viernes, 2 de julio de 2010

Evocaciones (IV)


- Recuerdo a mi padre en el salón de casa, con la mesa-libro desplegada y recortando sobre ella tiras largas de papel pintado, a las que luego les pasaba cola con una brocha para pegarlas en las paredes. Era los años 70, la época en la que estaba de moda empapelar las habitaciones de las casas. Él hacía ésto cada cierto tiempo, y la verdad es que era un gran trabajo hasta que acababa con toda la casa.

- En el verano, cuando preparábamos las vacaciones en la playa, era todo un acontecimiento. Mi hermana y yo hacíamos listas interminables con las cosas que íbamos a meter en la maleta, para que no se nos olvidara ninguna. Por aquel entonces la casa que alquilábamos en Torrevieja no tenía de nada, teníamos que llevarnos nosotros las sábanas, los cubiertos y no sé cuántas cosas más. En el salón de casa mi hermana y yo nos poníamos las aletas de bucear, nos tumbábamos boca abajo en el suelo y hacíamos como que estábamos sumergidas bajo el mar. Qué pinta debíamos tener, y cuánta ilusión también. Estar en la playa y bañarnos nos producía una gran emoción, porque aquel paisaje se desplegaba ante nuestra vista sólo en un corto periodo de tiempo al año, y nos parecía algo excepcional.

- Recuerdo a un chico alemán que me gustaba aquí en la playa, cuando yo tenía 17 años. Él tenía la misma edad que yo. Vivía en los mismos apartamentos que yo ocupaba por entonces, y siempre le veía paseando por allí o en la playa. Era alto, delgado, muy rubio y muy guapo, de una belleza exquisita. Solía salir con su hermano mayor a practicar windsurf. Era muy elegante y estiloso en sus maneras. Yo también le gustaba, y solíamos mirarnos de lejos, siempre a distancia. Había una chica alemana que le frecuentaba, pero no le hacía mucho caso. Todavía le recuerdo, mirando al mar desde el paseo, con aire distraido, ausente.

- Siendo mi hijo era pequeño estábamos su padre y yo esperando en la cola de la panadería, aquí en Benidorm, una mañana, cuando me percaté que delante de nosotros estaba el inefable Luis Prendes, miembro de una de las sagas de actores más renombradas en nuestro país. Tenía un apartamento allí cerca que compartía con sus hermanas, también actrices maravillosas, a las que a veces veíamos tomando el sol en la playa cuando paseábamos por la orilla. Recuerdo que se volvió y, como era muy comunicativo, se quedó mirando a Miguel Ángel y, como le debió parecer muy guapo, nos dijo con gesto grandilocuente: "Parece un dios". Era como si también estuviera interpretando algún papel fuera del escenario, no podía dejar de actuar. Nadie que le viese podría decir que era una persona importante, vestido con una camisa hawaiana y unas bermudas viejas, pero era él. Cuando murió, hace pocos años, le dedicaron una calle,y hace poco inauguraron un busto
 
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