Cumplo en un día como hoy 44 años. Número capicúa, como el año de mi nacimiento. Hoy mi familia hará una comida especial, habrá tarta de chocolate para la merienda y saldremos a cenar a un restaurante con terraza al aire libre que hay cerca de aquí. Hace poco fue el de mi madre e hicimos igual. Es ya una costumbre: no perdonamos una celebración en cuanto a hacerse viejos se refiere, da igual dónde nos pille.
Vine a este mundo una calurosa tarde de verano, creo que en martes. Mi madre había hecho mal los cálculos y me esperaban para un mes antes. La familia la apremiaba para que diese a luz de una vez, como si eso pudiera una controlarlo por sí misma, pues le estaba estropeando las vacaciones a todo el mundo.
Mi madre se puso de parto un día de Santiago, mientras comía en casa de sus suegros. Cuando ya estaba en casa decía que oía los cañonazos que disparan siempre desde el Palacio Real para celebrar el día del Apóstol. Ella esperaba que yo fuese un niño, por la cantidad de patadas que le di mientras estuve dentro de su vientre. Está claro que ser bruto no es monopolio exclusivamente masculino. En aquel entonces no existían las ecografías tridimensionales que hay hoy en día, donde se puede ver no sólo cómo es la criatura sino también lo que está haciendo en cada momento. Por entonces se limitaban a reconocer a las mujeres al principio de la gestación, poniéndoles una trompetilla en el abdomen para oir los latidos del corazón del bebé, y luego a la hora del parto. Llegué a este mundo al día siguiente, un día de San Joaquín y Santa Ana, los padres de la Virgen. Estuvieron por ello a punto de ponerme Ana de nombre, pero al final me pusieron el de mi madre. Sin embargo mi hija no se libró, porque aunque nació como su hermano una semana más tarde de lo previsto, en realidad iba a coincidir su fecha de nacimiento con la mía, por lo que se quedó con la onomástica de la Santa del día.
La foto en blanco y negro de mi primer cumpleaños es todo un cuadro. Aparezco llorosa sentada frente a una tarta con una sola vela. Por lo visto aquel día la casa se llenó de gente y yo extrañé a todo el mundo. Desde luego tengo pinta de estar pasándomelo todo menos bien.
Cuántos cumpleaños han caído desde entonces. Las abuelas solían regalarme siempre lo mismo, mi abuela paterna dinero (tenía una memoria prodigiosa para acordarse de la fecha de nacimiento de todos y cada uno de sus muchos nietos), y mi abuela materna varias bragas blancas de cuello alto para que me durasen mucho, porque yo crecía muy de prisa y ella siempre fue muy práctica.
Lo cierto es que nunca pude celebrarlo con los amigos porque al ser verano siempre estaban de vacaciones. A mi hija le pasa lo mismo ahora.
Dicen que los Leo tenemos mucho carácter, una fuerte personalidad, y que somos muy apasionados. También puede ser verdad aquello de que Dios los cría y ellos se juntan, porque la mayoría de las amigas que he tenido a lo largo de la vida nacieron en verano.
Comparto fecha de nacimiento con algún personaje famoso, como Mick Jagger, sólo que él nació 20 años antes. También con un amigo al que hace mucho tiempo que no veo, un encanto de persona, que nació unas horas antes que yo.
En realidad cada vez me apetece menos celebrar mi cumpleaños, porque ya me van pareciendo demasiados. Debería hacer como Alicia en su País de las Maravillas, que celebraba sólo los no cumpleaños. Así estaría de juerga todo el año.
A pesar de que muchas de mis metas no se han cumplido a lo largo de las algo más de cuatro décadas que llevo en este mundo, y aunque ahora mi tarta de cumpleaños tiene unas cuantas velas más que entonces, no puedo dejar de comprobar que sigo siendo la misma niña que lo miraba todo con ojos enormes de aquella foto de mi primer cumpleaños, un poco llorosa. La misma curiosidad por todo lo que me rodea, la misma forma de quedarme abstraída en mis pensamientos o en la observación de las cosas, y quizá eso sí con bastante menos capacidad para la sorpresa.
