lunes, 23 de abril de 2012

Las memorias de Diane Keaton (I)


La imagen que tenemos de Diane Keaton es la de una mujer libre, independiente, enamoradiza y bastante dispersa que, por su cálida y particular forma de relacionarse con los demás, ha conseguido conocer a lo largo de su vida a las personas más interesantes que se puedan imaginar y llegar a un lugar que ni ella misma hubiera nunca sospechado.

Cuando hojeamos sus memorias, la 1ª y constante referencia que encontramos en ellas es a su madre. Ella está presente en todos los momentos de su existencia, incluso ahora que ya no está en este mundo. La existencia de ella marcó la suya propia de manera determinante, y aunque no estaba de acuerdo con su forma de vivir y algunas cosas que decía y pensaba, Diane le guardó el respeto y adoración propios de una hija, aún cuando le hubiera gustado que las cosas fueran de manera diferente. Para Diane su progenitora fue siempre un ejemplo y un refugio.

“Sin embargo ¿se me puede reconocer a mí como la persona que era cuando se estrenó “Annie hall, hace casi treinta y cinco años? Recuerdo que la gente se me acercaba por la calle para decirme: “No cambies, no cambies nunca”. Incluso mi madre me dijo una vez: “ No envejezcas, Diane”. Esas palabras no me gustaron entonces y tampoco me gustan ahora. El agotador esfuerzo que significa controlar el tiempo modificando sus efectos no aporta felicidad. Aquí tengo una palabra para ustedes: felicidad. ¿Por qué la felicidad era algo a lo que yo creía que tenía derecho? ¿Qué es la felicidad, al fin y al cabo? Insensibilidad. Eso dijo Tennesse Williams”.

Diane vuelve adelante y atrás en el tiempo a lo largo de sus memorias, un poco caóticamente, como es ella. Recuerda la determinación de su madre a lo largo de su vida, tanto cuando ésta ya se estaba acabando como cuando ella era niña. “La última palabra de mi madre fue “no”. No a los constantes pinchazos. No a las invasiones no solicitadas. No a “Dorothy, la cena”. No a “hora de las pastillas, abra la boca”. No a “vamos a darle una vuelta”. No a “¡No! (…) Recuerdo que, incluso cuando yo era niña, mi madre se retiraba a cualquier habitación vacía con un anhelo que dejaba en segundo plano su absoluto amor por nosotros. Una vez allí, dejaba a un lado el papel de madre abnegada y amante esposa y se refugiaba en sus pensamientos”.

También habla Diane Keaton con ilusión y nostalgia de sus primeras lecciones de interpretación, y especialmente de un profesor que la marcó extraordinariamente. “Nos enseñó a mantenernos en la verdad del momento. Nada de preguntas. Convirtió la observación y la escucha en un paso previo a la expresión. Era un hombre sencillo y directo. Prescindiendo de todo adorno, nos dio la libertad de cartografiar el complejo territorio del comportamiento humano sin abandonar la seguridad de su dirección. De este modo, jugar con fuego resultaba divertido. Me encantaba explorar el momento compartido siempre y cuando él estuviera observando. Había una regla fundamental: “Responde primero a tu compañero y piensa después”. Si se infringía esa regla, empezaba a soltar frases lapidarias. “No existe eso que se llama nada, “En el teatro, el silencio es ausencia de palabras, pero nunca ausencia de significado” (…) Por encima de todo, me enseñó a apreciar el lado oscuro de la naturaleza humana. Siempre había tenido facilidad para percibirlo, pero nunca el coraje suficiente para adentrarme en un territorio tan peligroso y esclarecedor”.

La 1ª vez que su madre la vio en el cine, con ocasión del estreno de Sueños de un seductor, ya a las órdenes de Woody Allen, con quien aún sigue manteniendo una gran amistad, se quedó muy sorprendida. Anotó en su diario: “Ver a Diane ha sido toda una experiencia. No sé cómo explicar el efecto que causa en la gente. (…) Es independiente. A veces es muy sencilla y otras parece tan sabia…”. Su madre escribía un diario que sólo tiempo después de que ella hubiera muerto se atrevió a leer, temiendo hallar en él cosas inesperadas y poco gratificantes, como así fue.

Diane habla de la belleza de su madre, incluso ya en la vejez, e intercala fotos de familia en las que aparece con sus hermanos y padres, y en las que se puede apreciar que no guarda parecido con ningún miembro de su familia, lo que la hizo sentirse un poco ajena a ellos, como el patito feo. Sus hermanos sí se parecían mucho a su madre.

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