miércoles, 14 de julio de 2010

Los guerreros de terracota


En 1974 un grupo de campesinos que estaba excavando un pozo para poder regar sus campos, en un invierno escaso en lluvias, se topó con unas figuras de barro en el extremo oriental de la Ruta de la Seda. Uno de ellos golpeó con su azada la cabeza de una figura. En los días siguientes encontraron otros restos y se los llevaron a su casa, donde los utlizaron como recipientes, hasta que el descubrimiento llegó a oídos de los arqueólogos. Pronto se dieron cuenta que se trataba de la tumba del primer emperador chino, custodiado por miles de guerreros de terracota, en Xi'an. Convertido en uno de los yacimientos arqueológicos más deslumbrantes del mundo, los estudiosos pugnan desde entonces por sacar a la luz todos sus secretos.

Pero ¿quién era realmente este emperador?. Qin Shi Huang vivía obsesionado con encontrar el elixir de la inmortalidad, además de conseguir para su imperio un vasto territorio, conquistando los estados vecinos. Creó el germen de lo que hoy es China, instaurando un sistema de medidas, una moneda, construyendo carreteras y canales y unificando la escritura.

Al haber sufrido varios intentos de acabar con su vida, su seguridad era su gran preocupación. Viajaba constantemente para no ser nunca localizado. Sus enemigos nunca sabían en cuál de sus más de 200 palacios se encontraba ni en cuál de sus muchas carrozas se desplazaba. Más allá de su estrecho círculo, pocas personas veían su rostro. Envió a un ejército de jóvenes a buscar el elixir de la inmortalidad y mientras, aconsejado por los médicos de la corte, consumió crecientes cantidades de mercurio. Los alquimistas de la época atribuían a este metal propiedades que prolongaban la vida. El emperador falleció intoxicado. Sin saberlo, había cavado su propia tumba.

Desde el primer día de su mandato, cuando tenía 12 años, inició la construcción de su mausoleo. Una obra sin precedentes que ocupó a más de 700.000 esclavos (miles murieron trabajando), en un área de 56 kms. cuadrados. En el interior de la gran cámara funeraria, el techo era de bronce, salpicado de gemas que emulaban las estrellas del cielo, la luna y los planetas. En el suelo había ríos de mercurio, diseñados a semejanza de aquellos que bañaban el imperio. Alrededor había fieles reproducciones de palacios, torres y un basto ejército formado por 8.000 soldados de terracota, todos distintos entre sí, cada uno con sus facciones, un peinado y una vestimenta propia de su rango o etnia. Aunque vistos juntos se asemejen mucho, no hay uno igual a otro. Se encuentran en varias cámaras y son reproducciones a escala natural de guerreros en perfecta formación. Incluyen también caballos y carros de combate.

Los arqueólogos realizan una ardua tarea para recomponer las figuras, muchas fragmentadas en miles de pedazos, pues están hechas con barro y hace más de 2.000 años. Tras la muerte del emperador los saqueadores destrozaron gran parte de las figuras modeladas a lo largo de 38 años y se llevaron las armas que portaban. Por si fuera poco, al extraer algunas su superficie policromada se desintegraba en pocos minutos al contacto con el aire, aunque se está utilizando un compuesto con el que se elaboran los plásticos para evitar ésto.

En 1980 aparecieron dos carros de bronce pintados, cada uno formado por más de 3.000 piezas, unidas entre sí por hilo del mismo material. No hace mucho apareció también un grupo de soldados imberbes, miembros del ejército imperial menores de 17 años. Y el último hallazgo es un grupo de estatuas que no tienen la pose militar hierática del resto, sino posturas extrañas. ¿Eran bailarines, bufones quizá, destinados a entretener a la corte?.

Se desconoce el contenido del túmulo que aloja la tumba del emperador. Dispuesto a despistar a los saqueadores, mandó construir diversos túmulos para evitar que identificaran su tumba. No obstante, las técnicas modernas de prospección han ubicado el lugar exacto de su lecho de muerte, revelando un elevado nivel de mercurio.

De momento se considera que no se puede acceder a la tumba, pues las técnicas actuales no garantizan la seguridad de los restos. Qin Shi Huang ha alcanzado después de todo esa inmortalidad que tanto ansiaba.
 
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