lunes, 10 de diciembre de 2012

El amor en el cine más reciente


El amor es el eterno tema que, da igual desde qué punto de vista sea tratado, siempre despierta emociones ilimitadas. Dos películas que he visto hace poco y que me han encantado tratan el asunto de forma muy diferente pero con la misma intensidad.

Una es la última versión de Jane Eyre, de Fukunaga. En mi memoria conservo grabada la versión anterior, de los años 70, que marcó un hito en mi iconografía sentimental. Aquella historia y aquella banda sonora formaron parte de mí desde la 1ª vez que la vi. Pero la nueva versión también me gusta. Primerísimos planos de rostros desnudos, sin maquillaje, como esculpidos en roca. La durísima vida en los páramos en invierno. Las casas de piedra, los ropajes sin apenas adornos tan ceñidos a los cuerpos que son como una 2ª piel. El contraste con el estallido de la primavera, la belleza de los árboles en flor y la hierba fresca.

Los sentimientos permanecen reprimidos recortados contra un paisaje desolado, una mansión sombría, o la frialdad de algunos de los protagonistas. Los violines con sus notas furiosas en las escenas más dramáticas son el contrapunto preciso y bello a los atormentados sentimientos. La atracción de polos aparentemente opuestos es el detonante de una historia de amor desgarrada y hermosa. Los deseos más ocultos y profundos salen a la luz con la esperanza de ser satisfechos. Un torrente de emociones desbordadas pasa por encima de los protagonistas y está a punto de hacerles sucumbir. Lo que podría ser sencillo se hace difícil, pero por ello es también más anhelado. El amor, que abre una herida en el corazón cuando no puede ser satisfecho, y que es un bálsamo para los pesares cuando alcanza su culminación. Un final casi feliz permite que gocemos de su triunfo por encima de los obstáculos y de un destino que se preveía inexorable, oscuro y gris.

La otra película que me ha cautivado es El diario de Noa. Una bellísima historia de amor recordada por sus protagonistas en el ocaso de su vida a través de un diario, el diario de vida, felicidad y pasión de una pareja que empezó queriéndose de forma turbulenta (dos fuertes personalidades encontradas) y que logró consolidar su relación a lo largo de los años para vivir un paraíso en la tierra. Bien poco hace falta para que esto sea posible, tan sólo la oportunidad del azar que pone en el camino a dos personas que son capaces de sentir una gran pasión. El suyo es el relato de uno de esos amores eternos, de los que ya quedan pocos, de los que duran toda la vida.

Me encantó en esta película la forma como el protagonista mostró sus sentimientos, esa fuerza enorme que salía de él y que conseguía controlar a duras penas, su perseverancia a pesar de las dudas de ella. Me gustó también la mezcla de energía y fragilidad de la protagonista, su deslumbrante alegría y naturalidad ante la vida. Es el retrato de dos personas que, como se suele decir, están hechas la una para la otra, como si fueran dos mitades de un mismo molde que encajaran perfectamente.

Siempre me ha atraído poderosamente la figura masculina que es absorbente pero que deja un espacio para el desarrollo personal de la pareja, que es protector pero no paternalista, que es perseverante frente a la adversidad, que es constante pese al paso del tiempo, que es capaz de sentimientos de gran calado y autenticidad. No se trata de encontrar explicaciones al por qué se siente tal o cual cosa, ni de hallar sentido práctico ni finalidad a lo sentido. Las conveniencias están fuera de lugar, y el análisis psicológico. Sentir más y pensar menos.

Hay muchas maneras de amar, como el cine más reciente nos muestra, pero todas conducen al mismo lugar: la consecución de la felicidad, del desarrollo como personas, el sentirnos completos. Sucede con todas las formas de amor, y especialmente con el amor pasional.
 

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