Lo cierto es que cada vez que llega mi cumpleaños y toca apagar las velas, siempre pido un deseo que nunca se refiere a mí.
Vine a este mundo una calurosa tarde de verano, creo que en martes. Mi madre había hecho mal los cálculos y me esperaban para un mes antes. La familia la apremiaba para que diese a luz de una vez, como si eso pudiera una controlarlo por sí misma, pues le estaba estropeando las vacaciones a todo el mundo.
Mi madre se puso de parto un día de Santiago, mientras comía en casa de sus suegros. Cuando ya estaba en casa decía que oía los cañonazos que disparan siempre desde el Palacio Real para celebrar el día del Apóstol. Ella esperaba que yo fuese un niño, por la cantidad de patadas que le di mientras estuve dentro de su vientre. Está claro que ser bruto no es monopolio exclusivamente masculino. En aquel entonces no existían las ecografías tridimensionales que hay hoy en día, donde se puede ver no sólo cómo es la criatura sino también lo que está haciendo en cada momento. Por entonces se limitaban a reconocer a las mujeres al principio de la gestación, poniéndoles una trompetilla en el abdomen para oir los latidos del corazón del bebé, y luego a la hora del parto. Llegué a este mundo al día siguiente, un día de San Joaquín y Santa Ana, los padres de la Virgen. Estuvieron por ello a punto de ponerme Ana de nombre, pero al final me pusieron el de mi madre. Sin embargo mi hija no se libró, porque aunque nació como su hermano una semana más tarde de lo previsto, en realidad iba a coincidir su fecha de nacimiento con la mía, por lo que se quedó con la onomástica de la Santa del día.
La foto en blanco y negro de mi primer cumpleaños es todo un cuadro. Aparezco llorosa sentada frente a una tarta con una sola vela. Por lo visto aquel día la casa se llenó de gente y yo extrañé a todo el mundo. Desde luego tengo pinta de estar pasándomelo todo menos bien.
Cuántos cumpleaños han caído desde entonces. Las abuelas solían regalarme siempre lo mismo, mi abuela paterna dinero (tenía una memoria prodigiosa para acordarse de la fecha de nacimiento de todos y cada uno de sus muchos nietos), y mi abuela materna varias bragas blancas de cuello alto para que me durasen mucho, porque yo crecía muy de prisa y ella siempre fue muy práctica.
Lo cierto es que nunca pude celebrarlo con los amigos porque al ser verano siempre estaban de vacaciones. A mi hija le pasa lo mismo ahora.
Dicen que los Leo tenemos mucho carácter, una fuerte personalidad, y que somos muy apasionados. También puede ser verdad aquello de que Dios los cría y ellos se juntan, porque la mayoría de las amigas que he tenido a lo largo de la vida nacieron en verano.
Comparto fecha de nacimiento con algún personaje famoso, como Mick Jagger, sólo que él nació 20 años antes. También con un amigo al que hace mucho tiempo que no veo, un encanto de persona, que nació unas horas antes que yo.
En realidad cada vez me apetece menos celebrar mi cumpleaños, porque ya me van pareciendo demasiados. Debería hacer como Alicia en su País de las Maravillas, que celebraba sólo los no cumpleaños. Así estaría de juerga todo el año.
A pesar de que muchas de mis metas no se han cumplido a lo largo de las algo más de cuatro décadas que llevo en este mundo, y aunque ahora mi tarta de cumpleaños tiene unas cuantas velas más que entonces, no puedo dejar de comprobar que sigo siendo la misma niña que lo miraba todo con ojos enormes de aquella foto de mi primer cumpleaños, un poco llorosa. La misma curiosidad por todo lo que me rodea, la misma forma de quedarme abstraída en mis pensamientos o en la observación de las cosas, y quizá eso sí con bastante menos capacidad para la sorpresa.
Lo cierto es que cada vez que llega mi cumpleaños y toca apagar las velas, siempre pido un deseo que nunca se refiere a mí.