jueves, 8 de julio de 2010

Mundiales


Debo decir que, a pesar de ser los Mundiales un fenómeno que está causando furor en el mundo entero y, cómo no, en nuestro país, tan aficionado a jolgorios multitudinarios y festejos de toda índole, no ha sido hasta que he empezado mis vacaciones cuando le he prestado atención.

Y es que tienes que hacerlo quieras o no. La semana pasada estaba cenando con mi familia en la terraza acristalada del apartamento en el que veraneamos, cuando de repente un clamor histérico surgió del restaurante, situado tres pisos más abajo, que tiene terraza semicubierta, en el que un montón de hinchas seguían con avidez las incidencias del partido que España jugaba contra Paraguay. Cuando la selección nacional marcó el codiciado gol, una oleada de gritos y aplausos llegó hasta donde nosotros estábamos, tan tranquilos. A esta entusiasta reacción siguieron varias réplicas que se dejaron oir en puntos cercanos, sesión de tracas incluídas, y todos los coches que pasaban en ese momento por allí hacían sonar sus cláxones y exhibían banderas de España por las ventanillas. Uno de los forofos del restaurante, que ya venía previamente pertrechado para la ocasión, salió dando grandes zancadas hacia la playa, cubierto todo el cuerpo con una gran bandera nacional atada al cuello y otra más pequeña anudada a la cabeza, y ni corto ni perezoso, elevando los brazos al cielo con los dedos de las manos haciendo la señal de victoria, clavó en mitad de la arena un palo en el que colocó un cohete, al que prendió fuego. Antes de que saliera volando por los aires para estallar allá en lo más alto, mi madre, que le tiene fobia a todo lo que sean ruidos estentóreos, algo que también he heredado yo aunque en menor medida, ya había desaparecido del salón para huir a las haíbitaciones del interior de la casa y refugiarse allí, en espera de que volviera la calma. Al terminar el partido la operación se repitió, esta vez para celebrar el triunfo absoluto de nuestra selección.

De modo que cuando ayer tuvo lugar el encuentro entre España y Alemania ya sabíamos lo que iba a pasar, sólo que esta vez también nosotros lo vimos en televisión, contagiados por el entusiasmo general. Yo hace años solía seguir algún que otro partido, pues el fútbol, como cualquier otro deporte, puede resultar muy interesante cuando te encuentras con gente que lo sabe hacer bien y ofrece un espectáculo de destreza y deportividad. Pero al llevar viviendo toda la vida al lado de un estadio te hace cogerle un poco de tirria, más que nada por todas las molestias que ocasiona.

El partido entre España y Alemania fue de los que entretienen. La selección nacional mostró un alto rendimiento en todo momento, siempre prestos al ataque y a la defensa, cubriendo con una gran profusión de jugadores la portería contraria. Los alemanes parecían dormidos. El gol de Pujol, marcado de cabeza, fue muy espectacular por lo difícil de su situación en ese momento, rodeado de contrarios, y porque hay cierto tipo de tantos que como son conseguidos de forma poco convencional resultan por ello especialmente inolvidables.

El gracioso del restaurante de abajo repitió su ritual lo mismo que había hecho la semana anterior. Además la comunidad valenciana es tierra de fuegos de artificio, por lo que aquí es bastante normal celebrarlo todo con detonaciones de todas clases. Pero la fiesta continuó en la calle horas después de que el encuentro hubiera acabado. Mi hija y yo, que salimos a dar un paseo nocturno, vimos grupos de gente de todas las edades ondeando banderas y jaleando con ellas a todo vehículo que pasara por allí. Casi todo el mundo llevaba camisetas rojas, hasta los más pequeños, que imitaban a los mayores. Ana decidió entrar en una tienda de chinos, que abren a todas horas, y se compró una pero con tirantes. Los restaurantes habían colgado banderas de España por todas partes y carteles en los que se decía que allí se podía seguir el Mundial mientras se degustaba una agradable cena ("Encuentro España-Alemania, en el que la selección nacional va a ganar. Celebre aquí su triunfo. Oe, oe, oe"). Sin duda es este un acontecimiento que genera un gran negocio en todas partes.

El periódico de hoy traía una foto espectacular en la que se recoge el momento en que la pelota entra en la portería, ante la cara de estupefacción del portero alemán, vestido para la ocasión de amarillo de arriba a abajo (no sé quién asesorará su imagen a los futbolistas). Es una instantánea tomada casi a ras de suelo, muy buena. Parece que tenemos el privilegio de estar en el mismísimo meollo de la situación, justo cuando se está produciendo.

Unos conocidos que tenemos aquí, franceses, muy aficionados a la guasa, les decían esta mañana en la playa a otros conocidos, alemanes, hablando todos en español, que vaya paliza les habíamos metido. Los aludidos se lo tomaron a broma. No a todo el mundo le interesan los Mundiales, y más cuando los que ganan son otros.
 
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