tomándose las cosas con ese humor distante y sarcástico tan típicamente inglés. Aquí se quiere dar una visión desenfadada del fin de los días, quitarle hierro al asunto, pues al fin y al cabo es algo inevitable que tarde o temprano nos termina llegando a todos.
“¿Cuál es el sentido de la vida para ti?”, le pregunté a mi hija el otro día. “LOS CHICOS”, me dijo exclamativa casi sin pensarlo. “Por favor, Ana, lo digo en serio. ¿Cuál es?”. “¡¡LOS CHICOS!!”, me repitió, entre irritada y socarrona. Quizá sea ésto lo mejor, no meterse en muchas profundidades.
En realidad no hay un único sentido de la vida, para cada uno de nosotros es algo distinto. Los que tenemos creencias religiosas lo vemos con tintes más trascendentales, pero para los que no las tengan todo es mucho más simple, más prosaico diría yo. El aquí, el ahora, y nada más. Si yo no las tuviera, la vida tendría bien poco sentido para mí. Hay veces que incluso es así, a pesar de todo.
Supongo que la mejor forma de que todo tenga un significado es hacer algo de provecho, no sólo para uno mismo sino también para los demás. Dedicarse a causas humanitarias, aunque parezca algo cursi o manido, es una buena manera. Yo querría algún día hacerlo, es algo que tengo en mente.
La insoportable levedad del ser, ser o no ser, estar o no estar, esa corta distancia que media entre la vida y la muerte. Para qué estamos aquí, por qué.
Mejor no preguntar tanto.

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