miércoles, 29 de agosto de 2012

Kung Fu. Las enseñanzas del Maestro (II): el hombre más grande es Nadie


En esta ocasión el joven protagonista de Kung Fu es llamado Kane en lugar de Wuai Chang. Sea como fuere, imaginemos de nuevo el ambiente del templo, semioscuro, lleno de velas y con bruma en el aire.
Los monjes jóvenes le están sirviendo algo de comer y beber al Maestro más joven. "Joven Kane, veo cierto disgusto en tu cara", le dice el Maestro. "No me gusta ser un sirviente", le contesta. "¿Consideras que te rebajas sirviendo a otro?", le vuelve a preguntar. "No puedo contestar, no sé lo que es tener un siervo", le dice. "¿No dicen los antiguos que el rango y la recompensa no tienen valor para el hombre que es uno consigo mismo?", le vuelve a decir el Maestro. "Pero a usted Maestro le sirven y por eso es más grande", replica. El Maestro niega con la cabeza y le dice: "Más pequeño. He aceptado con todo respeto lo que me has ofrecido. Ambos debemos aprender". El Maestro, que estaba sentado, se levanta y con la mano le indica al joven discípulo su asiento diciendo: "Por favor, siéntate".
El chico, una vez sentado, se encuentra extraño y exclama: "Esto no está bien". "Es un placer, Maestro", le contesta en cambio al niño con una sonrisa y haciendo una reverencia en señal de respeto.
En otro momento, el Maestro, junto con otros monjes jóvenes, está lavando ropa en unas ollas grandes que remueven con unos palos. El chico está desconcertado cuando pasa por su lado y se para frente a él. El Maestro vuelve a sonreir y a hacer una reverencia. "Ha sido un placer lavarlas para tí", le dice a Kane. "Estaban sucias de trabajar en el jardín", le contesta él. "Sí, pero ya no lo están", le dice el Maestro. "Me siento muy honrado", le dice el chico haciendo una profunda reverencia. El Maestro, algo sorprendido, se pone serio y muy ceremonioso le contesta: "Y yo también, por permitirme ser útil". El Maestro, que ya se marcha, se vuelve pare decirle: "Cuando servimos somos servidos, y al ser servido también servimos. ¿No son pliegues de una misma tela?". El muchacho, pensativo, dice: "Creo que no lo entiendo. Me alegra tener la ropa lavada y me avergüenza no haberlo hecho yo mismo". "Otra vez me has enseñado", le dice el Maestro. "¿Cómo?", le pregunta el chico. "Un hombre que es uno consigo mismo no persigue sus propios intereses", le contesta el Maestro, "ni hace virtud de la pobreza. Sigue su camino sin tener que depender de otros. Sin embargo, no es arrogancia lo que le mueve a ello. El hombre más grande es Nadie". El Maestro se marcha, dejándole sumido en profundas reflexiones. 
En otro momento Kane se está mirando en el reflejo de una de las ollas llena de agua donde han lavado la ropa. El Maestro se acerca y le pregunta: "¿Te ves a tí mismo?". "Con toda claridad, Maestro", le contesta. Y continúa: "Me avergüenzo por querer ser más de lo que soy". El Maestro le responde: "El sabio dice: lo que encoge antes debe expandirse, lo que fracasa antes debe ser fuerte, todo lo que cae antes debe ascender, para recibir antes hay que dar". El muchacho le dice: "Fue el orgullo lo que me impidió inclinarme ante usted". "¿Y no podemos inclinarnos honrándonos a nosotros mismos?", le dice el Maestro. "¿Usted puede hacer eso?", le pregunta Kane. "Puedo", le contesta, y hace otra profunda inclinación. "Pero usted es importante, yo no", le dice el chico un poco angustiado porque no termina de comprender. "¿No somos igualmente importantes y poco importantes?", le replica el Maestro. "¿Cómo es eso posible si usted es mi Maestro?". "Yo soy viejo, tú joven, yo tengo arrugas, tu piel es tersa. ¿Cambia eso la naturaleza que compartimos?". El Maestro vuelve su mirada a la superficie de la olla llena de agua, y le dice al chico: "Mira más allá de su superficie. Busca lo que es real en tí mismo y en otros". 

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